El poder es una realidad cotidiana de la vida corporativa. También afecta el comportamiento. Distintos estudios sugieren que el poder hace que las personas sean menos propensas a seguir los consejos de los demás, incluso si esos otros son expertos en sus campos. El poder hace que los líderes tiendan más a satisfacer sus propias necesidades. Una investigación del University College London demostró que las personas poderosas tendían más que el resto a elegir alimentos tentadores, como el chocolate, y a ignorar otros más saludables. En las conversaciones, los poderosos caen en sus propios trucos: califican a sus historias personales como más inspiradoras que las de sus interlocutores.
Además, les cuesta ver las cosas desde la perspectiva de los demás. En un famoso experimento, a algunas personas se les pidió que recordaran un momento en el que tenían poder sobre alguien, y a otros que rememoraran un momento en el que otra persona estaba en una posición más dominante que ellos. Luego se les pidió a ambos grupos que dibujaran una letra “E” mayúscula en sus propias frentes. Los sujetos preparados para pensar en sí mismos como poderosos tenían tres veces más probabilidades de dibujar la “E” como si la estuvieran mirando ellos mismos, haciendo que los demás la vieran al revés.
El poder incluso hace que las personas piensen que son más altas. En otro experimento, los que se ven a sí mismos como poderosos tenían más probabilidades de sobreestimar su propia altura en relación con un poste y elegir un avatar más alto para representarlos en un juego.
La causa y el efecto son difíciles de desentrañar para explicar este tipo de comportamientos. Las personalidades más dominantes que comen chocolate y dejan de lado los alimentos saludables también pueden tener más probabilidades de escalar en la pirámide corporativa. Pero tener poder parece en sí mismo poner un pulgar en la balanza, hacia un comportamiento más legitimado y egoísta.
El poder también afecta a los que están más abajo en el orden jerárquico. En un estudio publicado en 2016 por la Universidad de California, en San Diego, los autores observaron cómo el estado físico afecta la risa. Los investigadores grabaron a los miembros de una fraternidad en una universidad estadounidense, algunos nuevos y otros veteranos, bromeando unos con otros. Los participantes de mayor estatus se rieron más fuerte y con menos inhibición que los de menor estatus.
El poder no está sincronizado con los tiempos. Los equipos de alto rendimiento dependen de la colaboración y la franqueza, no de la humillación y el cumplimiento. La humildad es cada vez más apreciada como un atributo de los altos ejecutivos. En los procesos de reclutamiento, algunos entrevistadores buscarán el uso de la palabra “yo” en lugar de “nosotros” como un pequeño indicador de cuán egocéntricas son realmente las personas.
Industrias enteras son reconocidas por la forma en que intentan contrarrestar los efectos del poder. La de la aviación es famosa por una técnica de capacitación llamada “gestión de recursos de la tripulación” que está diseñada para fomentar una interacción menos jerárquica en la cabina. Pensamientos similares son visibles en otros lugares de trabajo que tienen cadenas de mando especialmente claras, desde el ejército hasta los hospitales. © The Economist
Humildad y ambiciónFines diversos. El poder es un instrumento que puede ser usado para lograr fines tanto nobles como egoístas: de nada sirve tener ideas brillantes sin contar con los medios suficientes para ponerlas en práctica.Autoconfianza. A las empresas les gusta el concepto de humildad y el trabajo en equipo, pero también son estructuras feudales que dependen de la ambición, la impaciencia y de grandes dosis de autoconfianza injustificada.