La estrella de Javier Milei brilló ayer en el cielo de la política nacional ante el asombro generalizado de la población, mientras Unión por la Patria perforaba una capa de nubes, afeitaba la copa de una masa nutrida de árboles y se perdía en el entramado de la selva vernácula.
Eran las 22 de anoche, hora en que entregamos este despacho, cuando percibíamos que ahora se requerirá de una legión de analistas debidamente equipados, por intelecto y por experiencia, para comprobar si hay víctimas fatales y registrar sus identidades; también corresponderá cuantificar el número de heridos. Tal vez lleve algún tiempo la caracterización del cuadro que se halle después del detenido y minucioso estudio que comenzó con las últimas horas de la jornada al adentrarse el primer contingente de expertos en el lugar del siniestro, conocido por todos como la Argentina.
Seguramente no despreciarán ningún detalle que se ofrezca a su observación y, menos aún, porque no lo ignoran, que lo esencial será el dictamen sobre lo que quede, y en qué estado, del conjunto de Unión por la Patria. El peronismo ha sabido recuperarse de otras colisiones. ¿Pero el kirchnerismo, saldrá también de esta?
Como era de imaginar, el accidente tuvo inmediata repercusión en el extranjero; las principales embajadas se anticiparon desde anoche a redactar los informes que reclamarán con cancillerías y centros financieros internacionales. Antes de alborear el día, el hecho habrá eclipsado por horas las últimas novedades procedentes de Ucrania: “Milei. ¿Quién es Milei?”.
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El pacto fáustico entre la vicepresidenta Fernández de Kirchner y el ministro de Economía ha derivado en un resultado electoral que inhibe, hasta la apertura de los mercados, la formalización de lo que se proyectaba como aserción de toda lógica: si la oposición triunfaba, los mercados abrirían en alza. Ahora debe esperarse, a fin de verificar cómo se cataliza lo subitáneo de ese hecho tan largamente esperado con la fragilidad, aún mayor de la que soportaba, de la nueva situación para el candidato y ministro. Ha perdido en su propia casa, en Tigre.
Eso se añade al fenómeno de que los mercados descontaban la ventaja de Juntos por el Cambio por sobre el oficialismo y, sin embargo, las empresas extranjeras siguieron desprendiéndose de activos en la Argentina. Es el mensaje de quien recrimina, más que advierte: “Pónganse de acuerdo en que están dispuestos a echar por la borda las ideas perimidas que los condenaron a una involución económica, social y educativa casi sin precedentes en el mundo moderno. Después hablaremos”.
Con el liderazgo fallido de una de esas tías envueltas en el delirio ideológico con el que sólo podría hacerse entender en Nicaragua o Venezuela, e incapaz ella de hacer otra concesión inquisitiva que no fuere la de “¿Tengo razón o tengo razón?”, el peronismo kirchnerista ha salido maltrecho del sistema electoral perverso que conocemos como las PASO. Grabois es un nuevo y modesto absceso en la piel oficialista.
El punto más delicado en lo inmediato es cómo se arreglará el ministro de Economía en el tiempo que resta al gobierno para llegar al 10 de diciembre. Eso involucra saber en qué condiciones afrontará la primera jornada -la del 23 de octubre- de la doble vuelta electoral establecida por el artículo 94 de la Constitución Nacional, según la reforma de 1994.
Como era de imaginar, el accidente tuvo inmediata repercusión en el extranjero; las principales embajadas se anticiparon desde anoche a redactar los informes que reclamarán con cancillerías y centros financieros internacionales
Lo poco que el ministro pudo realizar como candidato en campaña fue en una soledad casi sin antecedentes en la historia política argentina. El presidente de la Nación participó de la contienda sin hacer mucho más esfuerzo que el de encender el aparato de televisión para ver cómo andaba todo o leer mensajes que recibía en medio de un plan frenético de viajes como despedida.
Hizo bien. De haberse involucrado más habría sido peor todavía para Massa. Fue lo que le ocurrió con la vicepresidenta en el acto en el Aeroparque, en el que debió oír que esta hubiera preferido contar con otro candidato, seguramente refiriéndose al ministro del Interior. Como jefe de campaña de Massa, Eduardo de Pedro ha deambulado como un boxeador grogui después del tortazo de haber sido candidato a presidente, y dejar de serlo, en poco más de veinticuatro horas. Massa también debió resignarse a que “la jefa” lo calificara de “fullero”, consagración lunfarda de la fama de ventajero. Fue demasiado.
