La distribución del ingreso y el aporte del pensamiento de Vilfredo Pareto, a 100 años de su muerte

El próximo sábado se cumplirá el primer centenario del fallecimiento del “italiano” Vilfredo Pareto, quien nació en 1848 en París porque su padre, un marqués italiano, ingeniero, seguidor de Guiseppe Mazzini, estaba exiliado. Terminado el exilio, hizo su vida desde los 4 años en Italia y desde 1900 en Suiza. La ocasión es propicia para prestarle atención a la vida y a la obra de quien, al decir de Joseph Alois Schumpeter, en el mundo angloamericano, como pensador y como hombre ha permanecido ignorado hasta hoy (1954). “La explicación no es difícil. Pareto era producto de un sector de la civilización francoitaliana, extraordinariamente alejado de las corrientes de pensamiento inglés y norteamericano. Dentro de dicho sector, además, su gran figura se levanta aislada. Es imposible encasillarlo”, dijo Schumpeter.

Al respecto, consulté al italiano Maffeo Pantaleoni (1857-1924), quien en la Universidad de Roma sucedió a Angelo Messedaglia. Este último, junto con Luigi Cossa y Francesco Ferrara, formaron a los economistas durante la “edad de oro” de la ciencia económica italiana. En 1923, Pantaleoni resultó electo senador por el gobierno fascista, del cual era simpatizante.

–¿No le da vergüenza haber simpatizado con el fascismo? La pregunta también vale para Pareto.

–A modo de explicación, no de disculpa, permítame señalar que el fascismo, en 1923, no era lo que terminó siendo. Quien modeló el funcionamiento de una economía sobre líneas fascistas fue Luigi Amoroso, que la profesión recuerda por la relación existente entre el precio y el costo marginal, en función de la elasticidad-precio de la demanda de un producto, y de la participación de las ventas de una empresa dentro del sector. Fórmula planteada de manera independiente por Joan Violet Robinson.

–La vida de Pareto es más que interesante.

–En efecto. Estudió ingeniería en Turín y trabajó como director en un par de líneas ferroviarias italianas. En 1899 recibió una herencia que le dejó un tío suyo, valuada en más de 2 millones de liras-oro. Eso le permitió dejar de trabajar y dedicarse a escribir. Al decir de Maurice Felix Charles Allais, en su mente cabían dos personalidades muy distintas: la lúcida, fría y precisa del hombre de ciencia, y la inquieta e incisiva del polemista dado al sarcasmo, que no dudaba en manifestar a la oposición un desdén despiadado. Y una característica trascendente de su obra es la integración de la teoría económica en el marco más amplio de las ciencias sociales. Sus principales obras económicas son Curso de economía política, publicado entre 1896 y 1897, y Manual de economía política, que vio la luz en 1906.

–¿Cuál fue su vinculación con Pareto?

– Creo haber sido uno de los primeros que entendió la importancia del trabajo de Marie Esprit Leon Walras, referido al equilibrio general competitivo. Descubrí a mi brillante alumno, gran amigo y sucesor, Pareto, quien –al decir de Schumpeter– fundó, en Lausana, una escuela más Paretiana que Walrasiana. Allais agrega que Vilfredo llegó a la economía por accidente, luego de leer mis trabajos.

–¿Cómo y cuándo se conectaron Walras y Pareto?

–Sus conocimientos de matemáticas le permitieron a este último leer ¡y entender! a Walras. Recién se conocieron personalmente en 1891. La relación entre ellos fue ambigua: de mutua admiración en el plano intelectual, muy fría desde el punto de vista ideológico, lo cual es comprensible, porque Pareto era conservador y Walras no. Un par de años después de conocerse, Pareto sucedió a Walras en la cátedra que éste tenía en Lausana, cuando tuvo que retirarse por razones de salud.

–Es difícil imaginar que la profesión recuerda a Pareto por su conexión con la teoría del equilibrio general competitivo.

–Efectivamente, porque la idea del equilibrio general es importante, y debería ser tenida en cuenta por todos los economistas (no se puede analizar con el mismo herramental, una devaluación que un impuesto a los porotos verdes), pero el modelaje es una cuestión de especialistas, con una primera generación, integrada por Walras y Pareto, una segunda por varios colegas, entre los que se destacaron Karl Gustav Cassel y Abraham Wald, y una tercera por Kenneth Joseph Arrow y Gerard Debreu, quienes hicieron el aporte “definitivo” en la década de 1950.

–¿Por qué es conocido, entonces?

–Por sus contribuciones en materia de distribución del ingreso y economía del bienestar.

–Lo escucho.

–Sobre lo primero, en materia empírica volcó sobre un papel doble logarFítmico, datos de distribución de ingresos de algunas ciudades europeas, mostrando la constancia de dicha distribución más allá de los regímenes políticos, y sugiriendo que los gobiernos no podían redistribuir los ingresos. Lo cual hoy resulta una afirmación insostenible.

–¿Y a nivel teórico?

–A nivel teórico arremetió contra Jeremy Bentham, quien, pensando que la máxima felicidad posible consistía en hacer lo más felices posible a la mayor cantidad de personas y convencido de que la utilidad marginal del ingreso es decreciente y de que todos los seres humanos somos iguales, proponía una distribución igualitaria de los ingresos. Postura que ignora que los ingresos deben ser generados, y que generarlos tiene que tener sentido para cada uno de los seres humanos que componen una comunidad.

–¿Qué cambió Pareto en el análisis de Bentham?

–Mantuvo la hipótesis de utilidad marginal decreciente del ingreso, pero rechazó que los seres humanos seamos iguales. Más aún, planteó la imposibilidad de comparar las funciones de utilidad de los diferentes seres humanos. De este análisis surge un criterio de bienestar, denominado “el óptimo de Pareto”.

–¿Que dice qué?

–Que solo se puede afirmar que una política económica es buena cuando mejora la posición de algunos, pero sin deteriorar la de los otros. Un criterio absolutamente restrictivo que, aplicado literalmente y como bien explicaba Gottfried Haberler, llevaría a la conclusión de que la Gran Crisis de la década de 1930 no puede ser calificada de manera crítica, porque durante ese período la Universidad Harvard decidió no disminuir el salario de sus profesores, en términos nominales en presencia de deflación, es decir, de caída en el nivel general de los precios. Por lo cual, decía Haberler, a él la crisis de la década de 1930 lo favoreció, lo cual no quiere decir que no tuviera una visión crítica de lo que ocurrió.

–Más allá de Pareto, ¿qué termina diciendo el análisis económico en materia de redistribución de los ingresos?

–Que son posibles, pero dentro de ciertos límites, desautorizando también a John Stuart Mill, quien creía que se podían separar por completo las leyes de la producción, de las leyes de la distribución. A propósito: ¡la de seguidores de Stuart Mill que existen en la Argentina!

–Don Maffeo, muchas gracias.

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