POSADAS.- La cooperativa yerbatera Flor de Jardín cumplirá este año su primer medio siglo de vida gracias a una filosofía que le ha permitido crecer y superar los malos momentos: aprovechar las crisis para diversificarse y poner precios sin mirar tanto al mercado, sino al trabajo y el esfuerzo de su gente.
Para esta cooperativa, ubicada en la localidad de Jardín América (a 100 kilómetros de Posadas) “su gente” son los 176 socios que tiene en la actualidad, pero también los 500 trabajadores que llega a tener en época de zafra yerbatera, muchos de los cuales también crecieron al amparo de Flor de Jardín.
En 2001, con una crisis yerbatera que derivó en un histórico tractorazo de los pequeños productores misioneros, Flor de Jardín decidió diversificarse y comenzar a producir mamón en almíbar y pepinos en vinagre, productos que hoy son un éxito en las góndolas de supermercados de la región y llegan a todo el país.
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Luego, esas líneas de productos se fueron expandiendo a una cartera que hoy incluye 10 variedades de mermeladas, choclitos y otros encurtidos.
También en 2006 inauguraron una fábrica de fécula de mandioca, un producto que únicamente se hace en esa zona de Misiones y es un insumo vital para la industria alimenticia.
Llegaban en bicicleta
“Los principales productores de pepinos y hortícolas son extareferos que dejaron de serlo porque encontraron un mejor negocio. Nos enorgullecemos porque llegaba en bicicleta y hoy lo ves en una camioneta doble cabina y todo gracias a su esfuerzo y trabajo”, detalla a un grupo de periodistas Maximiliano Cunale, el gerente general de la cooperativa. “El precio lo ponemos nosotros, nadie nos dice cuánto vale nuestro producto. Al que le parece caro, que no lo compre”, agregó.
Cooperativa yerbatera
Flor de Jardín es una cooperativa yerbatera pero que, a diferencia de otras cooperativas como Piporé, Playadito, Cooperativa Mixta de Montecarlo o Andresito, tiene una diversificación en otros productos donde buscaron agregar valor y desarrollar una marca para poder pagar mejores precios a sus socios y otros productores que no lo son, pero que trabajan en el ámbito de la cooperativa.
“La yerba sube y baja es un producto cíclico”, señala Cunale, en el salón de ventas que la cooperativa tiene en la ruta nacional 12, un parador que es un paso obligado para los buses repletos de turistas que van a las Cataratas.
“Les hacemos un tour y muchos, además de comprarnos los productos, luego nos escriben porque quieren comercializarlos en sus ciudades, tenemos muy aceitados los envíos con Andreani y el Correo Argentino y también actualizamos nuestra página web para vender online”, explica.
Como cooperativa yerbatera Cunale se considera una empresa “chica”, aunque tiene un volumen de procesamiento de 18 millones de kilos de hoja verde, lo cual genera aproximadamente 6 millones de kilos de canchada (por cada 3 kilos de hoja verde se obtiene 1 de canchada, que es la yerba con molienda gruesa que se estaciona entre 4 y 12 meses para obtener el producto para la molienda final).
La cooperativa le vende casi toda su producción de canchada a otras dos cooperativas: la correntina Cooperativa de Productores Liebig, que elabora Playadito, y es la segunda yerbatera del mercado detrás de Las Marías; y Piporé, a tan solo 20 kilómetros de Flor de Jardín.
Marca propia
Sin embargo, el año pasado la firma empezó a apostar a desarrollar mejor su marca propia, adquirió máquinas para mejorar el packaging y el envasado y lanzó variedades “Suave”, “Compuesta” y “Tereré”.
“Con nuestra marca propia vendemos menos del 5 por ciento de la yerba que procesamos, pero venimos creciendo lentamente. El anteaño pasado habíamos vendido 15.000 kilos y ahora estamos en 200.000 kilos”, indica Cunale, un economista y licenciado en administración.
Más allá de la yerba mate, es mucho más conocida en las góndolas por productos como los pepinillos, similares en sabor a los del Big Mac. La planta para los pepinillos se hizo en 2001, al principio arrancaron con 3000 kilos, más tarde alcanzaron un máximo de 65.000 kilos pero el año pasado en la zafra batieron un nuevo récord con 100.000 kilos.
Para desarrollar esta producción hacen acuerdos con trabajadores rurales y pequeños productores que van a plantar en las tierras de la cooperativa. La firma pone los equipos técnicos y este año también aportó los insumos, siempre buscando cuidar la calidad del producto y, en última instancia, su prestigio en los mercados que va ganando.
“Los pepinillos se plantan en contraestación (respecto a la yerba), son productores que están inscriptos, tienen su monotributo y nos venden el producto, pero se hace en tierra de la cooperativa. Les damos insumos, servicios técnicos, agua para riego, control de todo y ellos pagan los insumos que usan con productos”, detalló.
“Con el pepino hicimos 100.000 kilos, es más de 3 equipos grandes de pepinos de 4 centímetros, necesitamos 150.000 plantas de pepino controladas para sacar calidad uniforme, con control muy estricto tanto en riesgo y control sanitario y fitosanitario, para eso está el equipo técnico, que dice cuándo se fumiga, cuándo se fertiliza, el riego a diario con sistema de goteo”, señala.
“Este año no se le cobró el fertilizante ni los productos fitosanitarios, por un tema de control, algunos no querían fertilizar porque les encarece, pero no queríamos tener diferencias de calidad, entonces modificamos la lógica y la cooperativa absorbe el 100 por ciento de los productos”, indica Cunale.
El precio se define de abajo para arriba
Cunale dije que la filosofía es que ahí, donde se puede, el precio se tiene que definir de arriba hacia abajo y no al revés.
“Para el pequeño productor es una tranquilidad estar asociado a la cooperativa porque siempre está o trata de estar, sino el mercado manda. En la yerba molida o canchada es siempre oferta y demanda, y cuando sobra producto, el pequeño productor es el más golpeado”, asevera.
“Creemos que el que produce debe trabajar para tener un beneficio y una ganancia, y de allí para arriba, sino es imposible”, completa.