Son las 23 y en la “Sala del Rey”, en la ciudad de Córdoba, el bailantero Pedro “Picaflor” Gazzoni acaba de terminar su show en vivo. Vuelve a su camarín, se sienta, suspira, toma un sorbo de agua, se retira el sombrero panameño y lo apoya sobre el tocador de maquillaje, mientras escucha el sonido de su celular que no para de sonar. Es su camionero para contarle que se demoró en la descarga de la hacienda en el campo de Monte Cristo, a unos 40 kilómetros de la capital provincial.
Hay que ocuparse. No hay tiempo para el relax en su vida. Es que desde hace cerca de 40 años que Gazzoni lleva una suerte de “doble vida”: durante el día es productor agropecuario y por la noche se viste con chupines coloridos, sacos con bordados brillantes, zapatos puntiagudos bien lustrados y algún sombrero de su colección para transformarse en un cantante de las bailantas.
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Ambas pasiones comenzaron desde muy pequeño. Nacido en el campo familiar en la zona rural de Monte Cristo, su vida de chico estuvo rodeada de animales que criaba su padre, también llamado Pedro. Por la mañana concurría a una escuela primaria rural que le quedaba cerca y por las tardes ayudaba a su familia en las labores.
“Mi padre era un pequeño productor, que se las rebuscaba como podía. Por eso no pude seguir con mis estudios secundarios porque si lo hacía, mi padre hubiese tenido que vender las pocas hectáreas de campo que tenía para pagarme la escuela”, cuenta a LA NACION.
Por eso, una vez que pudo comenzó a hacer changas en los campos vecinos, trabajaba por hora manejando un tractor, o simplemente cuando lo buscaban como peón por día estaba siempre listo para servir. A la vez, empezó a enterarse de los “bailongos” que se hacían en diferentes campos de la zona y fue así que para él también estas fiestas de los fines de semana se convirtieron en un clásico. No faltaba a ninguno, decía presente a todos los que le llegaban a sus oídos, aunque siempre cumpliendo con la responsabilidad del trabajo.
“Eran bailes de 600 personas, venía todo el mundo, los más pudientes llegaban en una rastrojero, el resto a caballo, sulky o carro, como podían nomás. Como yo no me perdía ninguna fiesta, los músicos me comenzaron a registrarme y cada vez más me pedían que suba al escenario a cantar con ellos. Subía, cantaba dos o tres temas y eso me ayudaba a tener éxito con las chicas, de ahí mi apodo de picaflor”, describe.
Fue así que un día, viendo el entusiasmo y la convocatoria que recibía cada vez que cantaba, “los muchachos de la banda” le propusieron ser parte de la orquesta llamada “Bahía”.
“Ellos se encargaban del alquiler de los equipos y yo, como andaba por los campos, era el que conseguía los lugares para hacer los bailes. Por ejemplo, arreglaba con las cooperadoras de las escuelas rurales, donde nosotros nos quedábamos con el valor de las entradas y con eso pagábamos los gastos de sonido, lo que sobraba nos repartíamos, y la cooperadora manejaba el buffet. Una vez a la semana iba a la ciudad capital a ensayar”, dice.
Al mismo tiempo, Gazzoni seguía firme en el campo. Un productor de la zona, con el que habitualmente trabajaba, le propuso que se quede a cargo de su establecimiento rural. Al tiempo allí conoció a otro productor santafesino quien le pidió si podía regularmente comprarle sorgo y maíz para su granja en Rafaela y donde él cobraría una comisión por cada pedido. “El buen hombre, por la confianza que me tenía, me dio un adelanto y pude comprar mi primer rastrojero. Nunca voy a olvidar ese gesto”, detalla.
Varios años trabajó realizando esas compras, hasta que un día, con una mayor experiencia en los negocios, decidió largarse solo: “Así comencé mi actividad, compraba y vendía por mi cuenta. Ya no era una comisión, ahora ganaba vendiendo. Al tiempo fui sumando la venta de semillas y agroquímicos”.
Mientras tanto, la banda también seguía creciendo y en 1997 grabó su primer CD. En las radios se comenzó a pasar su música y eso hizo que sus canciones se masificaran en la región. “Nos llamaron de Cadena 3, de la televisión, hasta nos contrataron para ir a ‘La Sala del Rey’. Era un salto muy grande porque nos comenzaron a conocer todos”, cuenta.
En 2002 Gazzoni creyó que era momento de independizarse y hacerse solista. Paralelamente, también comenzó a meterse en el sector ganadero a vender y comprar hacienda. Puso un feedlot en el campo que era de su padre. Adquirió las partes que correspondían a sus dos hermanas y luego también compró pequeñas parcelas de campos vecinos.
Al año siguiente, se enteró que en Bandera, Santiago de Estero, se vendía una porción de un campo y, previo asesoramiento de unos profesionales del sector, no dudó en comprarlo. “Siempre contraté buenos profesionales que me ayudaron y a asesores contables que me acompañaron en el crecimiento de mi negocio. Tengo además un equipo de trabajo muy bueno”, dice.
Pasó el tiempo y en 2016, mientras cantaba en un boliche de Villa María, entre el público una mujer lo impactó. Le pidió el teléfono y desde ese entonces Anahí, que trabajaba en una radio en ese entonces, es su pareja y se convirtió también en su compañera en el escenario.
“Cuando arrancó la pandemia el rubro más castigado fue el de los músicos. Yo tenía un permiso como productor agropecuario pero mis colegas estaban muertos, no podían hacer un show. Entonces con Anahí decidimos hacer streaming en vivo por Facebook con otros cantantes y lo llamamos ‘el Festival de la Alegría’ que luego lo subíamos al canal de YouTube y ahora lo seguimos haciendo para darle una oportunidad a los bailanteros del interior de Córdoba”, cuenta.
Tanto la música como la producción agropecuaria a Gazzoni lo hacen sentir vivo y le dieron muchas alegrías. Como bailantero tiene grabados nueve CD (el último año que grabó fue hace cinco años), recorrió muchas provincias e incluso estuvo en el programa “Pasión de Sábado” varias veces.
En su otra actividad tampoco le fue mal. Además del campo de Monte Cristo, donde hace agricultura y posee dos feedlots, en Santiago del Estero tiene dos establecimientos, uno en Bandera donde le alquila a un contratista y recibe porcentaje de la cosecha, y otro en Ojo de Agua, donde él mismo hace ganadería.
“Soy un agradecido de lo que Dios me dio en la vida. Por eso trato de darle a la gente que trabaja conmigo las mismas oportunidades que yo tuve”, finaliza.