La caravana avanza a paso lento por la avenida Brigadier General Juan Manuel de Rosas y cada vez más gente se amontona alrededor de la Dodge 64. Resuenan las sirenas y retumban las bocinas. A bordo de la caja de la camioneta, Patricia Bullrich mantiene los brazos en alto y gesticula cuando habla con Eduardo “Lalo” Creus y Néstor Grindetti, sus escuderos en su primera procesión en San Justo, un territorio clave en las horas finales de la campaña. “¡Mirá, esa es la ‘Pato’!”, le advierte un joven a su pareja mientras prepara el celular para retratar la escena. Uno de los hombres corpulentos que ofician de seguridad y trotan alrededor de la Dodge azul les permiten llegar a la candidata por un corredor estrecho. Una anciana se acerca al vehículo para darle ánimos y un joven vestido con ropa deportiva le avisa que la votará el domingo, cuando se definirá el futuro de Juntos por el Cambio. Vecinos y comerciantes salen espontáneamente de sus locales a saludar. Distendida, Bullrich levanta su mano izquierda y cierra el puño: “¡Vamos, vamos, vamos!”, exclama.
Las incipientes señales de hostilidad se intensifican cuando la flota de autos se estanca en la calle Doctor Ignacio Arieta, arteria principal de San Justo, plena zona comercial y corazón del poder municipal. Una mujer les hace “fuck you” mientras unos vendedores ambulantes les gritan desde la vereda: “¡No vuelven más!”; “¡Fuera, borracha!”; “¡Viva Perón!”. Otros tararean la marcha peronista. La reprobación se entrecruza con aplausos y gestos de apoyo. Con la sonrisa a pleno, Bullrich clava su mirada en el grupo más virulento de agitadores. Frente a los insultos, exhibe su instinto y ensaya una ironía en lenguaje corporal: estira el brazo y les hace la “V” de la victoria, un ícono justicialista.
Bullrich aprovecha al máximo sus últimos días de campaña. En una disputa a todo o nada con Horacio Rodríguez Larreta por el dominio opositor, la precandidata a presidente le dedicó el mayor tiempo de su rastrillaje en el territorio a la provincia de Buenos Aires, sobre todo, al conurbano bonaerense, otra vez epicentro de una contienda electoral. El distrito más influyente del país era su Talón de Aquiles hasta hace pocos meses. Con el paso del tiempo logró equilibrar la puja con Larreta, quien se había dedicado los últimos dos años a fortificar su despliegue territorial y a tejer una estructura capaz de batallar con el poderoso aparato oficialista, que tiene una maquinaria armada para ganar elecciones en esa vasta geografía. A fuerza de sondeos favorables a sus posibilidades, la exministra de Seguridad logró armar su “ejército” para la puja de liderazgo con Larreta. Ahora, el escenario quedó abierto y el jefe porteño confía en que Diego Santilli, su gran carta electoral, le dé una ventaja clave en la recta final.
Consciente de que gran parte de su proyecto se jugara en el conurbano, Bullrich exprimió sus oportunidades para sumar adeptos a su cosecha en La Matanza, el principal bastión del PJ. En el terruño de Fernando Espinoza reclutó a Creus, su pupilo para la contienda por la intendencia, y al exministro de Educación Alejandro Finocchiaro, un hombre de confianza de Cristian Ritondo, el heredero de María Eugenia Vidal en Buenos Aires. Rivales en el pasado, “Lalo” y Finocchiaro aunaron fuerzas para la gran batalla. Con esa tropa, Bullrich se atrevió a desfilar el sábado por el pago chico de Cristina Kirchner. “Esta es la caravana que Massa no pudo hacer”, se jacta Grindetti, postulante a la gobernación de Bullrich y jefe de Pro en la estratégica tercera sección electoral, mientras agitaba con ritmo eléctrico la bandera de la Argentina. Al escuchar su comentario, Finocchiaro, que intercambiaba bromas con Ritondo en el centro de la caja de la Dodge 64, remata: “Sergio no podía venir sin ‘el negro’ [por Espinoza], que ni en pedo puede hacer esto, porque lo putea la gente”.
