Elecciones 2023 | La autopsia de una derrota dolorosa y la urgencia de una reinvención

Corría 2022 y una de las figuras centrales del Pro garabateaba el futuro en una mesa de café: “Llegado el momento vamos a tener que hacer kirchnerismo por un día. Lo que sea necesario para volver al poder con amplio respaldo para gobernar”. La racionalidad de esta generación de políticos profesionales debía trazar una estrategia electoral colectiva. Encerrarse a decidir candidatos con la calculadora en la mano. Tomar decisiones pragmáticas que condujeran al resultado deseado, sin fiarse de que el naufragio de Alberto Fernández los conducía a un triunfo inevitable.

No ocurrió. El partido que fundó Mauricio Macri se enredó en un forcejeo sucesorio, al que se dejaron arrastrar los radicales y sus socios menores. Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta aguantaron hasta el final en el juego de las sillas, a costa de una decena de postulantes caídos en camino. Ajenos a las señales de hartazgo social con la política se distrajeron en la discusión endogámica, sin atender el espejo retrovisor, donde se recortaba el estridente galope de Javier Milei.

En términos de Milei, fueron “casta” para pelearse, pero no para “transar”. Fracasaron todos los tímidos intentos de tejer una oferta electoral que sirviera al declamado objetivo del “cambio profundo”. ¿Había que ir con un solo candidato? ¿Era necesario “ampliar la coalición” a costa de unos jirones de identidad? ¿Tenía sentido zambullirse a una catarata de internas a cara de perro a nivel nacional, provincial, municipal? La realidad del escrutinio los abocó a revisar qué salió mal. Estudian aparentes errores como un árbitro en el VAR, con la inquietud inconfesable de si queda margen para dar vuelta la jugada.

1. Los votos perdidos y la ola amarilla que no fue

Las PASO de 2019 quedaron como una herida existencial en el alma del Pro. El gobierno de Macri empezó una agonía después de esa derrota por 16 puntos contra Fernández. Un optimismo sin anclaje científico les hacía repetir a los candidatos de la coalición que ese era un piso que no se podía perforar. Respuesta incorrecta. El recuento del domingo exhibió a la suma de los candidatos de JxC en 28,3% a nivel nacional, con 1,5 millones de votos menos que en la elección equiparable de hace cuatro años. Les fue peor que a Macri en 18 de los 24 distritos, con algunos derrumbes de escándalo como en Córdoba (un caso para analizar aparte). Si el mapa argentino de 2019 era como la camiseta de Boca -con una franja amarilla en el centro productivo- ahora le quedan solo los vivos de una manga -las mesopotámicas Entre Ríos y Corrientes, más la estrellita de la Capital-. Los datos abrieron un profundo debate sobre el engaño al que los llevó la victoria en los comicios anticipados de provincias que solían ser peronistas, como Santa Fe, San Juan, Chubut o San Luis, que ahora sucumbieron al encanto de Milei.

2. La sucesión en la Ciudad

Los arqueólogos de la derrota harían bien en estudiar el proceso sucesorio de la Ciudad de Buenos Aires. Macri considera el bastión porteño como la escuelita del Pro, la joya de la corona, la plataforma desde la que un partido sin historia consiguió disputarle el poder nacional al peronismo kirchnerista. La Capital equivale a vidriera y recursos holgados para el arte de la política.

Con Larreta impedido de otro mandato, Macri le advirtió desde temprano que debía pensar en su reemplazo. Empezó a impacientarse cuando esa figura no aparecía. Larreta se lanzó a cumplir el sueño presidencial que agitó su existencia, mientras ensamblaba un tinglado partidario diverso que tenía entre sus piezas a Martín Lousteau. Macri sospechó que había un acuerdo inconfesable: la Ciudad para Lousteau, a cambio de apoyo radical para el proyecto nacional larretista.

En 2021, el jefe porteño hizo un enroque que descolocó a Macri. Envió a Diego Santilli a competir en la provincia de Buenos Aires y se trajo al Gobierno de la Ciudad a Jorge Macri, que corría una maratón con destino en la gobernación. Pero nunca terminó de confirmarle a “el Primo” que la candidatura al trono porteño sería exclusivamente suya.

La tensión fue creciendo a medida que se configuraba un desafío de Larreta al liderazgo de Macri. El clímax llegó en abril, cuando el alcalde-candidato decidió convocar a elecciones concurrentes, el mismo día de las PASO nacionales pero con sistemas diferentes. Mantuvo su pacto con Lousteau y quiso inflar a Fernán Quirós para devaluar a los Macri. Las heridas de esos días de otoño todavía sangran.

Jorge Macri finalmente ganó agónicamente. Larreta sufrió una paliza en el distrito que gobierna (Bullrich lo superó por 8 puntos) y la experiencia del voto en dos urnas (analógica y electrónica) resultó un incordio para los votantes que acaso explique el pobre registro de participación porteño (70%). Además, el 8% se fue sin votar en las maquinitas de la discordia.

Atrapado por las emociones, Macri no fue durante la campaña el árbitro imparcial que había sugerido cuando anunció el 26 de marzo que no sería candidato a nada.

3. Santilli y Schiaretti, ¿dos tiros en los pies?

Aquello de “kirchnerismo por un día” era un elogio al adversario que se explica en la necesidad de un resultadismo a prueba de balas. “Compitamos, pero no nos tiremos tiros a los pies”, decía en mayo uno de los jerarcas del Pro que anotaba en un cuaderno de espiral aparentes “errores” que se pagarían caros en agosto. El primero de ellos se lo atribuía a Larreta: haberse empeñado en forzar una espiral de primarias en la provincia de Buenos Aires en busca de capitalizar solo para sí el activo de Santilli, el candidato opositor a la gobernación mejor posicionado en las encuestas.

