Una cosa era tener una “mente renacentista” 500 años atrás, cuando el stock de conocimiento acumulado permitía que un Leonardo da Vinci pudiera alcanzar la excelencia en casi todas las disciplinas que abordaba. Y otra muy distinta es tener ese tipo de cerebro hoy, con una montaña de conocimientos que es mayor en varios órdenes de magnitud a la del Renacimiento.
Con 50 libros escritos y cientos de ensayos académicos publicados sobre las cuestiones más diversas, el profesor y divulgador checo-canadiense Vaclav Smil se lleva todos los boletos para ser considerado lo más cercano a un polímata moderno. Smil hace ya 50 años que da clases en la Universidad de Manitoba, en Canadá, pero pasa la mayor parte del tiempo investigando, con un foco intenso en el tema energético, algo que no le impide escribir largos ensayos sobre la logística mundial de alimentos o sobre la evolución de la dieta de los ciudadanos japoneses.
Su último libro (el número 50) fue editado tres meses atrás por el MIT Press y se titula Invención e innovación: una breve historia de entusiasmos y fracasos (aún no traducido al español). En el escrito, el pensador hace énfasis en los ciclos de sobrepromesas, exageraciones y posteriores desilusiones que acompañaron en los últimos siglos invenciones que van desde avances médicos hasta la inteligencia artificial.
El libro que sí se consigue en español en la Argentina es el penúltimo (el número 49), tal vez el mejor resumen del pensamiento “smiliano”, Cómo funciona el mundo: Una guía científica de nuestro pasado, presente y futuro (Debate, sello de Penguin Random House). Es, hasta ahora, el único libro de este autor que alcanzó la categoría de best seller a nivel mundial, gracias a las buenas críticas que obtuvo y a las recomendaciones de seguidores célebres, como Bill Gates.
“Fui un fan del trabajo de Vaclav por años, pero su estilo de escritura no es para todos: está repleto de datos numéricos y tengo entendido que sus libros no se vendieron, en su mayoría, especialmente bien”, sostuvo el fundador de Microsoft en una reseña publicada meses atrás, en la cual se alegró por el éxito de ventas de Cómo funciona el mundo. Gates tituló su comentario “Tres hurras por el a veces aburrido (pero correcto en los hechos) medio”.
Esta predilección por la “avenida del medio” de Smil hizo que un profesor de Harvard lo bautizara “el desenmascarador de bullshit” (algo así como un extractor de humo-humano): el autor checo-canadiense odia a los divulgadores que se van a los extremos. “No soy ni optimista ni pesimista, simplemente soy un científico tratando de analizar cómo funciona el mundo”, afirmó en una entrevista.
En el debate energético es muy difícil encontrar voces no sesgadas: la mayoría de los opinadores trabajan para los incumbentes (sectores del petróleo o el gas), o para quienes quieren desplazarlos (productores de energías renovables), ya sea como inversores o consultores. En este sentido, Smil ofrece un análisis más neutro: “Yo no tengo nada para venderle a nadie”, afirma. Como sostuvo en esta columna un mes atrás el economista Tyler Cowen (otro miembro del exclusivo club de polímatas), en estos tiempos de incertidumbre extrema se impone un “agnosticismo radical”.
En el primer capítulo de Cómo funciona el mundo, Smil se dedica a poner paños fríos sobre la expectativa de un cambio muy rápido en la matriz energética actual. Para el académico, estamos viviendo una “cuarta transición energética” (la primera se dio cuando el homo sapiens pudo dominar el fuego; la segunda, con la agricultura –conversión de energía solar a alimentos–; la tercera, con los combustibles fósiles, y la cuarta es la actual, con el ascenso de los sectores de energías renovables.
Pero Smil cree que, al igual que sucedió con las anteriores transiciones, la actual durará décadas. Sencillamente, porque la proporción de energía tradicional (90% de los 18 terawatts de energía primaria que hoy consume la tierra para generar un PBI global de 100 billones de dólares) es enorme y se irá modificando en el margen. El autor es cáustico con un discurso que, sostiene, está lleno de hipocresía (le tira dardos al mundillo de las conferencias internacionales de clima, a las que llegan miles de personas en aviones que no se cargan precisamente con energía de fuentes renovables).
Del lado de los impulsores de las energías limpias hay contraargumentos. El primero: no nos quedan décadas para esta transición, así que los tiempos registrados en el pasado no son una opción. Y también hay exponencialidad en el crecimiento de algunos sectores renovables (es cierto que, todavía, desde bases muy bajas en la comparación global). El propio Gates dice que disiente con Smil y que es más optimista en cuanto a su confianza en la innovación para bajar los niveles de contaminación del planeta a tiempo.
Smil casi no concede entrevistas, no va a eventos ni da charlas TED ni en empresas. En este sentido es un “anti-rockstar” del mundo de la divulgación.
Respeto por la realidad
En la década del 50, Smil vivía junto a su familia en un pueblo remoto del bosque de Bohemia. Pasaba varias horas por día de su adolescencia cortando leña para alimentar las cuatro estufas que tenía en su vivienda. Estaba claro que no era una forma eficiente de vivir. Su país pasó a la órbita soviética y Smil creció escuchando estadísticas inverosímiles e infladas de la propaganda en la Guerra Fría: se anunciaba que la producción de vehículos había aumentado en un año un 1000%, “pero se partía de casi cero”, o el diario informaba que el plan de alimentos había superado las expectativas, pero no había fruta disponible para la población.
“Era un mundo tan irreal y falso, que aprendí a tener respeto por la realidad y poca tolerancia por lo que no tiene sentido”, dice Smil. En 1969 emigró con su familia a los Estados Unidos, donde tomó un puesto la Pennsylvania State University.
A lo largo de su carrera académica, Smil luchó contra las presiones del mundo universitario para especializarse en algún tema. Le gusta ver el bosque y encarar todo con una actitud de curiosidad permanente.
Si hay algo que odia Smil es que la pidan pronósticos: es muy consciente del aumento de la complejidad y de las extremas dificultades que eso conlleva para acertar con predicciones. En un mundo de sistemas complejos, los “cisnes negros” –negativos o positivos– son matemáticamente imposibles de predecir. Una experiencia que lo tocó de cerca: ningún experto en geopolítica anticipó que la caída de la Unión Soviética pudiera ser tan estrepitosa como en su momento lo fue. ¿Colapsaremos en algún momento por el cambio climático?, le preguntó al pensador checo la revista Science hace unos años: “Todo el tiempo estamos colapsando. Y todo el tiempo estamos poniendo parches”, contestó.