Hay que renovar los métodos empleados en los procesos de integración sudamericana

Durante décadas, los países sudamericanos han acumulado un rico acervo de distintos tipos de procesos de integración regional. Un rasgo común ha sido la distancia entre ambiciosos objetivos formales propuestos y los resultados concretos logrados.

Ello ha contribuido al escepticismo social sobre la viabilidad de la idea de integración regional, especialmente cuando es entendida como la superación formal de los espacios económicos nacionales.

Los países de la región se están planteando interrogantes sobre cuáles podrían ser alternativas que se abren para continuar desarrollando sus objetivos de una mayor integración económica. Y no necesariamente la vinculan con la idea de una nueva unidad económica o política superadora de los espacios nacionales.

El concepto de integración, se asocia crecientemente al del trabajo conjunto entre naciones soberanas que no pretenden dejar de serlo y que es, además, voluntario y con vocación de permanencia. Se procuran marcos institucionales y reglas de juego comunes que faciliten la conectividad y la concertación, la compatibilidad y la convergencia, entre los respectivos sistemas políticos, económicos y sociales nacionales. Un elemento central de la integración, así entendida, es que al ser voluntaria un país puede optar en algún momento por retomar su total independencia de acción, cualesquiera que fueren los costos de tal decisión. Lo demostró en la UE el caso del Brexit.

Tal interrogante se observa en el debate interno de cada país sobre cómo continuar procurando el objetivo de una mayor integración regional. El objetivo en general ha tenido una consideración positiva en las respectivas ciudadanías, en la medida que se lo visualice como superador del conflicto entre realidades nacionales contrapuestas. Y, por cierto, en la medida que se perciba su potencial para generar progresos en cada una de las respectivas sociedades.

Es un interrogante que se instala con intensidades por varias razones, según sea el país e incluso subregión.

Una razón es la percepción generalizada de que los procesos de integración regional sudamericana no han producido los ambiciosos resultados procurados. Ha sido, en estos últimos años, el caso del Mercosur.

Otra es que también en otras regiones del mundo, procesos de integración regionales como el de la UE, que en su momento fueron presentados como modelos para la región latinoamericana, tanto por su dimensión económica como política, están hoy enfrentando significativas crisis no sólo metodológicas (cómo trabajar juntos) pero incluso existenciales (porqué trabajar juntos).

Y una tercera razón, es la percepción de que los cambios estructurales profundos que se están operando en el sistema multilateral del comercio mundial, institucionalizado primero en el GATT y luego en la OMC, así como el relativo estancamiento de propuestas que aspiraban a ser superadoras de tal sistema de alcance global, requieren ahora la elaboración de enfoques más innovadores para la integración económica en los espacios regionales e interregionales.

Hay hoy en la región experiencias en materia de la integración regional. Pero también se percibe que los métodos empleados deben ser adaptados a nuevas realidades. Y a su vez, se han erosionado modelos provenientes de otras regiones, o planteamientos teóricos elaborados en realidades diferentes a las que hoy predominan en el mundo y en la región.

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