Es el final de un día larguísimo, pero Horacio Rodríguez Larreta no denota fatiga en el rostro. Sonríe para la cámara y posa con una bandera militante, a metros de la esquina de Veléz Sarsfield y Bartolomé Mitre, en Avellaneda. Apenas se apaga el flash, graba un video para un candidato en Ezeiza que acaba de conocer. De buen ánimo, pese al trajín de una de las últimas jornadas de la campaña para las PASO, una primera escala hacia la Casa Rosada, le pide al hombre que le repita su nombre: “Decime bien qué tengo que decir”, le demanda. Unos militantes y funcionarias porteñas se amuchan para llevarse una selfie. Lo agarran del brazo y lo tironean mientras él intenta caminar hasta la camioneta oficial, una Hyundai negra. “Somos las ‘matanceras’, de Laferrere”, lo interceptan dos mujeres y el candidato retrocede unos pasos.
Impaciente, Sofía, una de sus asistentes de prensa, relojea la hora en la pantalla del celular. Falta poco para las 20 y a Larreta todavía le queda en su agenda una entrevista en los estudios de TN, en el barrio de Constitución. Si bien debe apresurarse para cumplir con el último compromiso, el jefe porteño sigue en la búsqueda de votos en el conurbano, fortaleza peronista, cuando cae la noche. En particular, se lanza a la caza de indecisos, decisivos en un escenario electoral incierto. La recorrida fue antes de la suspensión de los actos de campaña por la muerta de Morena, la nena de 11 años que murió en Lanús atacada por motochorros.
En los intervalos de las fotos, clava su mirada en los dirigentes territoriales y les pregunta, con insistencia, sobre el “clima” que perciben en sus distritos. Son leales que se movilizaron hasta la confitería Brig, para asistir al epílogo del tour proselitista de Santilli por diez municipios, y tienen un instrumento más certero que las encuestas para medir la temperatura de la “calle”. Luce exaltado con los diagnósticos que escucha y mueve los brazos como un coach motivacional durante un curso. Se desliza como si buscara un contacto con la mística. De repente, suelta un suspiro y exclama: “¡Estamos con viento de cola! ¡Clima ganador, eh!”.
Larreta sabe que se juega su futuro en la provincia de Buenos Aires, que representa casi el 40% del padrón electoral. Por eso, se aferra a la figura de Santilli, su postulante a la gobernación y su principal activo. La disputa con Bullrich es reñida, con final abierto. En cambio, el exvicejefe porteño parte como favorito en la disputa con Néstor Grindetti, la apuesta de la exministra. Santilli persigue lo que para muchos jefes territoriales del conurbano es una quimera: que la boleta del gobernador arrastre por primera vez para arriba a la del presidente. Las cifras históricas de corte del ticket son muy bajas. Y no son antecedentes esperanzadores para el “Colo”. Pero en su equipo confían en su capacidad electoral y estiman que podría sumar entre tres y cuatro puntos a Larreta para apuntalar una diferencia crucial en la competencia con Bullrich. Hacen hincapié en su nivel de conocimiento, su red de alianzas y, ante todo, su astucia. Sin embargo, son cautos: sienten que la elección se convirtió en una moneda en el aire. “Puede pasar cualquier cosa”, admiten con los brazos en jarra. Notan una atmósfera enrarecida en la sociedad y prevén un bajo nivel de participación.
Larreta se siente revitalizado en un momento decisivo de la campaña. O, al menos, intenta transmitir un renovado optimismo a sus representantes en el territorio. Después de una jornada agotadora se zambulle en la zona sur del conurbano. Allí, tiene previsto realizar una visita a dos municipios peronistas de la tercera sección electoral, donde se define casi todo: Florencio Varela y Avellaneda. Es el cierre de 24 horas vertiginosas de campaña para el candidato presidencial. A la mañana voló a Córdoba para anunciar su propuesta “federal” rodeado de cuatro gobernadores electos de JxC y Maximiliano Pullaro. A la tarde, tras su regreso a Buenos Aires, se trasladó a Vicente López para grabar una entrevista con Luis Novaresio en LN+. Y, luego, atravesó la Capital en auto para acompañar a Santilli en el final de su maratónica recorrida por la provincia.
