Eran aproximadamente las 20 del domingo pasado cuando empezaron a sonar las alarmas. Hasta ese momento Sergio Massa estaba convencido de que sería el candidato más votado individualmente y Patricia Bullrich disfrutaba de alcanzar su gran objetivo de derrotar a Horacio Rodríguez Larreta. Pero a esa hora la historia empezó a cambiar; la de la elección, pero quizás también la del país. La consolidación de los primeros datos oficiales generó estupor. Javier Milei estaba en 35 puntos porcentuales a nivel nacional según el conteo oficial. Un empresario amigo la notificó a Cristina Kirchner de la novedad. Y se decidió esperar un poco más allá de las 21 para la difusión de los primeros datos, con la expectativa de que se moderara la diferencia antes de dar la primera foto de los resultados. Cerca de las 22.30 la realidad era inocultable y fue revelada: la Argentina había dado uno de esos giros que cada tanto sacuden toda su estructura política y social. Un grito desesperado que se gestó en silencio y que reveló el grado de hartazgo contenido. La emboscada perfecta.
Hay algunas evidencias de que el fenómeno Milei terminó de cobrar forma en los últimos diez días antes de la elección. Los sondeos difundidos sobre el límite de la veda dieron cuenta de un leve repunte, pero fue el vértice de un iceberg que empezaría a visualizarse posteriormente. Allí los tracking lo mostraban llegando a los 25 puntos, pero absolutamente ninguna medición pudo identificar los 30 que obtuvo en las PASO, ni siquiera el equipo del propio Milei. A último momento se produjo un corrimiento muy fuerte de Juntos por el Cambio (al que las encuestas sobreestimaron en unos 7 puntos) a La Libertad Avanza (al que los sondeos subestimaron en igual proporción). Pudo haber influido la inestabilidad del dólar y los casos de inseguridad de los últimos días en la definición de mucha gente que optó por una alternativa más extrema, pero lo cierto es que el voto al líder libertario pareció representar algo más profundo. Como señala un estudio de la Universidad Austral, Milei encontró adherentes en diferentes estratos sociales, en todas las edades y en votantes anteriores de JxC y de Unión por la Patria. Incluso lo eligieron en ciudades y provincias que podrían verse perjudicadas por sus políticas, mucho más en el interior que en la ciudad y en la provincia de Buenos Aires, donde salió tercero como espacio.
Cuando un electorado está dispuesto a asumir los riesgos de un cambio radicalizado por rechazo al status quo, es muy difícil detenerlo. Y en ese sentido, Milei fue el vehículo preferido de cambio, aunque cada uno haya visto en ese concepto lo que desea y no lo que denota en realidad. Por eso el fenómeno es mucho más complejo de lo que parece. Parafraseando a Guillermo Oliveto se podría decir que un sector de los argentinos entró en modo Thelma y Louise, que en la escena final de la película se ven frente a un precipicio, rodeadas de decenas de patrulleros y helicópteros de la policía que las quieren capturar, y ante esa opción deciden acelerar hacia el vacío, rumbo a lo desconocido. Nadie sabe exactamente qué hay en ese abismo.
¿Solo habita allí una figura extravagante y cautivante que desafía a la “casta”, o se trata de una amenaza encubierta para todo el sistema democrático? ¿Quién es Milei realmente; un populista liberal dispuesto a subvertir el orden establecido a cualquier costo, o un líder que se dispondrá a acordar en el caso del llegar al poder para lograr mayor sustentación política? Es la última encrucijada que la Argentina debe atravesar para saber qué futuro le depara después de tantos años de crisis.
En los primeros días posteriores a las primarias el triunfo de Milei quedó cristalizado en el inmediato interés que generó dentro y fuera del país. Hizo un raid mediático de 15 entrevistas televisivas en 72 horas, donde no sufrió sobresaltos y recibió un tratamiento de futuro presidente. Es decir que no solo ganó la elección, sino también la disputa por la interpretación del sentido de la elección. Por ese motivo es la variable independiente para saber qué puede pasar en las elecciones generales de octubre: Milei depende de sí mismo; la discusión solo parece girar en torno de quién ocupará el segundo puesto para forzar un eventual ballotage. Es el nuevo vector que divide a la política: se está a favor de Milei, o en contra de él. Nace otra grieta. Lo único que puede frenarlo es el miedo a lo incierto, al desorden que puede generar su plan de gobierno. Si el temor se impone por sobre la ola triunfalista que despertó, encontrará un techo; en caso contrario, la contienda estará definida a su favor.
