ROMA.- No sobrevolará Rusia, pero sí China el Airbus 330 que lleva hoy el papa Francisco a Mongolia, inmenso país del lejano oriente emplazado entre estas dos grandes potencias, en un viaje al corazón de Asia central considerado clave a nivel geopolítico.
El papa Francisco, de 86 años, desea ir tanto a Rusia como a China, países hasta ahora “imposibles” para el máximo líder de los 1300 millones de católicos del mundo debido a motivos políticos y religiosos. Pero yendo a Mongolia, uno de los países más despoblados del mundo, de mayoría budista y donde sólo hay 1500 católicos –una de las comunidades más pequeñas del mundo-, se habrá acercado como nunca a ambos, en un momento crítico, en medio del contexto de la guerra en Ucrania, que alteró los equilibrios del mundo. Como buen jesuita, Francisco –que se convirtió en el primer pontífice en ser autorizado a sobrevolar China cuando viajó a Corea del Sur, en 2014- cree que el futuro de la Iglesia católica está en esa parte del mundo, tierra de misión desde tiempos remotos.
“Se trata de un viaje sin precedente”, destacó el vocero papal, Matteo Bruni, que al ilustrar hace unos días este viaje –el 43 internacional del pontífice, que ya estuvo en 61 países-, recordó que ningún papa antes pisó esta tierra. Ya en el siglo VII, no obstante, pueden encontrarse allí huellas de misioneros cristianos que atravesaban la famosa Ruta de la Seda. Y el legendario imperio mongol, el más extendido territorialmente de la historia, fundado en 1206 por el célebre Gengis Khan -que logró unir a las diversas tribus mongolas y turcas de las estepas asiáticas entre China y Rusia-, comenzó a tener contactos con la Santa Sede en tiempos de Inocencio IV, en el siglo XIII.
Mongolia, que estableció relaciones con el Vaticano hace 30 años, fue una provincia china entre el siglo XVII y 1921, cuando logró la independencia gracias a la ayuda de la Unión Soviética. Se convirtió entonces en un país satélite soviético, sometido a un régimen comunista y ateo por el que todo lo religioso pasó a ser perseguido y debió desaparecer. Pero en 1992, después del colapso del comunismo, las cosas cambiaron: se puso en marcha un proceso de liberalización económica, una transición hacia la democracia a través de una nueva constitución y fue reestablecida la libertad religiosa, por la que volvieron a florecer no sólo monasterios budistas, sino también, diversas misiones cristianas, entre ellas, la católica. Una comunidad hoy “pequeña en los números pero vivaz en la fe y grande en la caridad”, como recordó Francisco el domingo pasado después de la oración del Ángelus, cuando les pidió a los fieles acompañarlo con la oración en este viaje y le recordó al “sabio y noble” pueblo mongol que llegaba hasta allí “como hermano de todos”.
“Es claro que el papa Francisco viaja a Mongolia por la pequeña comunidad católica y podemos esperar palabras de aliento y de esperanza para esta linda realidad”, dijo Bruni, que admitió, de todos modos, que el Pontífice en sus cinco discursos hablará también de paz y de la necesidad de cuidar el medio ambiente, sus grandes preocupaciones. Ante preguntas, Bruni prefirió evitar reflexiones sobre el contexto geopolítico de la visita y sobre el significado de esta inédita cercanía material del Papa a China y Rusia. Aunque se espera que cuando su avión sobrevuele China, como es de rigor, le envíe un telegrama de saludo a su presidente, Xi Jinping, como hará con los demás pares de países sobrevolados.
Lo cierto es que el papa Francisco ya había puesto bajo su lupa a Mongolia, un país que mantiene intensas relaciones tanto con Rusia como con China, gigante con quien el Vaticano no tiene relaciones diplomáticas, pero con quien firmó en 2018 un controvertido acuerdo para la delicada cuestión de la designación de obispos. Encantado por ese dinamismo de la minúscula iglesia católica en Mongolia, una iglesia misionera, que trabaja en una realidad seguramente dura -allí el clima en invierno es extremo-, el año pasado nombró cardenal al sacerdote misionero italiano Giorgio Marengo, prefecto apostólico de Ulaan Bator, capital de Mongolia. Con 49 años, Marengo es uno de los cardenales más jóvenes de la Iglesia católica.
La agenda
Después de 9 horas y media de vuelo desde Roma, el Papa aterrizará a las diez de la mañana locales del viernes –las 23 del jueves en la Argentina- en Ulaan Bator, donde se quedará hasta el lunes.
Con casi 1,5 millones de habitantes, Ulaan Bator es la ciudad más grande de Mongolia. Allí vive el 45% de la población del país, de poco más de tres millones de habitantes, famoso por su extenso desierto de Gobi, sus vastas estepas e inviernos durísimos. Con una altura de 1300 metros sobre el nivel del mar, Ulan Bator es una capital marcada por los contrastes, con modernos edificios que se mezclan con las “ger”, las tradicionales viviendas portátiles, tipo carpa y circulares de los mongoles, una población tradicionalmente nómada.
Debido a las casi diez horas de viaje y el cambio de huso horario, al margen de una ceremonia de bienvenida en el aeropuerto, la agenda del viernes prevé reposo para el Pontífice, que este año estuvo dos veces internado, la primera vez por una bronquitis aguda, y la segunda, para una intervención abdominal y que por su problema en la rodilla utiliza bastón y silla de ruedas. “Aunque no es sólo para el Papa el descanso, sino también para quienes lo acompañamos, ya que es un viaje largo y hay muchas horas de diferencia”, aclaró Bruni.
En una agenda de todos modos menos intensa que en el pasado, el sábado el Papa después de la ceremonia de bienvenida oficial, se reunirá con las autoridades de Mongolia, representantes de la sociedad civil, el cuerpo diplomático en el Palacio presidencial. Por la tarde, en la catedral de San Pedro y Pablo –edificio construido con forma de “ger”-, encontrará a obispos, sacerdotes, misioneros y misioneras. El domingo presidirá por la mañana un encuentro ecuménico e interreligioso al que participarán representantes de otras iglesias cristianas, del mayoritario budismo, del Islam, del judaísmo, el hinduismo y demás credos; y por la tarde celebrará una misa en un estadio antes 2500 fieles, formados no sólo por locales sino, también, por grupos de peregrinos provenientes de Rusia, China, Tailandia, Vietnam, Kirguistán y Kazajistán, según detalló Bruni.
El lunes, antes de emprender la vuelta a Roma –en 11 horas y medio de vuelo, más que a la ida-, inaugurará la “Casa de la Misericordia”, un hogar para personas vulnerables. Allí, en uno de los momentos centrales del viaje, se reunirá con todos los que colaboran en las actividades asistenciales promovidas por la Iglesia católica, que van desde la educación y la ayuda sanitaria a la asistencia de los más frágiles.