Europa lleva años preocupada por el ascenso de formaciones de ultraderecha. Suelen ser una, dos a lo sumo, con cierta fuerza en cada país. En Turquía no: hasta cinco partidos de este corte lograron buenos resultados en las elecciones del pasado 14 de mayo y pueden marcar el devenir tanto de la segunda vuelta de las presidenciales, que se celebra este domingo, 28 de mayo, como de los próximos cinco años. Es el resultado de que el Gobierno de Recep Tayyip Erdogan ―y también la oposición― lleven años explotando discursos típicos de la extrema derecha, lo que ha terminado por llevar el debate a un marco argumental favorable a estas formaciones.
El Hüda Par (“Partido de Dios”), heredero del grupo armado fundamentalista Hezbolá, ha obtenido cuatro diputados dentro de las listas del islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Erdogan. El Partido del Nuevo Bienestar (YRP), también aliado del presidente, saltó a la palestra durante la pandemia por sus protestas contra las vacunas. Ahora ha hecho ahora campaña reclamando la ilegalización de las asociaciones LGTBI y el cambio de las leyes que protegen a la mujer en caso de violencia machista y divorcio. Con este discurso se ha hecho con cinco escaños y, en algunas provincias, ha dado la sorpresa al recibir entre el 8% y el 10% de los votos. Y los partidos de derecha y ultraderecha vinculados al movimiento ultranacionalista Ülkücü (idealistas) han cosechado casi uno de cada cuatro votos en las legislativas y más de 90 de los 600 escaños del hemiciclo.
Además, un representante de esta ideología, Sinan Ogan, podría inclinar la balanza en la segunda vuelta de las presidenciales tras haber recibido el 5% de las papeletas en primera ronda al frente de una plataforma abiertamente xenófoba. De hecho, en sus primeras comparecencias tras el voto del día 14, el que será rival de Erdogan, el centroizquierdista Kemal Kilicdaroglu, ha abandonado la campaña en positivo que le caracterizaba hasta ahora para adoptar ―igual que el presidente turco― una retórica polarizante, populista y ultranacionalista como modo de atraerse el voto de Ogan y sus seguidores.
“Es el Parlamento más conservador y nacionalista de la historia”, escribe el analista Murat Yetkin. Recuerda, además, que de los 169 escaños logrados por el centroizquierdista Partido Republicano del Pueblo (CHP), 34 irán a formaciones islamistas o islamoliberales escindidas del AKP que habían concurrido dentro de sus listas como parte del pacto de la alianza opositora.
Turquía siempre ha sido un país conservador y escorado a la derecha: los partidos de esta tendencia suman desde hace décadas en torno a dos tercios del voto. Pero, en los últimos años, los grupos de extrema derecha han comenzado a ganar poder e influencia a medida que se normalizaba su discurso y que a Erdogan no le bastaba únicamente con el apoyo de su partido para gobernar, dado su progresivo declive.
Si en las elecciones presidenciales de 2014 Erdogan obtuvo el 51,8% de los sufragios en una candidatura solo apoyada por el AKP, en 2018 tuvo que aliarse con el Partido de Acción Nacionalista (el MHP, extrema derecha nacionalista) para sostener su victoria: obtuvo un 52,6% del voto. Y en los comicios de este año, cuando en las legislativas su partido ha obtenido los peores resultados en 20 años, su candidatura presidencial no solo ha contado con el apoyo del AKP y MHP, sino que ha tenido que sumar al YRP, al Hüda Par y al Partido de la Gran Unidad (BBP), todos ellos partidos de extrema derecha islamista o ultranacionalista. Si Erdogan revalida el próximo domingo su victoria presidencial ―logró en primera vuelta el 49,5%, frente al 44,8% de la alianza opositora―, en el Parlamento deberá contar con los diputados de estos partidos para aprobar los presupuestos, por ejemplo. Y exigirán contrapartidas.
Preocupación en el movimiento feminista
En el movimiento feminista hay gran preocupación por ello. “Durante el gobierno del AKP-MHP, las mujeres hemos sufrido numerosos ataques. Se ha cancelado el Convenio de Estambul [contra la violencia machista], en un país donde cada día dos mujeres son asesinadas por hombres”, denuncia Gülizar Ipek Bilek, de la Plataforma de Mujeres por la Igualdad (ESIK). “Pero con estos nuevos partidos nos espera un futuro aún más oscuro. No creen en la igualdad, no quieren mujeres en el espacio público, quieren relegarnos a la cocina. Nos quieren convertir en un Irán o un Afganistán”, señala. El Hüda Par, por ejemplo, acogió el año pasado al portavoz del Gobierno talibán y sus dirigentes se niegan siquiera a estrechar la mano a mujeres. El YRP generó polémica durante la campaña también cuando, en uno de sus vehículos, la fotografía de una candidata aparecía como una simple silueta negra, al contrario que sus compañeros hombres.