En el barrio El Molino, en Florencio Varela, un terreno hostil para JxC, lo reciben su nutrido equipo de comunicación -que ya hizo previamente la inspección ocular que marca el protocolo- y un puñado de aliados y postulantes a legisladores o jefes comunales. Están Florencia Casamiquela, Miguel Pichetto, Martiniano Molina, Pablo Alaniz y Florencia Arietto, entre otros. A Pichetto lo notan inquieto en la previa: se queja porque la actividad se hará en una calle sin salida. “No tengo miedo, nene, pero esto no me gusta”, le dice el exsenador, que tiene mil batallas del PJ en su CV, a uno de los referentes locales. Hasta último momento hubo dudas entre los organizadores si debían hacer o no el cierre en ese barrio humilde, ya que Casamiquela fue intimidada hace unos días por un vecino de la zona, pero los emisarios de Larreta y Santilli insistieron. “Es la boca del lobo”, les avisaron.
En el arroyo Las Piedras, punto limítrofe entre Florencio Varela y Quilmes, Larreta palpa el nivel de pobreza estructural en un territorio resquebrajado. Mientras Santilli se prende en un partido de fútbol, el jefe porteño acelera el paso. Sus movimientos están cronometrados y está demorado. Hablan con los vecinos, graban videos y esquivan reproches. Él exhibe sus credenciales de gestión y alude a la urbanización de villas en la ciudad cuando le achacan no haber caminado calles de tierra. Transcurren 45 minutos y los organizadores dan por concluida la visita, sin sufrir ningún sobresalto. Logran reunir a decenas de vecinos y quedan muy satisfechos con el resultado del test.
Apenas se va del lugar -un par de vecinos los despide con insultos y los tildan de “traidores”-, Larreta se imagina un escenario complejo para la transición. Quienes lo rodean lo notan seguro de que JxC saldrá triunfador tras el veredicto de las urnas. “Habrá que actuar con una responsabilidad enorme”, dicen en su tropa. Descartan que vayan a empujar al Gobierno al abismo o fomentar la dinámica “cuanto peor, mejor”, que atribuyen al ala dura de JxC. Pese a que Larreta se aferra a la idea de que una victoria del principal frente antikirchnerista generará un cambio de expectativas que tranquilizará a los mercados -lo compara con el escenario de 2015 y la ola amarilla de Macri-, el último temblor cambiario encendió las alarmas en el tablero opositor. Gane Bullrich o él la disputada interna de JxC, la palabra del candidato presidencial del espacio tendrá un peso relevante a partir del lunes. En el larretismo advierten sobre los riesgos de una “hiperinflación” y su eventual impacto en las zonas postergadas del conurbano, con un tejido social endeble.
Son las 18.30 y el frío cubre a uno de los municipios más populosos de la zona sur. Tras la parada en El Molino, el itinerario marca que el periplo termina con un mitin en el local Brig. El jefe porteño tiene una obsesión con los horarios. Pregunta a cada rato cuánto falta para la próxima actividad durante el trayecto que une a Florencio Varela y Avellaneda. “¿Dónde estamos ahora, Marti? ¿Solano?”, inquiere Larreta al exintendente y retador de Mayra Mendoza en Quilmes, que se medirá con Walter Queijeiro, aliado de Bullrich, en la interna de JxC.
“¡Mirá! ¡Encontré un cartel mío!”, celebra, con tono irónico, Molina. Se queja del poder de fuego del aparato municipal que controla La Cámpora. En medio de la excursión, Santilli despotrica por el abandono en espacios públicos en Quilmes hasta que se topa con una plaza refaccionada. La comitiva de JxC ya está en territorio del cristinista Jorge Ferraresi, pero Santilli no se había percatado. “Ah, mira vos. Tienen buenas plazas, pero les vamos a ganar igual”, lanza el postulante a gobernador y suelta una carcajada. No pueden dar certezas, pero vislumbran una catástrofe del PJ.
Larreta vuelve a preguntar cuánto falta para llegar, mientras monitorea compulsivamente el teléfono. Sus laderos bonaerenses hacen números para la batalla del domingo. Festejan que los dirigentes con peso territorial hayan salido a respaldar el cierre de Santilli con el hashtag “falta menos” y el alcance de la movida propagandística en redes. Sienten que, en un puja tan reñida, los likes pueden convertirse en votos, sobre todo, por la llegada al segmento joven.
En la comitiva larretista se animan mutuamente. Están convencidos de que retomaron el pulso de la campaña y que equilibraron la puja, al menos, en el pronóstico que se traza en los círculos de poder más influyentes. Hay mucha confianza en el peso del despliegue territorial, su andamiaje y la capacidad de fiscalización. Quienes lo tratan a menudo cuentan que Larreta se imagina superando a Bullrich por amplio margen, pese a que la mayoría de las encuestas pronostican una posible derrota de su lista o un empate técnico. No se fía de esos números. Se agarra de sus mediciones y su pálpito post-Santa Fe, un break point para él. ¿Qué lugar ocuparía si pierde con Bullrich? Para Larreta, no hay plan B. Dicho de otro modo: no proyecta un escenario en el que no sea el vencedor. A todo o nada, como su adversaria.