En cualquier escenario, aun en el de una derrota libertaria en octubre, Milei se habrá transformado en un actor central de la política argentina, que condicionará a quien asuma. Encarna una agenda que ya no podrá ser desatendida y que interpela conceptos supuestamente muy arraigados en torno del rol del Estado, e incluso del papel del Gobierno y del Congreso (casi no habló de la Justicia) como articuladores del sistema. Milei propone una lógica de democracia plebiscitaria, que conecta al líder con el pueblo y soslaya la intermediación institucional. Después del desgaste de los partidos tradicionales, y de las coaliciones electorales que las reemplazaron, sobrevendría una reinterpretación de la arquitectura organizacional.
El regreso de Macri
Más allá de este panorama basado en la emocionalidad del movimiento que generó Milei, desde una perspectiva racional-cuantitativa, el resultado del domingo demostró que el electorado quedó repartido en tercios. Es más, si se contabilizan los más de 10 millones de personas que no votaron, más los casi cinco puntos del voto en blanco, la proporción es menor. Es decir que la elección todavía está abierta y en los próximos dos meses puede evolucionar en diferentes sentidos. Y así lo interpretan en los campamentos de Bullrich y de Massa, al menos para convencerse de que se mantienen con chances, a pesar de que tienen enormes desafíos por delante.
La candidata de JxC expresó toda su satisfacción por haber vencido en la interna y no está claro que haya interpretado profundamente la situación incómoda en la que quedó de cara a octubre. Por primera vez, la coalición dejó de ser la principal expresión opositora al kirchnerismo, la razón de ser original de su surgimiento. Fue tan absorbente la disputa con Larreta que la nueva situación le demandará a Bullrich un reajuste de su estrategia. El primer dilema pasa por reubicarse en el espectro de opciones: ¿debe confrontar con Milei por el espacio de derecha, a riesgo de quedar solapada debajo de su rival; o girar hacia el centro para capturar a los votantes huérfanos?
Tremendo desafío para una figura que construyó su candidatura bajo la premisa del cambio profundo, pero se encontró de pronto con que ese casillero le fue hurtado por un arribista de la política. El riesgo es quedar atrapada en el rótulo de “segunda marca” de las ideas de derecha. “Patricia se acostó el domingo siendo Bullrich y se despertó el lunes siendo Larreta”, ironizaba un agudo consultor para retratar la extraña situación de que ahora ella quedó en el centro de la oferta electoral. En una elección con tres figuras, la estrategia pasa por agrupar a los otros dos de algún modo para enfrentarlos. Para Milei, Bullrich y Massa son “la casta”. Para Massa, Milei y Bullrich son “la derecha”. Y para Bullrich, ¿qué son Massa y Milei? Algo de esta desorientación se percibió en su mensaje del domingo a la noche. Varios testigos de esa jornada coincidieron en que en el bunker reinó el desorden y una convivencia forzada entre ganadores y perdedores, apenas disimulada. No hubo una evaluación meditada de cuál debía ser la narrativa en ese momento crucial.
El otro gran dilema es Mauricio Macri, un claro ganador de las PASO, ya que perdió Larreta, se impuso su primo en la ciudad y él quedó como el main sponsor de la nueva derecha. El expresidente paseó su ambiguo discurso sobre Milei sin medir el daño que le estaba generando a Bullrich (quien en la intimidad expresó su enojo). Hubo una conversación entre ambos para que moderara ese mensaje, algo que recién hizo en su última entrevista del miércoles. Ya era tarde. En el universo de la política quedó la sensación de que Macri tiene dos candidatos para octubre. Milei lo aprovechó: ventiló detalles de sus intercambios con el expresidente, pero ocultó que Bullrich también le mandó un mensaje y que él no le respondió, una forma de ningunearla. “Macri siente que en Pro varios lo quisieron jubilar antes de tiempo, entre ellos Patricia, y que en cambio Milei fue más respetuoso y lo reivindica sin ruborizarse”, dicen en el campamento libertario. Astuto, Milei ayer propuso a Macri como su “representante ante el mundo”, y sumó más ruido en el espacio. Ante esta ambigüedad de su mentor, Bullrich podría rebelarse y responder a la pregunta anterior: Massa es Cristina y Milei es Macri. Parece difícil que lo haga; está rodeada de exfuncionarios macristas. Es más, en su entorno admiten que si el libertario es presidente, su sector lo acompañará, lo que derivaría en una inmediata ruptura de JxC. Si esta idea se filtra, el recorrido de Bullrich habrá llegado a su fin.
En términos operativos, en el equipo de Bullrich esperan los resultados de estudios cualitativos y del cruce de datos para ver cómo replantear su estrategia. Solo tienen algo en claro: debe cambiar. Llamó mucho la atención el traspié en provincias como Córdoba o Mendoza, consideradas propias. Pero el dato más significativo vendrá por el lado de anticipar una decisión que parece tomada: que Carlos Melconian será ministro de Economía en caso de ganar. Ella lo blanqueó en alguna reunión reservada, y el economista lo asume, aunque en el equipo de campaña no lo dan por cerrado aún. La intención es pararlo en el ring mediático para ofrecer un esquema bimonetario y desarticular el discurso dolarizador de Milei (el propio gobierno de Joe Biden hizo llegar el mensaje al mundo financiero y a la dirigencia política de la inviabilidad de esa propuesta). Pero Melconian, que todavía está en Estados Unidos, espera que se defina una estrategia nítida antes de salir al ruedo. También hay que terminar de ver cómo se articula con los equipos que venían trabajando con Luciano Laspina. Tanto Melconian como Laspina hablaron por separado con el FMI, pero después se enteraron de lo que había dicho cada uno a través de Bullrich, porque no hablaron entre sí. Hay una tarea ardua por hacer ahí.