En JxC se esperanzan con la chance de desbancar al PJ de La Matanza después de cuarenta años por la encarnizada interna entre Espinoza, aliado de Cristina Kirchner, y el Movimiento Evita en el distrito más populoso de la provincia. Creus, fundador de Alternativa Vecinal, cerró filas con Bullrich con ese objetivo. Fue uno de los promotores de la caravana proselitista del sábado, pese a las dudas que generaba la idea entre los armadores de la exministra. El concejal y aspirante a jefe comunal ostenta tener un “termómetro matancero” e insistió con hacer un gesto simbólico de liderazgo: llevar a Bullrich a una caravana en la fortaleza electoral del peronismo. “Vivir acá es caótico. La gente necesita orden y seguridad”, comenta Creus con un dejo de tristeza mientras toma un sorbo de un café caliente en el local partidario de San Justo. Está convencido de que Espinoza está “débil” y que Bullrich supera por cuatro puntos a Larreta en sus encuestas en La Matanza. No duda de que hay una ola a favor de la exministra. “Hace un año, Horacio la duplicaba”, apuntan cerca suyo. En su proyección, Creus cree que hay 800 mil votantes de su distrito que no respaldan a Espinoza. Y confían en desplegar una estrategia de voto útil para dar el batacazo en octubre.
Faltan minutos para las 17 y Bullrich luce exultante. Firma autógrafos en boletas y remeras, mientras posa para las típicas selfies con militantes. Para Finocchiaro, el tiempo apremia. “Que apuren, acá estamos regalados”, le susurra a Ritondo. “Hay que esperar. Falta gente”, responde el jefe de bloque de Pro en Diputados. Temen que Espinoza pueda armar un escrache a la movilización opositora o mandé a un vecino a “romper” el acto. Pero no hay señales del aparato peronista. “Esto tiene valor simbólico. En otro momento no nos hubiéramos animado. Está raro el conurbano”, comentan los laderos de Bullrich desde la caja de la Dodge.
Cuando se baja de la camioneta, desde donde pronunció un discurso con foco en la estabilidad económica, la seguridad y la educación, Bullrich sigue entusiasmada y no se quiere ir. A la noche planea ir al teatro a ver a Luis Brandoni. “Juanpi, no viniste, cagón”, lo chicanea a Juan Pablo Arenaza, su jefe de campaña, a quien le relató su travesía por la capital del PJ. Arenaza se había quedado negociando con el larretismo los términos y condiciones del búnker compartido para la noche del 13 de agosto. “Parece Menem”, bromearon en su mesa chica al ver las imágenes de la caravana de la exministra en La Matanza, el partido con más habitantes del país y con más de un millón de electores.
La incursión de Bullrich por San Justo arranca cuando restan pocos minutos para las 15. Decenas de autos y micros con simpatizantes se agolpan en la vera de la avenida Monseñor Rodolfo Bufano. Mientras irrumpe en el ambiente el rugido del motor del “Patomóvil”, un Citroën 2CV acondicionado para la campaña, Finocchiaro y el exconcejal Jorge “el panadero” Álvarez, aliado de Ramón Lanús, principal rival interno de Gustavo Posse en San Isidro, miran atentos los preparativos de los militantes de JxC. El equipo de comunicación y redes sociales ya está en guardia, a bordo de una camioneta para escoltar a la candidata, que se demora por una parada proselitista en Haedo. Entre los armadores territoriales de la exministra intercambian datos de sus distritos para calmar ansiedades. Restan ocho días para votar y el aparato electoral de JxC se encuentra en ebullición en los municipios bonaerenses. “¿Dónde está el votante de Horacio? Tiene que ser muy silencioso”, especulan entre los socios de Bullrich y Creus en La Matanza. Se sienten en un mar de incertidumbre, por la brecha entre el pálpito que tienen en sus recorridas, su análisis racional de la interna y las fallas de las encuestas. “Esta es la elección más extraña desde 1983″, señalan. En la charla se cuela el factor Santilli. No subestiman la “viveza” del ladero de Larreta ni su manejo de los fierros, pero creen que la boleta presidencial tirará desde la punta. “Ni el ‘Colo’ es Churchill ni Néstor es Aníbal [Fernández]”, remata uno de los estrategas de los “halcones” en la provincia. También inquietan los yerros de la exministra a la hora de desmenuzar sus planes en materia económica. “Preocupa porque ya llega a la mesa del bar”, grafica un dirigente de Pro que trajina el terruño bonaerense.
