Martín Guzmán tiene la capacidad de salpicar al Gobierno con el poder de daño de quien estuvo en ese lugar. El exministro de Economía trabaja desde hace tiempo en silencio en una oficina de la calle Viamonte, pero esta semana volvió al ruedo, sacudido por los golpes que le llegaron desde la orilla kirchnerista. Casi una continuación de su última etapa junto a Alberto Fernández.
Guzmán tiene diálogo con figuras del círculo rojo. Estaba delineando el proyecto económico de Daniel Scioli hasta que la unidad del oficialismo le apagó su chance de competir en las elecciones. También cambia mensajes con Santiago Cafiero, con gobernadores e intendentes, y quedó en buenos términos con Paolo Rocca (dueño de Techint).
Guzmán levantó el teléfono para defender su gestión. Varios interlocutores confirmaron esa hiperactividad. El fastidio del exministro está relacionado con una imagen que recorrerá el país hoy. Se trata de la inauguración del Gasoducto Néstor Kirchner, una de las pocas cosas que puede unir en una foto a Cristina Kirchner, a Sergio Massa y a Alberto Fernández. Máximo Kirchner también será de la partida, pero no está claro que quiera entrar en el cuadro.
La obra, quizás el único resultado visible que tiene para mostrar este gobierno, encierra al mismo tiempo el desquicio que envolvió al Frente de Todos casi desde el principio de su llegada a la Casa Rosada.
La idea original del gasoducto se escuchó por primera vez en tiempos de Mauricio Macri. El proyecto, sin embargo, fue postergado por la crisis económica que comenzó en 2018.
En 2020, con la pandemia, el Gobierno le dio prioridad a la producción de gas antes que al transporte. Además, estaba a cargo de la Secretaría de Energía Sergio Lanziani, un misionero que llegó allí por pedido de Fernández y con el visto bueno de Cristina Kirchner. Estaba en el organigrama de Matías Kulfas (Desarrollo Productivo). Nadie recuerda hoy su gestión, envuelta por la abulia.
El proyecto del gasoducto tomó algo de envión a fines de 2020. En ese momento, la conducción de Energía ya había pasado a manos del neuquino Darío Martínez. Su designación encierra una pelea familiar: Martínez había llegado a ese puesto por orden de Máximo Kirchner. La vicepresidenta, en cambio, nunca estuvo del todo de acuerdo con algunas de sus decisiones.
Martínez quedó inmóvil en la parálisis que rodeó a los primeros años del Gobierno, en las tensiones al interior de la familia Kirchner y en sus propios egoísmos. El gasoducto debía financiarse con el 25% del impuesto a las grandes fortunas. Sin embargo, la ley decía que la plata debía ir a la exploración petrolera. En ningún lugar se hacía referencia a la infraestructura.
El enviado de Máximo Kirchner se negó a firmar los documentos para avanzar con el proyecto que hoy se inaugura. Abandonó el Gobierno con la llegada a Economía de Sergio Massa, quien se sacó los problemas muy rápido de encima. Sucede que a Martínez lo acompañó a la puerta de salida el mismo día Federico Basualdo, el díscolo subsecretario que pasó a la historia como el funcionario que rechazó el despido por parte de su jefe, Guzmán.
En el entorno de Guzmán sostienen que el exministro envió un simple artículo en el proyecto de presupuesto 2022 para saldar las diferencias que atemorizaban al hombre de Máximo Kirchner. Era 2021 y el Frente de Todos había perdido las primarias para las elecciones de medio término.
Guzmán le pidió a Fernández, a Massa y a sus cada vez más intermitentes contactos con el kirchnerismo que aceleraran el tratamiento del proyecto antes de que cambiara la composición del Congreso, en diciembre de ese año. Sin embargo, el propio oficialismo rechazó tratar la norma que habilitaba el financiamiento del gasoducto Néstor Kirchner en ese lapso.
El argumento que sacó a rodar esta semana el exministro es provocador: según su mirada, no habría sido él, sino los socios mayoritarios del Frente de Todos, los responsables por las primeras demoras del proyecto.