Peronismo a reglamento
En el cuartel de Massa ocurrió algo similar a lo de Bullrich, pero por razones diferentes. La declamada satisfacción por mantenerse competitivos pese a sufrir la peor derrota de la historia del peronismo oculta la enorme dificultad para revertir la situación. Hay una realidad: discursivamente Massa emerge más cómodo que Bullrich porque solo debe posicionarse como guardián de los derechos adquiridos y disparar contra quienes se supone que vienen a quitarlos. Pero al mismo tiempo enfrenta dos déficits muy complejos. El primero quedó expresado el domingo en la prescindencia del peronismo territorial, el que supuestamente había clamado por su postulación.
Tres provincias sorprendieron en particular: Tucumán, Salta y La Rioja, donde el oficialismo ganó ampliamente las elecciones provinciales y ahora quedó debajo de Milei. En la primera, existe la convicción de que Juan Manzur le pasó una factura oculta porque lo bajaron de su papel de vicepresidente. Por eso Massa esta semana le pidió al gobernador Osvaldo Jaldo que sea él quien asuma el protagonismo de la campaña. También se reunió con el salteño Gustavo Sáenz, para preguntarle cómo puede ser que en una provincia que el libertario ni siquiera pisó, terminó ganando. Un dirigente que cenó con él y sus funcionarios en los días previos a las PASO había quedado sorprendido por la escasa preocupación que percibió por el resultado de la elección. “Estaban en otra frecuencia, daban por descontado el triunfo y casi no se movieron”, los fulminó. Otro ejemplo de armonía interior lo dieron tres importantes gobernadores peronistas que esta semana, en medio de la crisis poselectoral, se fueron de vacaciones. También quedaron en la mira los intendentes bonaerenses que ofrecieron el corte de boleta para salvarse. ¿Acaso hay algún reaseguro de que no volverá a pasar en octubre cuando se jueguen el territorio?
En el equipo de Massa admiten que es un tema a resolver. Igual que la fiscalización, pero la de Milei. “Los que le cuidamos la boleta fuimos nosotros porque teníamos que forzar este escenario. No vamos a volver a ser tan democráticos”, dicen con ironía en el equipo de UP. La gran esperanza está depositada en los ausentes. Desde 2015 hasta ahora entre las PASO y las generales se sumaron entre uno y dos millones de votantes, aunque siempre el que más se benefició con estos votos adicionales fue JxC, excepto en 2021. Varios repiten la consigna del asesor Antoni Gutiérrez-Rubí: “En las PASO se vota con el estómago; en las generales, con el corazón; y en el ballotage, con la cabeza”. Supuestamente el candidato hará ahora una campaña más en su estilo, sin tanto kirchnerismo, y con su discurso sobre seguridad y clase media.
Pero el adversario mayor que tiene enfrente el ministro es la realidad económica, más complicada desde que el lunes devaluó la moneda. Si bien vendió como una épica que haya sido solo del 22%, lo cierto es que se vio forzado a hacerlo ante un cambio objetivo de la actitud del FMI. En las semanas previas tuvo un zoom muy tenso con Kristalina Georgieva que demostró cierto agotamiento en la cúpula del organismo y que anticipó lo que sería un giro en su postura: primero pagar el vencimiento con fondos propios o con fuentes externas, y aprobar el desembolso recién después de las PASO. Generó mucho descontento en el directorio lo que entienden que fue un uso electoralista de las reservas que desfondó al Banco Central.
En el Ministerio de Economía aseguran que con el viaje que hará esta semana Massa se conseguirán no sólo los US$7500 millones para el repago sino otros US$2500 millones adicionales para intervenir en el mercado. Quienes hablaron con el FMI dicen que es imposible. Esto quiere decir que el Gobierno carece de herramientas efectivas para evitar que continúe la inestabilidad de los últimos días. Massa se desesperó para alcanzar rápidos acuerdos con los sectores más sensibles en un intento por evitar un mayor impacto en precios. En los primeros días emergió el riesgo es una espiralización inflacionaria y una paralización crítica de las transacciones comerciales. Fueron tres días sin parámetros que contribuyeron al discurso de Milei de que el caos no es él sino el Gobierno. Si esa dinámica no se detiene esta semana, Massa estaría terminado.