A metros del lugar donde se reúnen colaboradores y asesores de los protagonistas de la caravana, el senador provincial Joaquín de la Torre, lugarteniente de Bullrich en San Miguel, espera el arranque de la actividad de campaña en un clima de optimismo. En los últimos días hizo un raid por distritos de Buenos Aires para auscultar el nivel de adhesiones en la interna. No ve un cambio de tendencia, como promueven en Uspallata, sede del larretismo, ni una merma que lo inquiete. “Es paliza”, vaticina. Confía en su metodología para hacer sondeos y olfatea que esta vez la estructura territorial no inclinará la cancha a favor del jefe porteño.
A las 14.50, la camioneta Dodge que lleva a Bullrich irrumpe en la colectora y toma la delantera en la caravana. El viaje al núcleo del andamiaje del peronismo sirve como banco de pruebas del ánimo social en la antesala de una elección crucial para el país. La mayoría de los transeúntes mira con apatía el portentoso desfile de postulantes. Parecen indiferentes ante la discusión política. El nivel de participación asoma como un “cisne negro” en la próxima elección. En las legislativas 2021, dice Creus, un 30% del padrón de La Matanza prefirió ausentarse o abstenerse.
Esa aparente desconexión se entremezcla con el brote de los polarizadores, el segmento del electorado más ferviente. “Se siente, se siente, Pato, presidente”, le gritan a la exministra. Ella saluda y mueve los brazos de forma enérgica. Se entusiasma con el feedback de varios comerciantes y vecinos. “Estamos muy bien, pero hasta que no termine el partido no se festeja. Yo soy de Independiente”, lanza Grindetti cuando la caravana se detiene en un semáforo. Durante el recorrido -que fue diseñado meticulosamente en la previa- discute con un joven del club de Avellaneda que le reclama por su rol como presidente: “¿Qué pasa con ‘el rojo’, Grindetti?”, le espeta. En la camioneta lo rodean Ritondo y Adrián Urreli, su armador. En las tribus del bullrichismo hay una sensación de alivio y euforia. Notan un clima de liberación a medida que la caravana atraviesa las calles. “Antes la gente no se animaba a salir porque les mandan los inspectores de la municipalidad”, comentan.
Creus se pone al frente de la tropa cuando se escuchan los primeros reclamos. “Arruinaron el país, chorros”, grita una mujer cuando ve pasar a Bullrich y Grindetti. El concejal le hace un gesto y exclama: “Ya se van”. En pleno intercambio, un hombre ensaya un grito de guerra y señala el piso con el dedo índice: “Esto es La Matanza”. Según Finocchiaro, que conoce el terreno, son peronistas que actúan de forma espontánea. No visualiza infiltrados de la municipalidad. “Están de capa caída”, celebran.
A Bullrich sigue con una sonrisa en su rostro. Estrecha manos y hace mímica para darle ánimos a sus simpatizantes. En la esquina de José Indart y Presidente Perón, a pocos metros de la sede partidaria de JxC donde finalizará la caravana, Javier Iguacel, intendente de Capitán Sarmiento y ladero de la exministra, entra en escena. Eufórico, aclama a la postulante de la “Fuerza del cambio”. Ya se escucha la batucada y Bullrich simula unos pasos desordenados de baile. Mientras se prepara para el discurso de cierre, la exministra hace una mueca socarrona con los abucheos a Roberto Baradel y Hugo Moyano, pero más disfruta el cántico irónico de los militantes contra Massa. Antes de agarrar el micrófono, se prende en la última arenga: “El domingo, cueste lo que cueste, el domingo tenemos que ganar”, exclama.