La odisea de las madres ucranianas que arriesgan su vida al cruzar a Rusia para recuperar a sus hijos robados

Cuando Sasha Kraynyuk, de 15 años, miró la fotografía que le entregaron los investigadores ucranianos, reconoció de inmediato al chico vestido con el uniforme militar ruso.

Sasha estaba sentado en un escritorio de la escuela con la marca Z de Rusia estampada en su manga derecha, con los colores rojo, blanco y azul de la bandera rusa. El muchacho de la foto se llama Artem y es ucraniano.

Sasha y Artem se encontraban entre los 13 menores de edad que fueron secuestrados en septiembre pasado en su propia escuela en Kupyansk, en el noreste de Ucrania. Fueron capturados por soldados rusos armados y con pasamontañas. “¡Rápido!”, les gritaron al conducirlos a un autobús y luego desaparecieron durante semanas sin dejar rastro.

A los jóvenes, que tienen necesidades educativas especiales, se les permitió finalmente llamar a sus familiares desde un lugar lejano del territorio ocupado por Rusia.

Para recuperarlos, sus parientes se vieron obligados a realizar agotadores viajes de miles de kilómetros al país que les declaró la guerra. Hasta el momento, solo ocho de los niños han sido devueltos y Artem, quien fue recogido por su madre esta primavera, fue uno de los últimos.

Cuando hablé con la directora de la escuela por teléfono, no vio ningún problema en el hecho de vestir a los niños ucranianos con el uniforme de un ejército invasor. “¿Y qué?”, replicó Tatyana Semyonova. “¿Qué puedo hacer? ¿Qué tiene que ver esto conmigo?”.

Le respondí que la Z simbolizaba la guerra contra el propio país de los niños. “¿Y qué?”, respondió de nuevo. “¿Qué clase de pregunta es esa? Nadie los está obligando”.

Navegando por el sitio web de la Escuela Especial Perevalsk, encontré la fotografía de Artem. Fue tomada en febrero de 2023, un año después de la invasión rusa en Ucrania, durante una clase para conmemorar el Día de los Defensores de la Patria.

La lección estuvo dedicada a aprender “gratitud y respeto” hacia los soldados rusos. Traté de interrogar a la directora un poco más, pero la línea telefónica se cortó abruptamente.

Crímenes de guerra

Para Ucrania, la historia de la Escuela Especial de Kupyansk es parte de un creciente cuerpo de evidencia contra el presidente ruso, Vladimir Putin, por presuntos crímenes de guerra.

La Corte Penal Internacional (CPI) emitió una orden de arresto contra Putin en marzo, tras acusarlo por la deportación ilegal de niños ucranianos, junto con la comisionada del gobierno ruso para los derechos del niño, Maria Lvova-Belova.

Rusia insiste en que sus motivos son puramente humanitarios y que evacúa a los niños para protegerlos del peligro. Altos funcionarios rusos rechazan la acusación e incluso amenazan con arrestar a los representantes de la corte en represalia.

La CPI no ha publicado los detalles del caso y Ucrania tampoco, pero funcionarios en Kyiv sostienen que más de 19.000 niños han sido sustraídos de las áreas ocupadas desde la invasión rusa. Entendemos que muchos vienen de hogares de cuidado y escuelas residenciales.

Investigamos varios casos, incluida otra escuela especial en Oleshki, en el sur de Ucrania. Descubrimos que los funcionarios rusos hicieron un esfuerzo mínimo o nulo por localizar a algún pariente de los niños ucranianos.

Se les decía con frecuencia que no había un lugar a donde pudieran regresar y se les sometía, en diversos grados, a una educación rusa “patriótica”. Los detalles y los matices varían, ya que en la guerra hay caos y malas intenciones.

También hay una ideología clara y dominante: Rusia, dirigida por Putin, proclama abiertamente que todo en las áreas ocupadas de Ucrania le pertenece, incluidos los niños.

La historia de Sasha. Kupyansk, noreste de Ucrania

Sasha es un chico alto y tímido. La separación forzosa de la familia sería perturbadora para cualquier niño. Para alguien vulnerable como Sasha fue profundamente inquietante. Su madre, Tetyana Kraynyuk, dice que todavía está retraído, meses después de que se reencontraran. El joven de 15 años incluso tiene canas debido al estrés.

Ahora viven como refugiados en la ciudad de Dinklage, en el oeste de Alemania. Después de llegar de la escuela, Sasha se acuesta en su cama a jugar con su teléfono. Y recuerda claramente el momento en el que los soldados rusos se lo llevaron.

“Si soy honesto, fue aterrador”, admite con su voz tranquila, frotándose las manos de un lado a otro en los muslos. “No sabía adónde nos llevarían”.

Cuando le pregunto si extrañaba mucho a su madre, hace una larga pausa. Luego dice que es demasiado angustioso para recordarlo y pregunta si puede cambiar de tema.

