MOSCÚ.- Un misterioso ataque con drones sobre el Kremlin, un explosivo colocado en un auto que hirió a un defensor clave de la invasión de Ucrania y cuatro aeronaves militares derribadas en un mismo día. Y todo dentro de las fronteras de Rusia. Si Ucrania y sus aliados querían generar conmoción en la cúpula del Kremlin, lo están logrando.
En mis dos décadas como corresponsal que cubre el régimen de Vladimir Putin, nunca había visto un estado de caos y de confusión semejante. En estos días, los analistas de la política del Kremlin no necesitan leer la borra del café ni desentrañar los crípticos balbuceos de sus máximos funcionarios para detectar las señales de la intriga palaciega: ahora todo ocurre a cielo abierto, y todo gracias al gran confidente de Putin, Yevgeniy Prigozhin.
En uno de los varios videos que posteó recientemente, Prigozhin, fundador del ejército de mercenarios conocido como Grupo Wagner, aparece parado sobre los rusos muertos en el campo de batalla, desde donde se ocupa de maldecir a los altos mandos militares rusos y de exigir castigo para el ministro de Defensa, Sergei Shoigu, y para el jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Valery Gerasimov –ambos aliados cercanos de Putin–, a quienes culpa “por las decenas de miles de muertos y heridos del Grupo Wagner” debido al mal suministro de municiones. El presidente todavía no dijo nada.
Los altos funcionarios de Kiev deben haberse frotado las manos con satisfacción. Si bien el Kremlin es el principal culpable de sus propios problemas, dadas su evidente corrupción y su incompetencia, los ucranianos han hecho todo lo posible para limar la moral del enemigo y exacerbar sus divisiones. Su redoblado ataque con drones contra bases militares, refinerías de petróleo y depósitos de combustible rusos ha contribuido a la sensación de desmoronamiento. (Oficialmente, Kiev no reconoce atacar objetivos dentro de Rusia, y también es difícil determinar si los ataques más extraños, como el del Kremlin, fueron realmente obra de las fuerzas ucranianas).
Basta con ver la insistencia con que los ucranianos vienen publicitando sus planes para la contraofensiva: los buenos planificadores militares no suelen comunicar abiertamente sus intenciones.
Pero no es la primera vez que los ucranianos lo hacen. El año pasado, se pasaron semanas dando a entender que se estaban preparando para atacar alguna parte del sudeste del país, y a continuación lanzaron una ofensiva sorprendentemente exitosa contra Kharkiv. Ahora Kiev está haciendo lo mismo: intentan desequilibrar a los rusos por todos los medios posibles.
En otra de sus diatribas, Prigozhin se hace eco de ese desastre anterior, acusa a los soldados del Ejército regular ruso de haber “huido” del frente de batalla de Bakhmut, en el este de Ucrania, y acusa a los altos mandos de “traición a la patria”. El propio Prigozhin está acusado de traición, tras la difusión de un informe de The Washington Post que revela que al inicio de la guerra quiso intercambiar información con las autoridades ucranianas.
Ni siquiera el aparato de propaganda de Moscú logra disfrazar las impresionantes pérdidas que han incurrido desde que Putin lanzó su invasión a gran escala. Recientemente, los analistas norteamericanos estimaron que tan solo desde diciembre los rusos sufrieron 100.000 bajas.
Moderación
No es extraño que los líderes rusos estén asustados. A principios de mes, mientras Rusia se preparaba para conmemorar el triunfo de la Unión Soviética sobre la Alemania nazi en 1945, un funcionario cometió un desliz revelador. Vyacheslav Gladkov, gobernador de una región no muy lejana de la frontera con Ucrania, dijo que cancelaría el habitual desfile del Día de la Victoria porque no quería “provocar al enemigo con tropas y equipo militar en el centro de la ciudad”.
La propia celebración del Día de la Victoria de Putin se destacó por su moderación y la presencia de un solo tanque, oportunidad que los ucranianos no desaprovecharon para burlarse.
Hasta los expertos políticos rusos cuestionan cada vez más la razón de ser de esta guerra. La senadora Lyudmila Narusova, viuda de Anatoly Sobchak, el mentor político de Putin, hizo pública su preocupación en los últimos días.
“Nadie nos explica qué sería haber ganado esta guerra”, dijo Narusova. “Si pensamos en los objetivos declarados originalmente, la ‘desnazificación’ y ‘desmilitarización’, a esta altura todo el Ejército ucraniano ya debería haber sido destruido”. Tras señalar que las fuerzas rusas ahora se enfrentan con tropas ucranianas armadas y equipadas por Occidente, Narusova se preguntó: “¿Entonces eso significa que ahora tenemos que desmilitarizar a la OTAN? Ese objetivo es inalcanzable”.
Si Narusova no entiende el plan de victoria de Putin, es porque nadie más puede entenderlo.
El clima de confusión en la cúpula del Kremlin acrecienta las chances de que la contraofensiva de Kiev tenga éxito. El líder checheno Ramzan Kadyrov, un viejo aliado de Prigozhin, de pronto parece haber roto relaciones con el jefe de Wagner, y criticó duramente su amenaza de retirar a sus mercenarios del frente. Como resultado, las tres principales fuerzas rusas en el asedio de Bakhmut –Wagner, las milicias chechenas y el Ejército regular– luchan abiertamente entre sí mientras las tropas ucranianas avanzan.
Abbas Gallyamov, exredactor de discursos de Putin, me dijo que el Kremlin “está temblando”. Por supuesto que nada de eso garantiza el éxito de la contraofensiva ucraniana. Pero hasta ahora, sin embargo, Kiev tiene todo el derecho de felicitarse por la eficacia de su guerra psicológica contra el régimen ruso.
La autora del artículo es corresponsal del Daily Beast y columnista de The Atlantic.
The Washington Post
Traducción de Jaime Arrambide