El avance de los procesos electorales provinciales y la cercanía de las fechas de cierre del calendario nacional no aportan más visibilidad. Ayer se confirmó. Todo sigue en un mar de incógnitas agravadas.
Cuando falta solo un mes para la inscripción de alianzas y 40 días para la presentación de candidatos, las incógnitas políticas y económicas son más profundas que las existentes hace seis meses. Igual que los problemas que padece la sociedad. Un suplicio que, por obvias razones, solo alimenta el hastío, la falta de interés y el rechazo colectivo.
Nadie provee certezas, ni siquiera la oposición, que, por el contrario, proyecta sus propias incógnitas, dudas y disputas internas. Sobre todo en el caso de Juntos por el Cambio. Aunque Javier Milei tampoco aclara la nube de incógnitas que abren sus propuestas radicales. No parece ser un problema para sus seguidores.
Una feroz disputa de poder en medio del tembladeral
El “massazo” que cayó el viernes sobre todo el oficialismo sin excepciones con la difusión de otro índice de inflación desorbitado aportó un balde de incertidumbre mayor y descolocó a los distintos espacios a los que alguna vez cobijó el paraguas del Frente de Todos.
Ni siquiera la reelección del gobernador de Salta, Gustavo Sáenz, viejo aliado del golpeado ministro Sergio Massa, atenúa el impacto del 8,4% de aumento de precios. Era demasiado previsible el resultado electoral salteño por razones exclusivamente locales, que nada tienen que ver con el inquietante estado de la nación.
Los comicios provinciales anticipados son, en ese contexto, como las bandas teloneras de los recitales. Tienen la misión de entretener al público hasta que llegue el número principal sin que se vaya ninguno antes de tiempo. Solo en el mejor de los casos sirven para anticipar algo de lo que vendrá. Pero casi nunca consiguen su objetivo fuera de los interesados directos. El nuevo domingo electoral lo corroboró. No hubo batacazos ni trampolines. La única verdad es la realidad económica, a la que el Gobierno no le encuentra soluciones y los políticos solo le oponen disputas.
La inflación es todo
Nada de lo ocurrido en el fin de semana sirvió siquiera para poner un breve paréntesis en la agenda pública frente a la predominancia del proceso inflacionario que tiene al Gobierno de derrota en derrota. Podía preverse luego de haber sido suspendidas por la Corte Suprema de la Nación las dos únicas elecciones que ayer podían aportar alguna novedad con reverberación en la dirigencia y en parte de la opinión pública nacional que todavía se interesa por los vaivenes políticos.
Demasiado poco duraron los benéficos efectos aglutinantes que había tenido en el agrietado oficialismo el fallo del máximo tribunal contra las pretensiones re-reeleccionistas de los gobernadores de San Juan y Tucumán. Las dos postulaciones, que intentaban forzar en exceso la interpretación de los límites legales, eran para el FDT triunfos esperados para maquillar los fracasos del Gobierno y la sucesión de malas noticias que vienen recibiendo los bolsillos de los argentinos. Ahora, el tiempo corre cada vez más rápido.
Tal vez por eso volvieron a tomar forma las versiones sobre una candidatura de Cristina Kirchner, aun cuando ella haya dejado trascender un nuevo argumento para sostener el pretexto de su (auto)proscripción preventiva, extrapolando a su situación el fallo de la corte contra Sergio Uñac y Juan Manzur. Para ella, siempre todo tiene que ver con todo. Aunque las analogías resulten poco verosímiles.
Antes de que el diputado Eduardo Valdés insistiera ayer en que la vicepresidenta se postularía, desde el cristicamporismo puro y el peronismo bonaerense aliado se dejaba trascender una renacida oleada de optimismo respecto de la posibilidad de contar con el nombre de “la jefa” en la boleta. Y no solo para el renglón de senadores nacionales por la provincia.
Las expresiones de deseos, afirmaban, empezaban a coincidir con las señales y la información que aseguraban recibir. Ni el discurso del hijo Máximo, en el que habló de la necesidad de construir una oferta superadora, atempera el nuevo entusiasmo del cristinismo cerril. Para sus integrantes, Cristina Kirchner siempre es una oferta superadora. Mucho más después del viernes pasado.
Antes que a nadie el 8,4% de aumento de precios descolocó a Massa, a quien la vicepresidenta y La Cámpora seguían teniendo como el plan A para las elecciones presidenciales. Y aún no lo abandonaron del todo, pero entró en una zona de mayor turbulencia. Como para que se imponga la necesidad de recrear expectativas.
Pese a la crítica situación económica, hasta el día anterior a la difusión del último índice de inflación el ministro de Economía sondeaba y trazaba horizontes posibles sobre su candidatura presidencial con gurúes y armadores políticos, a los que transmitía su optimismo, además de su determinación.
