Mientras tratamos de dejar en el olvido la campaña que está terminando, vale recordar que las exportaciones del complejo agroindustrial argentino representaron el 65% del total país en 2022 (según INDEC), Y la soja fue el principal complejo exportador con el 28,1 % del total, sumando 24.868 millones de dólares, con un incremento respecto del año anterior de 4,3%. La harina representó el 48%; el aceite, 28,1; el grano, 13,2%; el biodiésel, el 7,4%, y otros derivados el 2,9%.
La soja cumple 22 años como principal complejo exportador del país. En los últimos 26 años ocupó el primer lugar en las exportaciones mundiales de harina y aceite de soja, el tercero en exportaciones de grano y con una posición relevante en el mercado de biodiésel. Los efectos de la sequía seguramente alterarán este año esta posición privilegiada, a pesar del aporte de las importaciones temporarias que marcan un récord histórico.
El grano se exporta principalmente a China y la harina de soja y el aceite se destinan a decenas de mercados, entre ellos Vietnam, Indonesia, Malasia, Italia, España y Polonia. En aceite, la India es el mercado destacado. Más del 85% de la producción de soja se exporta. Las plantas de crushing y extrusados pueden industrializar 70,4 millones de toneladas por año. El uso de la capacidad instalada activa de la industria alcanzó el 61% en 2022. Este es el aporte del complejo soja que, como resultado de políticas económicas erradas de los sucesivos gobiernos, viene siendo discriminada en su potencial de crecimiento.
De manera directa e indirecta el complejo soja emplea más de 350.000 personas, está presente en 15 de las 22 provincias, reúne a más de 60.000 productores, es comercializada por 4000 plantas de acopio y cooperativas y genera un clúster que da gran actividad al transporte y actividades afines.
Desde 2016, los altos impuestos a la exportación, en definitiva, impuestos al precio, han generado una dramática reducción del área de siembra, un menor uso de tecnología y el reemplazo en superficie por otros cultivos. Si bien no ha crecido el área total de los principales cultivos, es evidente y positivo que se ha visto favorecida la sustentabilidad del complejo.
Los rendimientos unitarios de soja han sido afectados por varios años de sequía. También se incrementó la proporción de siembras de segunda, que creció de un 16% al 38%, un dato único en relación a los principales países productores.
A pesar de no haberse resuelto un sistema razonable de captura de valor en la semilla, que como consecuencia reduce las inversiones y el número de programas de mejoramiento de soja, en 2022 se alcanzó el récord de registro de nuevos cultivares, motivado por una nueva tecnología de tolerancia a herbicidas. Estudios recientes muestran que a pesar de todo se mantiene la ganancia genética, aunque en menor medida que en los países lideres, en los que además no se ha frenado la introducción de nuevos eventos.
Sinergia
La producción de soja tiene gran sinergia con la siembra directa -superior al 90%-, la rotación de cultivos, la agricultura de precisión, las nuevas moléculas para soluciones agroquímicas, el manejo integrado de plagas, las imágenes satelitales, las innovaciones logísticas, el manejo poscosecha y la precisión en el manejo de malezas. Recientemente contamos con el primer mapa sobre la calidad intrínseca de la harina y grano de soja, que permitirá generar estrategias para el mantenimiento de los mercados de exportación.
Frente a las nuevas exigencias regulatorias de la Unión Europea sobre la soja libre de deforestación, el país y el complejo sojero cuentan con fortalezas y compromisos. Es el caso de la ley de Bosques, la propuesta de sistemas de monitoreo de flujos de soja que evidencian el riesgo en el uso del suelo promoviendo la biodiversidad del planeta, un programa de Carbono Neutro y un programa de buenas prácticas agrícolas. Tenemos estas realidades que nos permiten un alto nivel de negociación frente a decisiones unilaterales. Producimos acorde a las exigencias de los consumidores y frente a un cliente escasamente autosuficiente. Ciertamente, la Argentina viene dando suficiente evidencia de los esfuerzos que se realizan en la producción sostenible de soja.
Nuestro país tiene capacidad para aumentar el área de siembra de manera sustentable con tecnologías ya desarrolladas y con las que llegarán, mejorando los rindes unitarios de todos los cultivos.
La cadena de soja está focalizada en revertir la tendencia negativa de estos años. Mayor producción, más agroindustria y mayor exportación y agregado de valor interno son las metas por alcanzar.
Con la continuidad de las políticas actuales será imposible lograr resultados positivos en esta ecuación. Por ello se han fijado prioridades que se han expresado frente a las potenciales autoridades que asumirán en un nuevo gobierno.
Es imperioso un cambio en el asfixiante sistema impositivo y en lograr un tipo de cambio único. Las mal llamadas retenciones, una verdadera exacción que ni en la paupérrima cosecha actual se han dignado a reducirlas, son el principal freno al crecimiento de la soja. Sin embargo, no hemos encontrado un compromiso futuro cierto, y en tiempo y forma, frente al tema. Todo es “depende”, pese a que se trata de un factor fundamental frente a las expectativas de encausar al país en la senda exportadora.
Un cambio virtuoso generaría mayor rentabilidad y una vuelta a la aplicación de tecnologías basadas en el concepto de la intensificación sostenible, con mejores prácticas que permitan ampliar la agricultura regenerativa con menor huella de carbono. Las bajas inversiones en ciencia y tecnología aplicada a la soja verían un aumento de los recursos públicos y privados, de impacto decisivo para el logro de mayores rindes.
También se deberían concretar obras ya proyectadas, con nuevas inversiones y regulaciones sensatas, que permitan mejorar la logística de transporte terrestre y de la hidrovía, que están afectando la competitividad del complejo.
Las capacidades técnicas para retomar el crecimiento hacia los 65 millones de toneladas o más están intactas. Contamos con un complejo oleaginoso que, sobre la base de inversiones terminadas hace una década, hoy se encuentra con una capacidad ociosa cercana al 50%.
Por otro lado, las nuevas inversiones proyectadas por los países competidores en su capacidad instalada son una amenaza evidente con saldos exportables crecientes de harina y aceite de soja. Para seguir compitiendo en el podio del concierto internacional también son indispensables los cambios propuestos acompañados con una estrategia exportadora y acuerdos internacionales que nos beneficien. En este sentido, el trabajo conjunto de la actividad público-privada es decisivo para lograr el éxito deseado.
El autor es presidente de la Asociación de la Cadena de la Soja Argentina (Acsoja)