Macri -que no cuenta a Santilli entre los dirigentes que admira- estaba convencido de que debía ser el candidato de unidad. Bullrich lo aceptaba, pero sin pedirlo, por orgullo. Pero en los cálculos del larretismo “el Colo” era una franquicia que les pertenecía y que iba a inclinar la balanza de unas primarias nacionales apretadísimas. “Como quieras, yo tengo un candidato”, toreó Bullrich en una de las últimas reuniones en las que se hundieron los sueños de los pragmáticos. Así nació la candidatura a gobernador de Néstor Grindetti, que marcaba rayita en las encuestas previas al otoño.

En guardia, Bullrich levantó una muralla a su alrededor para resistir las movidas estratégicas de Larreta para ampliar la base de la coalición. El intento más osado fue acercar a Juan Schiaretti para armar un “frente de frentes”. La propuesta se hizo a destiempo, en medio de la campaña en la que Luis Juez se ilusionaba con derrotar al peronismo schiarettista en Córdoba. Estalló una crisis y el macrismo se unió en un “no pasarán” a todo o nada. Culpaban a Guillermo Seita, operador que une al peronismo cordobesista con Larreta, Lousteau y otros clientes.

El diario del lunes es un espejo incómodo para los dos duelistas principales. Santilli se acercó a una módica hazaña en Buenos Aires, pero perdió por 0,25 puntos en una ola al cabo estéril de corte de boleta: sacó 5 puntos más que Larreta. Kicillof celebró la división. Ganó por 3 puntos y, aunque se dejó en el camino 2 millones de votos, se ilusiona con tener como rival a Grindetti, un candidato aún con bajo nivel de posicionamiento.

Si Bullrich se regodeó de haber bloqueado el acuerdo con Schiaretti ahora estará sufriendo el destino de las plegarias atendidas. El gobernador cordobés sacó 907.000 votos en todo el país: ¿qué sería hoy de la Argentina y de la candidata de Pro con esos casi 4 puntos en la cuenta global de JxC?

¿Cuánto del Waterloo del domingo sucedió en Córdoba, la zona cero del macrismo, donde había ganado siempre hasta ayer? La suma de Bullrich-Larreta terminó con un raquítico 25% allí, por detrás de Schiaretti (27,5%) y Milei (33,6%).

4. El GPS de señal defectuosa

El desenlace de las PASO se parece de manera sorprendente al escenario que las encuestas mostraban en los albores de la campaña. Milei asustó a los líderes del Pro cuando lo vieron escalar en el verano hacia el primer lugar en la intención de voto. Macri llegó a decir que lo veía seguro en el ballottage.

Pero con el avance de los meses se impuso un consenso tranquilizador. El libertario se caía, afectado por los escándalos, la radicalidad de sus propuestas y la endeblez de su estructura en las provincias. Los sondeos eran elocuentes: curva para abajo, indudable. Razón de más para desplegar un festival de recursos para el proselitismo a la vista de una sociedad afectada por el síndrome de la desilusión.

El relato demoscópico describió un favoritismo inicial de Bullrich y un repunte tardío de Larreta hacia un final que sería de bandera verde. ¿Era esa la brújula real con la que se movían los candidatos de la alianza opositora? ¿O terminaron por comprar el buzón que vendían? Solo en el último tramo parecieron intuir que algo iba mal. Que iban a necesitarse cuando se disipara el fuego de la interna. Que al menos tenían que gestionar una foto juntos.

5. Autocrítica y la corrección que viene

El discurso público de Bullrich eludió la autocrítica bajo emoción violenta. Con el resultado puesto, felicitó a Milei y lo invitó a sumarse a “la fuerza del cambio” como si la ganadora hubiera sido ella y no él. No alcanzó a adaptar el plan preconcebido: se veía vencedora y empujada a la presidencia en primera vuelta gracias al voto útil de los libertarios.

La reflexión empezó después del trámite televisivo de la noche electoral. “Tenemos que pensar todo de nuevo”, admitió un habitante del búnker bullrichista. El voto identitario del macrismo la llevó hasta la semifinal. Pero el partido está complicado. Antes que nada debe retener al 11% que prefirió a Larreta y sus atributos de gestor con un mensaje pacificador. Y para superar a Milei, acaso deba resignar dosis de identidad y ofrecer atributos racionales, previsibles. El libertario, a juzgar por los resultados, es un competidor fuerte en la potestad del “todo o nada”.

El mapa pintado de violeta amerita una revisión integral de la estrategia. Recuperar Córdoba, Santa Fe y Mendoza es una prioridad ineludible para alcanzar el ballottage. En Buenos Aires deberá sumar de alguna forma a esa víctima colateral que fue Santilli y articular un discurso que conecte mejor con el conurbano pobre, donde el kirchnerismo mantuvo la cabeza fuera del agua y Milei se metió sin pedir permiso.

La anatomía electoral endiablada se ofrece como una trampa para Bullrich. ¿Hay lugar en el ballottage para dos opciones escoradas hacia la derecha? ¿O debe concentrarse en sacar de la cancha a Milei, en busca de la finalísima con Massa en noviembre? Es una primera decisión que quema. ¿Debe erigirse en la adalid del antikirchnerismo o dedicarse a conectar con una sociología nueva que está trazando una grieta distinta? En el que el enemigo es “la casta”. Todo lo que ya existía.

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