“A él lo tenés que aceptar porque es el nieto de Doña Teodora”, le dijo Cecilia Strzyzowski a su madre, Gloria Romero, el día que le presentó a César Sena, su primer novio, a quien conoció por Tinder. Hoy, está preso y es el principal sospechoso de su desaparición y presunto femicidio.
Los Sena y la familia de Cecilia, de algún modo, tuvieron una infancia compartida. Además de vivir en el mismo barrio, 500 viviendas, Doña Teodora, como conocen en el barrio a la madre de Emerenciano Sena –el líder piquetero oficialista que hoy está detenido junto a su mujer, Marcela Acuña, por el crimen de su nuera-, cuidó por muchos años a Gloria, Fabián y Sergio, sus hermanos.
“Prácticamente nos criamos con la misma persona”, resumió Gloria Romero a LA NACION. Y siguió: “Él [Emerenciano] vivía a la vuelta de mi casa, es el hijo de la señora que nos cuidaba”.
Describió a Doña Teodora como una mujer “muy laburadora”, recuerda que era ella quien la lleva junto con sus hermanos a la escuela y quien también lavaba la ropa de todos los chicos del barrio. “Muchos de los valores que aprendí, los aprendí de ella”, contó Gloria y relató: “Mi mamá era obstetra, trabajaba todo el día y Doña Teodora nos cuidaba”. Gloria llama mamá a Mercedes Flores, aunque aclara que su mamá biológica la dejó a su cuidado al mes. Para Cecilia y su hermana, Ángela, Mercedes es una segunda madre.
“La conocí perfecto, fue mi empleada por muchos años. Me crio a los chicos, hasta que tuvo que tuvo que cuidar a sus nietos”, dijo Mercedes a LA NACION. Uno de esos nietos, es César Sena, quien muchos años más tarde sería el novio de Cecilia. La casa donde se crio su madre, es la misma en donde vivía la pareja porque la madre de César no aceptó a Cecilia como nuera, según cuenta la familia de Cecilia. Es en esa casa humilde, y fácil de reconocer -porque tiene una camioneta de Gendarmería custodiando la entrada-, donde la vieron por última vez con vida, cuando el 1 de junio se despidió para emprender el supuesto viaje a Ushuaia que nunca ocurrió.
La casa que Mercedes compartía con Cecilia y César queda luego de una larga avenida en la que se cruzan caballos y una multitud de motos de baja cilindrada que no respetan semáforos y conductores que no usan casco. Son unos pocos kilómetros, pero un universo de distancia de la céntrica plaza 25 de Mayo de Resistencia.
Desde esa casa con rejas, donde te reciben los ladridos de los perros, basta con llegar a la esquina y cruzar un espacio verde bastante embarrado para llegar a la casa de los Sena, donde Emerenciano pasó su infancia. Hoy, en esa casa de dos pisos y de construcción de ladrillo sobre una calle sin asfalto vive una de sus siete hermanos.
“Me dolió tanto cuando me enteré de eso. Me pesa, me cayó muy pesado, me cayó muy mal”, dice Engelberta a este diario, en un tono bajito y negando con la cabeza.
“Estoy pobre, no sé en lo que ellos andan”, aclaró de entrada y luego relató: “Desde que Emerenciano se casó con Marcela que no se en qué andan. Te mentiría si te dijera que nunca más los vi, porque sí lo vi, pero no tenía relación. El nuestro es un mundo y el de ellos otro. Ni siquiera sabía que mi sobrino vivía acá, imaginate”, dice mientras desde la puerta de su casa señala la calle donde está la casa de Cecilia. “Nunca no dieron trabajo”, repite Engelberta que se dedica a hacer quehaceres domésticos y su hijo acota: “Por suerte”.
“Te levantas un día y te cae un balde de agua fría. Primero porque era familiar nuestro y segundo porque era acá cerca. Yo a veces la veía paseando el perro. Alguna que otra vez, lo vi con un chico, no sabía y era mi primo”, agregó su hijo aún shockeado.