Después, la señora Fernández de Kirchner acompañó a Massa a la inauguración, en modo trucho, para decirlo sin desentonar con las variaciones lingüísticas en uso, del tramo del gasoducto tan postergado de Vaca Muerta a Saladillo. Por el gasoducto no pasaba gas, pasaba aire como metáfora exacta de toda una época gubernamental en la Argentina. A renglón seguido, la vicepresidenta se refugió en Santa Cruz, ese gran y tradicional paraguas de los Kirchner cuando ha azotado el mal tiempo. A esta altura, puede decirse que ha abusado en exceso del paraguas. Grandes historiadores como E.H. Carr han dicho que la historia es el registro de lo que la gente hizo, no de lo que la gente dejó de hacer.
Bullrich, Larreta y el electorado que pensó en votar a algunos de los dos llegaron exhaustos, perplejos, incómodos al final de la porfía que se resolvió ayer. Fue excesivo tanto desgaste en polémicas, no poco agrias, entre aliados
Massa se aferró al único pasamano a su alcance cuando advirtió que el primer round estaba irremediablemente perdido: se presentó como el competidor que a título personal obtendría el mayor número de votos. Tal vez, sin saberlo, coincidió con Octavio Paz. Decía el gran escritor mexicano que la historia es un teatro fantástico: las derrotas se vuelven victorias; las victorias, derrotas. Decía también que los fantasmas ganan batallas (¿cuántas gano Perón?). Que la victoria de nuestros enemigos puede volverse ceniza y muchas de nuestras ideas y proyectos convertirse en humo.
Patricia Bullrich ha vencido a quien había hecho casi desde la cuna, a tiempo completo, los mayores esfuerzos, encarnado los más encendidos sueños de ser algún día quien reinara desde la Casa Rosada. Solo otro político lo ha igualado en la obsesión: Sergio Massa.
Bullrich, el jefe del gobierno porteño y el electorado que pensó en votar a algunos de los dos llegaron exhaustos, perplejos, incómodos al final de la porfía que se resolvió ayer. Fue excesivo tanto desgaste en polémicas, no poco agrias, entre aliados. Todo será poco para restañar las heridas inferidas. Si hasta no sería extraño que alguien haya aventurado el comentario que sigue en la fiebre por extremar reaseguros que restauren las relaciones tensadas hasta después de la apertura de los comicios: ¿No debería figurar Larreta entre los candidatos a jefe gobierno si Juntos por el Cambio y Patricia se imponen el 22 de octubre con mayoría suficiente o, en su defecto, en el ballotage del 22 de noviembre?
Milei asombró con su actuación, desprovista del profesionalismo que solo los ejercicios comiciales reiterados a través de los años, a través de generaciones, aseguran en teoría un cierto comportamiento de los partidos más veteranos. La novedad ha sido que la gente se hartó de la política tal como la ha conocido desde hace años. Se hartó de su ineficiencia y de la corrupción y sobrepuso la frustración a cualquier reflexión sobre si Milei es o no la flamante adquisición de la casta que denuncia. Los resultados dicen mucho de Milei, pero también del electorado que votó a Milei.
Una experimentada periodista norteamericana que se había trazado como objetivo importante cuando llegó a Buenos Aires concurrir al Movistar Arena a presenciar el acto central de Milei, se reconoció estupefacta por lo que observó. El ingreso desaforado al recinto del candidato rodeado por guardaespaldas en marcha rauda hacia el escenario, atropellando a quienquiera encontrara en el camino, le hizo decir que no había visto nunca en la vida algo así. En un remate que apreciará quien se interese por las comparaciones odiosas, nuestra colega agregó: “A Trump, por lo menos, lo contiene el Partido Republicano…”.
La novedad ha sido que la gente se hartó de la política tal como la ha conocido desde hace años. Se hartó de su ineficiencia y de la corrupción y sobrepuso la frustración a cualquier reflexión sobre si Milei es o no la flamante adquisición de la casta que denuncia
A partir de ahora, tanto en el campo de Bullrich como en el de Massa, hincarán en la vivisección anatómica del voto por Milei. Para conquistarlo el 22 de octubre deberán saber cómo atraerlo, con qué argumentos conquistarlo, de qué forma cautivar las emociones colectivas de ese espectro.
Deberán afinar la imaginación y la capacidad interpretativa para lograr la efectividad que necesitan de modo particular en los debates obligatorios que afrontarán por televisión. Y Milei, ¿qué podría hacer, por añadidura a lo ya hecho, para acrecer el capital que puso los pelos de punta de la política tradicional, y los de la mayoría de los empresarios y académicos?
Patricia carga por delante con la tarea de prepararse para esos debates en cuestiones económicas. Encontrará rivales afilados por lo menos en los temas de más actualidad de esa disciplina. Por lo demás, tendrá que reexaminar las bondades de la consigna de que “si no es todo, es nada”.
¿No convendría, acaso, cambiar de consigna y hablar de la libertad que invocaba Chateaubriand, el genio de las Memorias de Ultratumba? Hablar de la libertad “que nace del orden y que engendran las leyes, por oposición a la libertad que es hija de las licencias y madre de la esclavitud”.