TÚNEZ.- Si bien con actores diferentes, el mismo guión se repite en la escena política de cada vez más países de todos los continentes: el hastío hacia la política tradicional abre la puerta al ascenso de líderes populistas con proyectos de reforma radical. En la Argentina, este perfil lo representa Javier Milei. En Túnez, el presidente Kais Said. Ambos tienen en común haberse dado a conocer como analistas en los estudios de televisión. Said fue elegido en las urnas en 2019 con una amplia mayoría, pero dos años después dio un “autogolpe” para arrogarse poderes absolutos. Desde entonces, Said ha transformado completamente el sistema político, pero no el económico.
“Tenemos una dictadura peor que la que teníamos en 2011, antes de las “primaveras árabes”. Ben Alí era un dictador racional, pero este está loco. No sabe cómo hacer funcionar un país”, espeta Sihem Bensedrine, una opositora histórica a Ben Ali que durante la década de la transición presidió la Instancia de la Verdad y la Dignidad, dedicada a revelar los crímenes de la dictadura.
El “autogolpe” del verano de 2021 ejecutado por Said, que justificó esgrimiendo un artículo de la Constitución para los casos de emergencia nacional, fue recibido con satisfacción por una mayoría de la población sedienta de cambio. El presidente disolvió el Parlamento y suspendió la Constitución antes de aprobar en el verano pasado una nueva Carta Magna hecha a su medida que concentra todos los poderes en sus manos. Said siempre manifestó su hostilidad hacia los partidos políticos y la democracia representativa, pero nadie imaginó que osaría o podría derruir el sistema.
Durante los primeros meses, no hubo apenas arrestos de figura alguna de la oposición. Con algunas excepciones, pero las autoridades respetaron el derecho a la libertad de expresión, uno de los grandes logros de la Revolución de 2011, que desencadenó las “primaveras árabes”. No obstante, las cosas cambiaron a partir del pasado mes de febrero, cuando se produjo una ola de arrestos de varios de los principales líderes políticos del país, incluida la cúpula del partido islamista moderado Ennahda, que había ganado buena parte de las elecciones del periodo democrático.
“Las detenciones de los opositores son una manera de distraer la atención de la opinión pública de los problemas del país, para los que el régimen no tiene solución”, comenta una observadora política con buenas conexiones en el sistema judicial. “Los procesos contra los opositores están vacíos. La instrucción la lleva un juez de la sección antiterrorista, y no sabe cómo formalizar las acusaciones porque no hay ni una sola acción violenta de la oposición”, añade.
En sus discursos, el presidente suele atribuir a “oscuras conspiraciones” todos los males que atenazan al país, desde la inflación hasta los cortes de agua. En febrero, se despachó con un discurso en el que alertaba de “un plan criminal” para sustituir la mayoría árabe y musulmana del país por “hordas” de migrantes subsahariano. Los días siguientes, se desató una “caza al migrante negro” con decenas de agresiones con la complicidad de la policía. Se trata de un caso de manual de construcción de un chivo expiatorio, ya que los migrantes subsaharianos, la mayoría en tránsito hacia Europa, solo representan un 0,6% de la población del país.
Según la mayoría de analistas, Said continúa conservando el apoyo de buena parte de la población, pero es evidente que el entusiasmo inicial se ha ido apagando. En invierno el régimen organizó unas elecciones legislativas que la oposición boicoteó y que batieron un récord mundial de abstención: cerca del 90%. Y es que la crisis económica y social que aupó a Said no se ha resuelto, más bien al contrario, se ha agravado. La inflación se ha disparado y hay escasez de algunos productos básicos, como el pan, porque el gobierno no dispone de divisas para pagar las importaciones.
“Es verdad que la vida se ha encarecido, pero eso no es culpa del presidente. Pasa en todo el mundo a causa de la guerra de Ucrania. El presidente es un hombre limpio, mientras que los políticos, son todos unos ladrones”, comenta Salah, un jubiado de 70 años que completa su exigua pensión al voltante de un taxi. Salah vive en Muruj, un humilde barrio de la capital. Es entre las clases populares que Said retiene un mayor apoyo.
Durante la campaña electoral de 2019, Said, de moral conservadora, no presentó un programa económico definido. Más allá de prometer luchar contra la corrupción, se limitó a decir que el gobierno ayudaría a financiar los proyectos de desarrollo elaborados por los jóvenes de las regiones pobres. “Al día de hoy, Said no ha aplicado ningún cambio a la política económica. Teniendo poderes absolutos, podría haber aprobado las leyes y políticas que hubiera querido”, asevera el periodista económico Aymen Harbawy.
“Said se ha dedicado a acariciar al Ejército y a la élite económica, sobre todo la financiera para poder mantener el poder, que es lo único que le importa”, desliza Bensedrine. Desde hace más de un año, el país negocia con el FMI la concesión de un crédito de más de 2000 millones de dólares para evitar la bancarrota, pero Said se niega a aceptar las condiciones del Fondo, ya que implicarán dolorosos recortes. Habida cuenta de la excelente sesión turística de este año, Harbawy considera que el país podrá resistir hasta inicios de 2024. El año próximo será clave para el experimento populista de Said por diversas razones, entre ellas, la celebración de elecciones presidenciales. Ahora bien, también podría decidir aplazarlas, es la ventaja de gozar de un poder absoluto.