Sin embargo, en menos de 48 horas, se vio a sí mismo despertándose de esos sueños con el traje de ministro de Economía puesto (y arrugado), obligado a reunir de urgencia al batallón de bomberos del equipo que comanda. Con el vértigo y la capacidad de trabajo que son su sello de identidad, los convocó para pergeñar y anunciar de apuro un paquete de medidas al que la mayoría de los economistas le asigna escaso efecto de fondo y apenas le concede la probabilidad de ganar un poco de tiempo. Los pases de magia duran cada vez menos. Pero Massa no se rinde en ningún terreno. Tal vez ese sea, a esta altura, su mayor mérito.
“No voy a ser candidato”, habría sido la frase con la que a mitad de la semana pasada el ministro buscó sorprender a uno de sus interlocutores de confianza, antes de rematar con la verdadera sorpresa: “Voy a ser presidente”. El destinatario de la afirmación cuenta que todavía está preguntándose si lo que escuchó no fue producto de su imaginación. Las casi dos décadas que este tiene de relación con Massa le aplacan la angustia sobre el estado de su propia salud mental. Sabe que es más que verosímil.
Un poco más cuidadoso (aclárase que la unidad de comparación es el propio Massa) fue el tigrense ante un veterano armador con vasta experiencia en jefaturas de campañas exitosas que no pertenece a su espacio. Optó por preguntarle qué chances le asignaba a su candidatura (que daba por descontada) en la primera vuelta, después de decirle que estaba convencido de que él iba a entrar en el ballottage y que enfrente tendría a Milei, al que le ganaría con el voto de todo el peronismo y los cambiemitas moderados. El consultado le respondió con una metáfora médica que dejó pensando y al día siguiente cobró aún más sentido.
Amargo diagnóstico
“Te pusiste al frente de un paciente en estado grave y eso te sirvió para que la gente te restituyera algo de la confianza que habías perdido. Pero si ahora te vas a la sala de médicos a fumar un puro y rosquear tu asalto a la dirección del hospital con el enfermo tan grave o más que antes, va a ser complicado”, escuchó Massa, que solo habría atinado a responder: “Es un buen punto”. Una forma de decir que no le había gustado nada el diagnóstico, pero que lo había golpeado. Solo faltaban poco más de 24 horas para que le avisaran que la fiebre de la inflación, lejos de ceder, seguía subiendo.
Las primeras horas posteriores al anuncio del 8,4% y antes de empezar con las febriles reuniones tendientes a mostrarse en acción, como siempre, dieron cuenta de que el golpe había calado hondo en Massa. No solo se recluyó un rato para tomar aire, sino que transmitió su enojo (o furia) contra algunos de los que ve como enemigos o amenazas. En la lista ya se sumaron nuevas figuras a los viejos rencores.
Si las diatribas contra Alberto Fernández ya no sorprendían, todo fue superado después de que el Presidente no solo puso al ministro bajo los focos como el gran responsable de los fracasos en la lucha contra la inflación.
Además, de manera muy poco sutil, Fernández sugirió que debía deponer sus ambiciones electorales con el argumento de que quienes deben ocuparse de esa batalla no pueden distraerse con la campaña.
Fue un golpe durísimo: en los dos días previos, Massa había sido más explícito que nunca sobre sus aspiraciones, al reclamar públicamente que no hubiera PASO en el oficialismo. Una condición previa, necesaria y suficiente para que fuera candidato, como se anticipó en esta columna hace dos semanas.
Lo que sí resultó novedoso es que entre los nuevos apuntados por el ministro apareciera Marco Lavagna, quien hasta hace nada siempre estaba entre los titulares de los equipos que él solía armar. Desde el entorno más estrecho de Massa surgieron fuertes críticas contra el titular del Indec.
“El pibe no ayuda en nada y encima anda dando opiniones sobre lo que habría que hacer”, dijeron estrechos allegados al ministro, sin dar precisiones sobre los temas en los que habría retaceado auxilio.
La más benévola interpretación lleva a la marcha atrás que dio Lavagna junior respecto de la decisión de postergar el anuncio del dato de la inflación hasta después de las elecciones de ayer.
La segunda parte de la acusación recuerda el episodio que terminó con la salida de Antonio Aracre de la Jefatura de Gabinete, de quien se decía que le llevaba propuestas al Presidente porque se estaba probando el traje de ministro de Economía. Desde el entorno de Massa recordaron que Lavagna había hablado con el Presidente el día anterior a difundir el índice récord para anticipárselo. Nadie cree en fantasmas, pero dicen haberlos visto.
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En cambio, respecto de las versiones sobre añoranzas de los tiempos del Indec bajo control de Guillermo Moreno, los massistas dicen que son difamaciones. No se le habría pedido tanto.
Para Massa, pero no solo para él, sino también para el oficialismo en su conjunto, todo depende ahora de su desesperado roadshow en busca de fondos por Pekín y Washington para llegar en pie al 24 de junio, día del cierre de listas. No parecen misiones sencillas.
Por las dudas, ante la falta de buenas noticias, el kirchnerismo vuelve a reponer la figura de Cristina Kirchner y proyecta su nombre sobre boletas electorales virtuales. Hay que sostener la ilusión y la cohesión internas.