La celebración del día nacional de la República Oriental del Uruguay, ayer, nos hizo recordar una interesante descripción de nuestros paisanos realizada por el duque alemán Paul Wilhem von Wurttemberg. Sobrino del rey Federico I, desde su juventud fue un incansable viajero. En 1853 estuvo en el Río de la Plata y visitó nuestro litoral, dejando alrededor de 4000 páginas manuscritas con el relato de sus exploraciones, además de varios miles de dibujos y acuarelas ya que era un talentoso artista. Ese valioso material se conservaba en la Wurthembergisches Landes-bibliotek, de Sttugart, pero la institución fue consumida por el fuego durante la Segunda Guerra Mundial. Sólo unas cuarenta páginas que había publicado el estudiante alemán Friedrich Bauser se salvaron del incendio y nos proporcionan esta valiosa información.
Enemiga silenciosa: cómo combatir una enfermedad que genera grandes pérdidas en rodeos de carne y leche
El 19 de mayo de 1853 el viajero llegó en el “Prince” frente a Montevideo, “pintoresca ciudad, con sus torres y blancas casas, y con su ensenada repleta de barcos. Debió hacer cuarentena en la isla “Las Ratas”, en la que habitaban “fuera de las ratas, una cabra y un lindo gato gris, dos gauchos con uniformes deplorables deshechos que se convirtieron en nuestros servidores; eran unos muchachos bonachones y no tontos como aparentaban”.
Ya en la ciudad, le sucedieron días de lluvias constantes, “tornándose lógicamente, imposibles los caminos; las altas ruedas de ellos pesados carros tirados por bueyes revuelven el suelo hundiéndose hasta los ejes… los medios de comunicación se interrumpen y los quinteros igual que los gauchos que se encuentran alejados de la ciudad, se ven obligados a desafiar y luchar contra los más grandes obstáculos desarrollándose lastimosamente el transporte de su ganado”.
De Montevideo se embarcó en “El Progreso”, pequeño e insignificante bote, para recorrer el río Uruguay. Su primera visita fue a la Colonia del Sacramento, “ciudad limpia y pequeña y como era un domingo, se encontraban muchos gauchos en dicha ciudad, luciendo sus vestimentas típicas y de fiestas. Estos eran de porte robusto y altos, y con sus caballos ricamente ensillados; los frenos y monturas poseían macizos revestimientos de plata, igual que los estribos, que eran pesados pero angostos, además usaban mantas hechas con pequeños cueros de distintas clases de gatos, como por ejemplo, de jaguareté”.
Su estadía en Gualeguaychú nos informa que “numerosa cantidad de vacunos y equinos podrían criarse en las pampas, si éstas no hubieran sufrido el daño que ocasionara, la plaga más grande del país, la langosta, hace algunos años, devorándose totalmente el pasto”. La aparición de estos insectos “se produjo a consecuencia de la frecuente y gran seca que reinaba en todas las estepas desde la cima de la cordillera, hasta la orilla misma del océano Atlántico… La cifra de animales muertos de hambre, es verdaderamente fabulosa, y si fuera posible sumarla, alcanzaría a millones”. A los fenómenos climáticos, debían agregarse las luchas internas y desavenencias después de Caseros, que provocó “la gran suba de los precios del ganado vacuno y equino en las grandes ciudades; el caballo que antes se vendía en 6 a 10 patacones, ahora cuesta entre 30 y 40 patacones, en Buenos Aires y en Montevideo”.
Desembarcó después en un lugar cercano a Concordia, “se trata de una antigua colonia, pero a la que recientemente se le dio impulso”, donde se estaba construyendo la iglesia, pero ya tenía teatro; donde vio “al auténtico gaucho, en su típica vestimenta nacional y constantemente a caballo. Estos son verdaderos matungos, salvo excepciones, flacos y malos que no tienen ningún valor en el mercado. El gaucho es amante de los colores vivos, como también de guarniciones y arneses antiguos. Dentro de sus pagos son muy orgullosos, de sus cabalgaduras y arneses, los que frecuentemente se hallan recubiertos por adornos de plata”.
El viajero califica a la población de estos países como “una óptima clase de gente, y mucho más educada y culta de lo que en nuestros países pensamos”. Y deja esta sincera opinión sobre un paisano: “uno aprende a respetarlas, quererlas y apreciarlas como seres humanos, a pesar de sentirse uno la mayoría de las veces repugnado en el principio, y van ganado tanto en el transcurso del tiempo, que prontamente uno comienza a tenerles verdadera simpatía. Un ejemplo de esto lo tuve en el barco; un gaucho, de apariencia salvaje, pero en buena posición, a pesar de llevar el cuño de la antigua población española, al comienzo no me impresionaba nada favorablemente; pero muy pronto hallé la oportunidad de conocer más de cerca a este individuo encontrándolo una persona culta y leal, poniéndolo al nivel de mis amigos y recordando su amistad entre los agradables recuerdos del pasado, y de los países por los que viajé. Esta persona se llamaba Guillermo Bentaz”.
Ya entre nosotros escribió: “En Buenos Aires, se puede encontrar todavía al gaucho legítimo, era antes de la revolución, con su poncho y chiripá, con su sombrero o pañuelo sobre la cabeza, con su faja hecha de tela tejida o cuero (tirador), el gran cuchillo en el cinto, y con sus botas y bombachas blancas, con un dobladillo de puntillas”.
Las únicas páginas de Paul Wilhem von Wurttemberg, abundan en otros tantos datos y pensamos que merecen divulgarse como un testimonio casi olvidado de nuestra sociedad hace más de un siglo y medio.