“Turquía está inmersa, como otros países europeos y EE.UU., en unas guerras culturales brutales y Erdogan ha tratado de galvanizar a sus bases con una retórica divisiva sobre estas cuestiones”, sostiene Halil Yenigün, académico turco exiliado y ahora docente de la Universidad de Virginia. Pero sus bases “más reaccionarias” aún están insatisfechas por las “reliquias de sus antiguas políticas a favor de la mujer”, por lo que, aunque hayan votado por Erdogan en las presidenciales, han optado por partidos más radicales en las legislativas. Es lo mismo que ha ocurrido con el discurso cada vez más nacionalista que ha adoptado el líder turco desde que, en 2015, decidió enterrar el proceso de paz kurdo y aliarse con el ultraderechista MHP: “Erdogan ha unido símbolos religiosos y nacionalistas para movilizar a la población, ha demonizado a los disidentes, tachándolos de terroristas al servicio de Occidente y ha incitado la xenofobia”. Eso le ha permitido aguantarse en el poder, pero a costa de que cada vez haya más transferencia de votos desde su partido al MHP.
Muchos ultranacionalistas, especialmente los de tendencia laica, no están sin embargo satisfechos con esta alianza con Erdogan, así que el movimiento ülkücü ha sufrido varias divisiones. Lo curioso es que estas escisiones no le han restado apoyos y, como si se tratase de esporas, han germinado en nuevos campos. La principal escisión, el IYI Parti (Partido Bueno), es la segunda fuerza de la alianza opositora y, aunque no es propiamente una formación extremista —apela al centroderecha con la inclusión de figuras de renombre internacional del sector económico y las tecnologías— sí ha ayudado a normalizar los discursos ülkücü.
“Más que en votos, estas formaciones han ganado en influencia. Pese a ser partidos no muy grandes, han tenido efecto en el discurso y la ideología tanto del Gobierno como de la oposición”, explica Kemal Can, periodista y politólogo experto en nacionalismo. Bajo la influencia del IYI, por poner un ejemplo, el Ayuntamiento de Estambul —en manos de la oposición— nombró un parque en honor de Nihal Atsiz, ideólogo nacionalista influido por los nazis que, en la década de 1940, llegó a ser juzgado y condenado por racismo y por criticar “el nacionalismo de tipo francés” adoptado en Turquía. Él apostaba por un nacionalismo racial en el que no cupieran ni judíos ni negros ni árabes ni kurdos.
Giro nacionalista de Kilicdaroglu
Los últimos discursos del centroizquierdista Kilicdaroglu para atraerse el voto de los ultranacionalistas exagerando la situación y ofreciendo datos falsos sobre inmigración podría haberlos firmado Marine Le Pen: “No abandonaremos nuestra patria a esta mentalidad que nos ha traído 10 millones de refugiados irregulares. Las fronteras son nuestro honor. No abandonaremos nuestra patria a esos que, sin mover un dedo, miran llegar esa marea humana e infiltrarse en nuestras venas con la esperanza de que se conviertan en votos [para ellos]. Mañana no serán 10, sino 30 millones y amenazarán nuestra supervivencia”.
El problema es que esta retórica de ultraderecha no es de usar y tirar, sino que, una vez utilizada, cala en la sociedad. “Ya hemos visto en Europa cómo, al adoptar los partidos de centro el discurso antimigratorio para tratar de evitar el auge de movimientos neonazis y de ultraderecha, no solo no los frenan, sino que oficializan ese discurso y eso prepara el terreno para que florezcan estas formaciones”, afirma Can.
Los estudios sociológicos indican que entre la juventud turca se están extendiendo las ideas nacionalistas. “Erdogan no ha logrado crear esa generación devota que ansiaba. La religiosidad no está creciendo entre la juventud, en cambio, sí lo está haciendo el nacionalismo a través del sistema educativo y de un discurso que demoniza a numerosos ‘enemigos’ tanto internos como externos”, critica Yenigün. El académico concluye que en “Turquía el centro de la política se ha desplazado más a la derecha” convirtiendo posiciones que antes eran marginales en parte del mainstream.
Por Andrés Mourenza