Antes de la guerra, Sasha iba a la Escuela Especial de Kupyansk. Estudiaba durante la semana y regresaba a casa los fines de semana, pero cuando comenzó la invasión en febrero de 2022, gran parte de la región de Járkov fue tomada de inmediato y Tetyana mantuvo a su hijo en casa por seguridad.

A medida que se acercaba septiembre, las nuevas autoridades de la ocupación insistieron en que todos los niños regresaran a la escuela, ahora con el plan de estudios ruso. Hicieron lo mismo en todas las áreas ocupadas, a menudo utilizando maestros de Rusia para reemplazar a los locales que se negaron a colaborar.

Tetyana se mostró reacia a enviar de regreso a Sasha, pero el adolescente estaba muy aburrido después de siete meses en su pueblo, por lo que el 3 de septiembre lo dejó en Kupyansk. Días después, las fuerzas ucranianas lanzaron una operación relámpago para recuperar la región.

“Escuchamos el ruido a kilómetros de distancia. Los estruendos. Luego los helicópteros y los disparos. Fue terrible. Luego vi los tanques y la bandera ucraniana”, recuerda Tetyana sobre la contraofensiva.

Incapaz de contactar a su hijo, estaba fuera de control. “Cuando llegamos a la escuela, solo quedaba el cuidador. Dijo que se habían llevado a los niños y que nadie sabía dónde estaban”, recuerda Tetyana.

Un maestro vio lo que sucedió ese día, cuando hasta 10 soldados rusos fuertemente armados “invadieron” la escuela.

“No les importaba llevarse ningún documento o ponerse en contacto con los padres”, dijo Mykola Sezonov cuando nos reunimos en Kyiv. “Simplemente metieron a los niños en un autobús con algunos refugiados y se fueron”.

Le expuse los argumentos de Rusia, de que estaban resguardando a los niños del peligro. “Viví bajo la ocupación rusa y sé la diferencia entre lo que dicen y lo que veo por mí mismo a través de la ventana”, respondió el maestro.

Durante seis semanas, no se supo nada de los niños. “Lloré todos los días, llamé a la línea directa y les dije que había perdido a mi hijo y escribí a la policía. Tratamos de encontrarlo a través de voluntarios”, cuenta Tetyana.

Pasó un mes antes de que un amigo viera un video en las redes sociales, fechado a principios de septiembre de 2022. Informaba de que 13 niños de la Escuela Especial de Kupyansk habían sido trasladados al este, a una instalación similar en Svatove, todavía bajo control ruso.

Dos semanas después, Tetyana recibió un mensaje en su celular: Sasha estaba en una escuela especial en Perevalsk y su madre podría llamar para hablar con él. “Él estaba feliz de escucharme, por supuesto. Realmente lloró”, recuerda Tetyana sobre la primera vez que hablaron. “Le habían dicho que su casa estaba destruida y tenía miedo de que estuviéramos muertos”.

La comunicación con las áreas de intensos combates no es fácil, pero los niños de Kupyansk pasaron por tres instituciones antes de que alguien intentara comunicarse con algún pariente. “No hubo ningún contacto. Solo de Perevalsk, e incluso entonces no fue inmediato. Creo que lo hicieron a propósito”, dice Tetyana.

Su lucha no había terminado. Tendría que llevar a Sasha a casa en persona, pero la ruta directa cruzaba la línea del frente. No obstante, Tetyana viajó desde Ucrania a través de Polonia y el Báltico antes de cruzar a pie a Rusia, donde el Servicio Federal de Seguridad ruso la interrogó sobre los movimientos de tropas ucranianas.

Ella no tenía nada que contar. “Estaba completamente oscuro, había puestos de control, hombres con pasamontañas y armas. Estaba tan asustada que tomé pastillas para calmarme”, dice Tetyana sobre el resto del viaje al área oriental de Ucrania que estaba ocupada.

Tenía otra razón para estar asustada. Para entonces, Rusia estaba sacando abiertamente a los niños de los hogares de cuidado en las áreas ocupadas y colocándolos con familias rusas.

El canal de Telegram de la comisionada del gobierno ruso para los derechos del niño está lleno de videos que la muestran acompañando a grupos de niños ucranianos a través de la frontera, donde los desconcertados jóvenes son recibidos por padres adoptivos rusos con regalos y abrazos mientras las cámaras graban.

Enviamos dos solicitudes de entrevista a Maria Lvova-Belova y no obtuvimos respuesta. Pero el mensaje de todas sus publicaciones es claro: Rusia es la buena en lo que todavía se niega a llamar guerra. Rusia afirma que está salvando a los niños ucranianos.

