QUITO.– “El presidente se sacó un peso de encima”. En el Palacio de Carondelet, joya arquitectónica que sirve como sede del gobierno ecuatoriano y residencia oficial del presidente en el centro histórico de Quito, se respiran nuevos aires tras la disolución del Parlamento y la convocatoria a elecciones –probablemente para el 20 de agosto– dictaminada por Guillermo Lasso.
De la sofocante presión sufrida durante dos años de gobierno se pasó a una suerte de sosiego, pese a que el desenlace de la última crisis ha abocado al país de los volcanes (también políticos) a una carrera contra reloj para elegir al político que dirigirá al país durante los dos próximos años. Un escenario con “alto grado de incertidumbre”, como lo define el analista Pedro Donoso, en el que ni siquiera se conocen a esta altura quiénes liderarán al oficialismo y a la oposición del expresidente Rafael Correa.
“Lasso lo está considerando, todavía no hay una elección firme tomada”, aseguraron a LA NACION fuentes gubernamentales, pese a que The Washington Post atribuyera al propio mandatario su deseo de no participar en los comicios de agosto. El presidente ya prepara con su equipo más cercano del tradicional discurso del 24 de mayo para rendir cuentas al país, que en esta ocasión no se realizará en el Parlamento.
Carondelet rezuma historia por los cuatro costados, alguna tan pintoresca como la protagonizada por Abdalá Bucaram, aquel mandatario que sí fue destituido por el Congreso ante su “incapacidad mental” para gobernar, en 1997. Su cuadro aparece en la galería de los presidentes con ese bigote tipo hitleriano que lo caracterizaba.
Lasso decidió aplicar la famosa “muerte cruzada” para no terminar destituido como Bucaram, aunque sus operadores políticos habían reunido apoyos suficientes como para que descarrilara el juicio político contra el mandatario.
“El estado de incertidumbre y perversión políticas era insoportable”, subrayó a LA NACION el analista político Martín Pallares para explicar qué motivó al presidente para el “madrugón” del miércoles.
La inestabilidad política caracteriza al país andino, con “una larga tradición de presidentes que no logran terminar sus gobiernos.
Entre 1997 y 2005, ninguno sobrevivió su mandato de cuatro años, igual que muchos presidentes en la historia del país. Lasso representa un retorno al statu quo de la política ecuatoriana (tras la estabilidad de Rafael Correa). Es increíblemente difícil gobernar sin mayoría legislativa, sin confianza pública en los partidos y con una economía basada en la exportación de las materias primas”, destaca el politólogo John Polga-Hecimovich.
Candidatura en suspenso
Pese a las declaraciones frente al diario estadounidense, Lasso todavía deshoja la margarita electoral, a sabiendas de las críticas a su gestión y de que las encuestas no le son nada favorables. “Si Lasso siente que su popularidad se levanta hasta hacerle pensar en una posible victoria, él se va a lanzar. La personalidad del presidente es esa: no se va a dar por vencido mientras pueda. Ese escenario luce difícil, pero no es imposible: si Lasso da un giro a su gobierno y lo hace algo más populista, gasta más en obra social y pone en vigencia reformas legales que sean populares podría resurgir y entonces él sentirá que tiene opciones. Si no, apoyará a alguien de su tendencia”, avizora Pallares.
El Palacio de Carondelet muestra otra “joya” política en sus paredes. Se trata de una placa de mármol que recuerda la sentencia del famoso Caso Sobornos, “confirmada en apelación y casación”, que entre otros condenó a Correa a ocho años de cárcel por corrupción.
El exmandatario, asesor también del líder venezolano, Nicolás Maduro, y que fuera estrella del canal del presidente ruso, Vladimir Putin, en América Latina, es prófugo de la Justicia ecuatoriana, algo que no le impide liderar desde el exterior a la principal fuerza política del país, la Revolución Ciudadana.
Su alianza contra natura con el Partido Social Cristiano (PSC), derechista y populista, que fuera socio de Lasso en las elecciones de 2021, y con el líder radical indígena Leónidas Iza, atropelló al gobierno contra las cuerdas desde casi el primer día de su mandato.
Si Lasso está deshojando su margarita, Correa también lo hace para decidir quién es su candidato para ganar las elecciones y preparar su regreso al país por la puerta grande con vistas a las presidenciales de 2025.
El candidato ideal sería el actual alcalde de Quito, Pabel Muñoz, pero solo lleva una semana al frente de la capital. Entre los otros dirigentes se destacan el aspirante derrotado frente a Lasso en 2021, Andrés Arauz, que mostró muchas debilidades en campaña, y su compañero de boleta electoral, Carlos Rabascall.
Para las elecciones legislativas, Correa ya adelantó que premiará las “filas prietas”, sin ningún abandono, de la bancada revolucionaria en esta media legislatura con la inclusión en las listas de los 47 exasambleístas.
“En este país la política se argentinizó a tal punto que se reproduce el fenómeno de la grieta. Acá es correísmo contra anticorreísmo. La diferencia es que al no estar la economía tan destrozada no tenemos a un candidato como Javier Milei. Y para más parecidos, Correa está buscando una Cámpora para que le despeje el camino para su regreso”, señala Pallares.
Al margen de los dos polos del poder político, el resto de las 15 agrupaciones ya viven una carrera contra reloj. En el PSC no descartan que su gran líder, Jaime Nebot, vuelva a ser candidato, pese la contundente derrota electoral de los suyos en las elecciones locales.
Yaku Pérez, la gran sorpresa electoral de 2021, será el abanderado de los movimientos Somos Agua y Democracia Sí, aunque no contará con el apoyo de la Conferencia de Nacionalidades Indígenas (Conaie), dirigida por Iza, que también tiene aspiraciones presidenciales.
En la centroderecha suena con fuerza el nombre de Otto Sonnenholzner, vicepresidente con Lenín Moreno, y del periodista Fernando Villavicencio, látigo del correísmo. Y en la centroizquierda se postula Dalton Bacigalupo, veterano dirigente del partido Izquierda Democrática (ID).
“Es el momento para un outsider, por la baja credibilidad de la mayoría de las instituciones formales, sobre todo los partidos políticos. Sin embargo, la clave está en entender y resignificar este término. Es el momento de construir el perfil de ese actor si es que se quiere tener éxito”, concluye Donoso.