A principios del año pasado, la relación de fuerzas al interior del Gobierno estaba en proceso de implosión. Cuatro días antes del anuncio del acuerdo con el FMI, Cristina Kirchner había dejado de responderle los mensajes a Guzmán y transparentaba el quiebre final en la relación con Alberto Fernández.
Hay más internas alrededor de la foto feliz que se verá hoy. El “maximista” Martínez quería quedarse con la ejecución de la obra en el ámbito de la Secretaría de Energía, pero se chocó con el ascendente Agustín Gerez, un funcionario que responde de manera directa a Cristina Kirchner y maneja Enarsa. Gerez ganó la pulseada y se convirtió en un hombre récord: es el primero en la historia kirchnerista en terminar una obra pública en el tiempo estipulado y sin escándalos de corrupción visibles hasta el momento de la inauguración.
El presidente de Enarsa llamó el miércoles por la tarde a Alberto Fernández para corroborar en persona su participación en el acto de hoy. Cristina Kirchner, en tanto, confirmó el jueves por la tarde que estaría, según fuentes incuestionables de Economía, que maneja parte de la organización.
El propio Gerez, que construyó una relación cercana con Sergio Massa, castigó en los últimos días a Guzmán. Lo acusa de haber tenido frenado en su despacho por 84 días el decreto de necesidad y urgencia que debía darle la orden de comenzar el gasoducto. El exministro le adjudica ese lapso a los tiempos normales del Estado, pero Gerez sigue hoy pensando lo mismo que antes.
Ambos encendieron un fuego que nadie sabe cuándo se va a apagar. Tras las críticas de los últimos días, Guzmán dejó correr el recuerdo de que Gerez, junto a otros funcionarios, le habían vaciado una comisión creada para seguir el proyecto. En la misma lista que el presidente de Enarsa cayó Antonio Pronsato, que trabajaba en esa empresa pública y deslizó una versión similar en conversaciones privadas.
Pronsato renunció a Enarsa en el medio de la polémica por el gasoducto. El caño, además, expulsó del Gabinete a Matías Kulfas (Desarrollo Productivo), señalado por la vicepresidenta como el ideario de operaciones en su contra por WhatsApp.
Con la pelea entre Cristina Kirchner y Alberto Fernández declarada, nadie podía sentarse a la misma mesa con Guzmán sin temor a sufrir cuestionamientos. De hecho, entre los escasos asistentes a esas reuniones estaba el ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, uno de los principales defensores del Presidente.
Sergio Massa dejará hoy atrás toda esta historia de sinsabores. El gasoducto Néstor Kirchner será presentado como la muestra que anticipa eso que la Argentina puede ser en el futuro. En términos de necesidad política, para el Gobierno es mucho más conveniente hablar de lo que vendrá, ya que hay poco bueno para mostrar en el presente.
José Ignacio de Mendiguren tiene una función ecológica en el equipo de Massa. En medio de un panorama desolador, el secretario de Desarrollo Productivo encuentra datos positivos, los difunde y, con la impunidad del buen humor, hasta se burla amistosamente en medio de situaciones apremiantes de los exponentes más preparados de Economía. Lo saben Lisandro Cleri (vicepresidente del Banco Central) y Leonardo Madcur (jefe de Asesores), a quienes acusó de tener cara de miedo en la última corrida cambiaria.
De Mendiguren se convirtió en una propaladora digital de buenas noticias a través de sus grupos de WhatsApp. Más aún que el propio Massa, también proclive a difundir esos materiales.
El ministro empujará hoy otra vez la maquinaria propagandística con más anuncios. Ya le encargó a Gerez que a partir de mañana se ponga a trabajar en la reversión del gasoducto norte. Es una obra que implicará, por caso, una inversión de US$800 millones en Córdoba, el territorio más hostil para Unión por la Patria. Se presentará como una muestra combinada de federalismo, desarrollo y desinterés político.
Massa necesitará elementos de difusión mucho mayores si quiere darle un giro a la triste historia que están escribiendo los números de la gestión a cargo de Alberto Fernández y de Cristina Kirchner.