Cuando Sasha desapareció de Kupyansk, Putin ya había modificado la ley para facilitar que los niños ucranianos obtuvieran la ciudadanía rusa y fueran adoptados. A fines de septiembre, anunció la anexión de cuatro regiones de Ucrania, incluida Lugansk, donde entonces se encontraba Sasha.

En público, Maria Lvova-Belova se refirió repetidamente a los niños de esas regiones como “nuestros”. Ella misma adoptó a un adolescente de Mariúpol y publicó fotos con su nuevo pasaporte ruso.

Tenía miedo de que si llevaban a Sasha a Rusia, nunca lo encontraría. Tenía miedo de que lo pusieran en una familia adoptiva”, asegura Tetyana. “¿Qué tienen que ver nuestros hijos con todo esto? ¿Por qué nos hicieron esto? Tal vez sea solo para causarnos dolor, como con todo lo demás”.

Entonces, cuando finalmente llegó a Perevalsk, después de cinco días agotadores de camino, Tetyana abrazó a su hijo con fuerza. Sasha no dijo una palabra. Lloraba de felicidad.

La historia de Danylo. Jersón, sur de Ucrania

Durante seis meses, Alla Yatsenyuk sintió que le faltaba una parte de sí misma. Cuando llevó a su hijo de 13 años a un campamento en Crimea, pensó que Danylo se pasaría dos semanas junto al mar. Iba a descansar del estrés de la guerra: otros niños de Jersón habían ido al campamento y habían regresado, por lo que Alla no estaba preocupada.

Además, su ciudad había estado ocupada desde el comienzo de la invasión y en octubre de 2022 comenzaba a pensar que Rusia controlaría Jersón para siempre.

Sin embargo, días después de que Alla despidiera a Danylo, los funcionarios responsables de los jóvenes anunciaron que no regresarían. Los rusos habían comenzado a retirarse de Jersón. Si los padres de los niños los querían de regreso, debían ir por ellos.

Alla suplicó al gobierno regional, pero le dijeron que solo devolverían a los niños “cuando Jersón volviera a ser ruso”. Llamó a la Oficina del Fiscal en Crimea, pero insistieron en que tenía que buscar a Danylo ella misma.

Durante semanas, Alla le aseguró a su hijo que iría por él, incluso mientras intentaba averiguar cómo. La distancia de Jersón a Eupatoria es corta, pero el ejército ruso cerró la ruta directa y el camino más largo, a través de Zaporiyia, era demasiado peligroso. “Había menos del 5% de posibilidades de llegar y regresar de manera segura”, le dijeron a Alla.

También necesitaría alrededor de US$1.500 para un conductor, así como su primer pasaporte y todo el papeleo que los rusos exigían para demostrar su vínculo con su hijo.

Alla estaba empezando a desesperarse cuando Danylo dijo que los funcionarios de su campamento amenazaban con dejar a los niños bajo cuidado de alguien más si sus padres no se apresuraban.

“Los niños nos han estado llamando en pánico, diciendo que no quieren terminar en hogares (de acogida)”, contó Alla. “¡Y Rusia es enorme! ¿Dónde los buscaríamos entonces?”

Nos conocimos cuando finalmente partió en un vagón de tren lleno de otras mamás y abuelas. Las mujeres recibieron ayuda de un grupo llamado Save Ukraine, que intervino cuando se supo que cientos de niños ucranianos podrían quedarse varados.

Algunos provenían de hogares rotos o de familias menos acomodadas, que luchaban con la logística y la financiación del viaje. Otros padres habían dudado en devolver a sus hijos a las ciudades bajo el intenso fuego ruso.

Pero Alla no podía esperar más. “Todavía tengo esta preocupación persistente de que algo saldrá mal. Será así hasta que tenga a mi hijo a mi lado. Entonces podré respirar de nuevo”.

Más de una semana después, Alla fue una de las últimas en cruzar la frontera desde Bielorrusia, arrastrando una gran maleta a Ucrania sobre rocas de concreto y defensas antitanque. Danylo finalmente estaba a salvo a su lado.

Hubo momentos en los que pensó que no lo lograría. Save Ukraine había dado instrucciones a las mujeres para que apagaran sus teléfonos cuando entraran a Rusia.

“Nos mantuvieron como ganado, separadas de los demás. 14 horas sin agua, sin comida, sin nada”, describió Alla mientras estaba retenida por el Servicio Federal de Seguridad ruso en un aeropuerto de Moscú.

“Seguían preguntándonos qué equipo militar habíamos visto, revisaron nuestros teléfonos un millón de veces y preguntaron por todos nuestros familiares”, dijo.

Las mujeres continuaron el viaje de 24 horas hacia el sur hasta Crimea. Cuando se acercaron, se detuvieron para tomar un descanso y Olha Kutova, de 64 años, dio un par de pasos, se desplomó y murió a un costado de la carretera.

