La humanidad, así como está, no funciona. No innovamos de manera adecuada para resolver muchos de los problemas que tenemos.
El sistema económico, tal como lo conocemos, no es sustentable: se sostiene en un consumo desmedido y con un crecimiento ilimitado completamente imposible. Es hora de aceptar que la actividad humana ya atravesó demasiados límites.
Cada día profundizamos el daño en los tejidos sociales y ambientales. Crecen la desigualdad, la pobreza, la inseguridad alimentaria y la concentración de riqueza; suben la temperatura, las emisiones de carbono, el ritmo de extinción de especies y disminuye la biodiversidad… es una crisis social y ecosistémica. Y todas esas tendencias se interrelacionan y potencian entre sí.
No hablamos de números ambiguos. Hablamos de un 1% con más riqueza que el 99% restante de la población y la desigualdad, aunque lo parezca, no es inevitable, sino que es una decisión política. La desigualdad hiere el tejido social.
Frente a esto, nos protegemos con la indiferencia. La negación del otro es una marca de ciudadanía incompleta, enferma. Hacemos como si nada de esto pasara, salvo cuando nos pega demasiado cerca.
¿Cómo transformar la economía para que deje de dañar? ¿Cómo revertir la tendencia destructiva? ¿Cómo enfriar el Planeta a tiempo? ¿Cómo ayudamos a la naturaleza a regenerar los ecosistemas y a la aldea global a cicatrizar sus heridas?
“Necesitamos cambios colectivos profundos para, entre otras cosas, impedir estilos de vida individuales tan dañinos para la sociedad, el clima y el planeta”, dice el experto en temas climáticos Andreu Escrivá.
En las ONG y en las empresas de triple impacto somos muchos quienes formamos parte de un movimiento que busca catalizar la transición hacia una nueva economía, basada en la energía renovable, en la cual el residuo es recurso, y que es distributiva e inclusiva: una economía es la que integra el impacto social y/o ambiental al negocio.
Trabajamos para cambiar la lógica de la competencia individualista (que por solo responder al lucro de los accionistas se permite externalizar los costos en la población y la naturaleza) por otra colaborativa, fraterna y regenerativa. Hay quienes nos dedicamos a poner a los negocios (y las finanzas) al servicio del bien común. Como explica (y aplica) el fotógrafo de naturaleza y conservacionista Matías Romano, regenerar un territorio o ecosistema es un proceso arduo y constante que requiere de plantaciones masivas de especies nativas. Recuperar los parches de zonas degradadas supone una enorme labor de reforestación. Se deben aplicar distintas metodologías que ayuden a la recuperación, evaluando los métodos más efectivos y adecuados.
En la naturaleza, los microorganismos cumplen funciones primordiales en regenerar los suelos. Si contemplamos el invierno en la vida vegetal, vemos que suelta el follaje, decrece y logra así llevar la vitalidad a las raíces para fortalecer lo que lo sostendrá durante los tiempos hostiles. Necesitamos fortalecer las raíces de lo humano para reverdecer. No hay otro modo.
Una estrategia que nos proponemos es apoyar dando financiamiento a estos “cicatrizantes sociales”, emprendimientos que construyen riqueza cada día trabajando con motivación, empatía y resiliencia. Sin idealizarla, la economía popular es portadora de los empleos del futuro: cuidado de personas mayores y niños, reciclado, logística, producción de alimentos.
Un grupo de cartoneros que hace muchos años se preguntaron por qué eran pobres y cómo podían solucionarlo, crearon una organización que recibe, identifica y separa residuos industriales y domiciliarios, muele el plástico y produce útiles escolares. Dan trabajo genuino, y colaboran con el ambiente.
Una cooperativa en el monte santiagueño acompaña a familias en la transformación de su actividad, permitiendo que se formen en apicultura, instalen colmenas y produzcan miel orgánica monofloral (de la bella Atamiski) del monte. Logran pasar de cocinar el monte para hacer carbón a cuidarlo para hacer miel orgánica.
Cada peso que ponemos en ampliar el acceso al crédito, la tecnología y la capacitación de estos agentes de cambio es un paso que nos acerca a una sociedad más justa, equitativa y sustentable.
Escalar esta solución contribuye a la reparación del daño de tejidos sociales y ecosistemas. Invertir en proyectos regenerativos es poner dinero al servicio de las personas y de la naturaleza. Es necesario poner los recursos al servicio de la vida.
La bióloga Janine Benyus, especialista en gestión de recursos naturales, expresó esta regla de oro para las culturas regenerativas de manera sucinta y clara: “La vida crea condiciones propicias para la vida”, y regenerar el tejido social requiere de cicatrizantes sociales.