Hay un mal presagio que acecha al oficialismo. En la víspera de las elecciones, el círculo rojo mira con agudeza el índice de confianza en el gobierno que hace todos los meses la Universidad Torcuato Di Tella. Es una curiosidad razonable, ya que esos gráficos han adelantado con mucha precisión en el pasado los resultados de las elecciones.
La cuenta es bastante sencilla. En las etapas de alta confianza en la conducción nacional, los oficialismos se imponen, y viceversa. En este momento, según el último gráfico de esa casa de estudios, el pronóstico para Sergio Massa y Agustín Rossi es malo.
El nivel de confianza ahora es 51,8% menor en comparación con enero de 2020, el primer mes completo del Frente de Todos. En junio, volvió a caer y está en uno de los niveles más bajos de la serie histórica. Esa es la muralla que debe superar Massa: la desconfianza se origina en gran medida en la economía, donde deberá mostrar resultados que se conviertan en material de trabajo para su campaña presidencial.
Desde el punto de vista estrictamente económico, el optimismo electoral que revivió en el oficialismo tras la consolidación de una fórmula presidencial parece por lo menos exagerado. Casi todas las variables se deterioraron con respecto a la elección que sacó del poder a Mauricio Macri, y también en relación con las cifras que pusieron en caja la derrota kirchnerista de 2021.
La suba de precios es el peor enemigo de las aspiraciones de Massa. En primer término, porque los números son malos. Si bien es probable que el dato que se conocerá en los próximos días muestre una desaceleración en junio con respecto a mayo, ocurrirá desde niveles muy altos.
La inflación del mes pasado rondaría el 6,7%, según estudios privados, pero volvería a subir a 7,3% en julio. El dato se conocerá en agosto, el mes de las PASO. El riguroso calendario de difusión del Indec jugará en este caso a favor del Gobierno. En cualquier caso, el dato de junio está muy por encima del 3% que fue la antesala de la última derrota del Frente de Todos, con Martín Guzmán todavía a cargo de la economía. E incluso Massa podría envidiar el 2,2% con el que Mauricio Macri llegó al mes previo a las primarias que, en 2019, sellaron su destino.
El dato de inflación de este mes se conocerá el martes 15 de agosto a las 16, dos días después de las elecciones. Ni esa bendición del calendario de difusión del Indec puede disimular que la suba de precios de los últimos 12 meses superará en ese momento el 117%.
Los malos resultados en materia de precios rebotan en la caja de resonancia de la opinión pública. De acuerdo con diversos estudios, la inflación es la mayor preocupación de los argentinos, seguida por la inseguridad.
Massa está convencido de que en un gobierno peronista los ingresos en el bolsillo no pueden quedar atrás de la suba de precios. Cumplir con ese lema lo coloca frente a una misión casi imposible. Hasta mayo pasado, el último dato disponible, los salarios mostraban una caída mensual de 2,5%, el peor número de la cuenta que arranca en 2019. En la variación de los últimos 12 meses, la situación electoral de Macri era aún más adversa. El problema para el Gobierno, en ese punto como en casi todo, es que debe destapar los pies para cubrir la cabeza.
Massa dispondrá una baja en el impuesto a las ganancias para que miles de trabajadores aumenten sus ingresos de bolsillo. Esa práctica discrecional, sin embargo, puede traer consigo una penitencia. Con la cercanía de las elecciones, el dinero extra tiende a ir hacia el dólar, con lo que aumenta la presión sobre el tipo de cambio, que a su vez se traslada a la inflación.
Al mismo tiempo, medidas de alivio fiscal deterioran el resultado de las cuentas públicas, a las que les presta atención el peligroso mundo financiero y el propio FMI, del cual depende la llegada de dólares para evitar una devaluación en el corto plazo.
Los que estudian la relación entre economía y política aseguran que las crisis las pagan los oficialismos. Los números de la gestión son el verdadero golpe al corazón del proyecto kirchnerista de poder.
Es improbable que el votante sea benévolo por la pandemia, la sequía o la guerra, de la misma manera que no lo fue con Macri por la devaluación de la lira turca o la suba de las tasas de interés en Estados Unidos. Es por eso que actos como el de hoy son fundamentales para el Gobierno: solo queda vender un futuro mejor y seguir amortizando el desgastado disfraz de la unidad del peronismo.