Ese mismo mensaje le baja a su tropa. Confía en que la “mayoría silenciosa” se impondrá a los extremos “ruidosos” en la pugna con Bullrich por el liderazgo del universo opositor. En Uspallata ya hay quienes encontraron una metáfora para describir al “votante de Horacio”: “Es como Bernardo, el asistente del Zorro. ¡Mudo!”, bromean entre segundas y terceras líneas.
En el entorno del alcalde les quitan relevancia a los últimos guiños de Macri al discurso de Bullrich, que promueve un set de reformas profundas y rápidas. “No hubo novedad”, aseguran. Otros son más osados en su análisis: “Mauricio jugó al fleje”. En la batalla por la identidad de JxC, el jefe porteño está convencido de que se impondrá al final del camino su apuesta por la amplitud y la moderación. En su entorno político hasta se animan a proyectar un debate con Massa, su amigo, con quien se distanció por la campaña, pese a que intercambian chats. En el larretismo vislumbran un revival de Macri versus Daniel Scioli. Dos viejos amigos que se enfrentan por el premio mayor.
Al margen de las especulaciones, Larreta sabe que no debe cometer errores de cara a la compulsa del domingo. Está convencido de que las últimas 72 horas son clave para pescar adhesiones en el limbo del electorado: los indecisos. Cree que muchos votantes definen su preferencia al filo de la compulsa. Frente a un mapa electoral incierto por la apatía y el malestar social, los armadores larretistas estiman que los indecisos se situarán mayoritariamente en el campo del jefe porteño cuando lleguen a las urnas. Especulan que los votantes “duros” ya se decidieron por Bullrich. Y creen que el voto bronca irá a Javier Milei y el de la angustia, a Larreta.
Cuando Larreta y Santilli arriban al bar Brig, en Avellaneda, la puesta en escena ya está armada. Los recibe el postulante a intendente del frente y anfitrión en la última actividad: Maximiliano Gallucci. “¿Buen clima? Vamos a ganar acá, eh”, lo arenga Larreta a Galluci. “Aguante Bullrich”, les grita un joven desde el interior de un auto. Otro hombre los chicanea y les avisa que su preferido para las PASO es Massa. Apenas saludan a los primeros militantes, Larreta y Santilli salen en vivo en el canal América, porque un móvil los esperaba en la puerta del lugar. Ya saben qué quieren decir: foco en la inseguridad y la economía. Todo está medido y forma parte de una secuencia.
Apenas termina la conexión, arranca el acto final. De repente, brotan como hormigas dirigentes aliados: Diego Valenzuela, Pichetto, Silvia Lospennato, Cynthia Hotton y José Luis Espert. Federico Di Benedetto, jefe de campaña del larretismo, se suma a la comitiva unos minutos después, cuando resuena en los parlantes “Somos uno”, de Axel y Abel Pintos, un jingle de la campaña de Larreta y Santilli.
Cuando le pasan el micrófono, Larreta les pide a sus feligreses que se movilicen y rastreen en el seno de sus familias o entre sus compañeros de trabajo entre quince o veinte personas que aún no hayan decidido a qué candidato apoyar. “Faltan dos días; es un montón. Tienen que salir a buscar uno por uno a esos indecisos”, recalca. Reclama “ir a fondo” y se diferencia de Bullrich: “No creemos en la violencia y sí en el trabajo y los equipos”, repite como un mantra. Cuando concluye, Hotton intenta levantar a los seguidores con un “Larreta presidente”. Santilli se trepa a un cantero de la vereda para filmar la escena y difundir el video en sus redes. “¡Vamos, no me alflojen!”, se suelta el alcalde.
Después de la sesión de fotos con militantes, Larreta se pone una gorra roja que le trae Santilli, quien lo abraza para una selfie. “La foto ganadora, eh”, brama el alcalde. Entre risas, el “Colo” corre hasta el baúl de su auto para buscar un jean: se quiere cambiar durante el viaje a Constitución para acompañar a Larreta a TN. Finalmente, el jefe porteño también acelera el ritmo del andar. Parece haber encontrado su épica, un impulso emocional. “¡No se me queden, eh! Hay un clima de la concha de la lora”, eleva el tono, con el puño en alto, antes de subirse a la camioneta. En el tramo final Larreta se lanza a una batalla anímica para doblegar a Bullrich en la decisiva interna del domingo.