El condimento secreto de los más creativos

Además de ser originales, perseverantes, procrastinar estratégicamente y formar buenos equipos, las mentes más innovadoras tienen una habilidad difícil de conseguir: saben desaprender, que consiste en un esfuerzo activo por hacer espacio para nuevos conceptos y habilidades. En otras palabras, hay que desaprender lo ya hecho y probado, para volver a aprender y generar algo nuevo.

“Los preconceptos son inevitables, pero las buenas ideas aparecen cuando se cuelan entre los ladrillos de lo conocido, cuando dejamos caer algo de nuestras opiniones para escuchar otras, cuando nos animamos a combinar diferentes nociones”, explica Diego Golombek en su último libro La ciencia de las buenas ideas. El autor ejemplifica con varias historias individuales. Recuerda, por ejemplo, a Serena Williams, que hacia 2010 era la reina absoluta del tenis, pero luego de un accidente doméstico y algunas enfermedades que la tuvieron fuera de las canchas durante meses, ya no volvió a ser la misma. Tuvo que refugiarse en una Academia de juveniles en París, donde, con la ayuda de su nuevo entrenador, logró desaprender varios vicios que venía acumulando de manera casi imperceptible. Solo después de eso, Serena volvió a ganar y lo hizo a lo grande.

También desaprender está en el núcleo de la filosofía zen: hay que vaciarse, para luego poder recibir lo nuevo. Golombek explica que el “desaprendizaje” es un concepto relativamente nuevo que empieza a tener cierta evidencia empírica en los últimos 10 años. Pero atención, advierte, que desaprender no es olvidar. “Olvidar es un fenómeno que tiene que ver con la memoria. No conocemos del todo cómo funciona la memoria ni su falta, pero estamos en camino con investigaciones fascinantes al respecto, no sabemos si algo se olvida para siempre una vez consolidado o si queda en el inconsciente y que cuesta mucho más recuperarlo”, dice.

El “desaprendizaje”, en cambio, es un proceso activo. “No te olvidás, decidís, de alguna manera, hacer lugar para lo nuevo, modificar esos hábitos anteriores en pos de un hábito nuevo; y esto puede ser una cuestión motora o bien puede implicar cuestiones hasta morales y modificar el marco de lo que está bien o qué está mal”, explica el experto.

Un ejemplo que cita Golombek es el de la filósofa Hannah Arendt, cuando da con el concepto de la “banalidad del mal”, después de asistir al juicio a Adolf Eichmann (organizador del Holocausto) en Israel. “Ella cambia sus esquemas morales, lo aprendido sobre lo que consideraba lo malo y lo bueno, y le da lugar a un nueva alternativa donde el mal puede tener otro matiz”, explica el autor.

La ciencia hoy trata de sistematizar esta virtud creativa de hacer lugar mental para modificar lo viejo y no olvidarlo. Golombek cita también a Arthur Koestler: “El prerrequisito de la originalidad es el arte de olvidar, en el momento adecuado, lo que ya sabemos”.

Sonido recomendado para leer esta columna: The Wanderer, Marc Broussard

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