Después de pasar días apretujada en un minibús, su corazón se detuvo. Ahora Save Ukraine está tratando de devolver las cenizas de Olha a su nieta. Finalmente, Alla llegó al campamento.

“En el momento en que vi a mi hijo corriendo hacia mí en llanto, sentí que valió la pena todo lo que pasamos”, aseguró Alla. Su hijo dice que fue “simplemente genial”.

Save Ukraine devolvió a 31 niños ese día y varios confirmaron que el personal del campamento los había amenazado con llevarlos a casas de cuidado, lo cual los asustó.

Hablaron de ser llevados de excursión al principio y de estar razonablemente alimentados y vestidos. Pero en territorio controlado por Rusia fueron tratados y educados como rusos. Cuando los inspectores visitaron Moscú, los ucranianos tuvieron que hacer fila junto a la bandera rusa y cantar el himno ruso.

En octubre, las autoridades que ocuparon Jersón publicaron un video en Telegram de ese momento. El himno de Rusia sonaba a través de los altavoces y se desplegó la bandera tricolor. Si se mira un poco más de cerca, está claro que ninguno de los niños movía los labios.

El camarógrafo de repente se dio cuenta de que una niña se tapó los oídos con las manos para bloquear el sonido y alejó la toma de ella. Volver a casa Unas semanas después de su regreso, llamé a Alla a Jersón. “Todo terminó una vez que llegamos aquí”, dice alegremente.

Admite que al principio tenía un mal presentimiento sobre otras madres del campamento de verano, que eran vistas como “colaboradoras” por enviar a sus hijos a instalaciones dirigidas por rusos. Pero Alla siente que esa percepción se desvaneció.

Danylo volvió a pelear con su hermano menor y a estudiar en ucraniano. Pero sin internet en casa, tiene que ir al centro de la ciudad para conectarse al wi-fi para descargar sus trabajos escolares y eso es arriesgado.

Desde que los rusos se vieron obligados a retirarse, abandonando Jersón, atacan la ciudad desde el otro lado del río. “Están bombardeando desde la mañana hasta la noche”, confirma Alla, aunque dice que su casa está relativamente lejos de las posiciones rusas. No tienen planes de irse.

Danylo todavía está en un chat grupal con los otros niños del campamento y la mayoría fueron recogidos. Sin embargo, dice que cinco fueron transferidos a un hogar de ancianos en algún lugar de Rusia. Alla me envía una fotografía de su habitación con una alfombra barata y una planta araña. No está claro adónde van los niños abandonados.

Los niños desaparecidos

En la Alemania rural, Sasha ha tenido tiempo de adaptarse a una escuela nueva, pero a Tetyana le resulta un poco más difícil.

En su apartamento, explica que su hijo mayor todavía está en Ucrania esperando que lo llamen para pelear en cualquier momento. Tetyana no quiere nada más que volver a casa con su esposo, pero Kupyansk está nuevamente bajo fuego intenso.

A finales de abril, misiles rusos destruyeron el museo de historia local y mataron a dos mujeres. Previamente, la antigua escuela de Sasha en la ciudad resultó gravemente dañada cuando los misiles cayeron cerca.

Ocho meses después de que él y los otros niños fueran sacados de allí, cinco aún permanecen en territorio controlado por Rusia. La directora de la escuela donde terminaron, Tatyana Semyonova, lo confirmó cuando llamé.

Me sorprendió que aceptara hablar, el número ruso que usé debe haberla confundido. Mis preguntas también. La directora afirmó que nadie se había puesto en contacto con los cinco estudiantes e insistió en que los devolvería “directamente” tan pronto como sus tutores legales fueran a recogerlos.

Sin embargo, eso es poco probable: varias fuentes me dijeron que los niños son tratados como “huérfanos sociales”, cuyos padres están vivos pero no pueden cuidarlos.

Cuando le pregunté por qué Rusia podía llevarse niños sin permiso de Ucrania, pero ahora exige un montón de papeleo para devolverlos, Tatyana Semyonova fue breve. “¿Qué tiene eso que ver conmigo? Yo no los traje aquí”.

En el sitio web de su escuela en Perevalsk, encuentro fotografías de Artem, el compañero de clase de Sasha.

Sasha identificó a otros dos de los niños desaparecidos de Kupyansk entre las fotos de la escuela: Sofiya y Mikita, de 12 años, están haciendo fila para celebrar al ejército ruso.

Le pregunto a la madre de Sasha qué piensa de la orden de arresto emitida contra el presidente de Rusia. “No solo Putin, sino toda su gente principal, todos los comandantes deberían ser juzgados por lo que les hicieron a los niños”, responde sin dudarlo Tetyana Kraynyuk.

“¿Qué derecho tenían [de llevarse a los niños]? ¿Cómo se suponía que íbamos a recuperarlos? Simplemente no les importaba”.

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