Gustavo Reyes: “Los inversores deben percibir que el cambio durará”

“Se usan frases como que estamos ‘condenados al éxito o al fracaso’. Estamos condenados a lo que hagamos. Que la Argentina sea un país rico naturalmente ya no importa tanto como lo que se hace. Hay un trabajo empírico famoso que da cuenta de que hay países con grandes riquezas naturales a los que les va mal. Son como esas familias ricas que se funden porque el abuelo no hizo más nada”.

Quien habla es el economista del Ieral de la Fundación Mediterránea Gustavo Reyes. A lo largo de la conversación con LA NACION repasa que el 2023 será un año muy complejo, tanto por factores exógenos -un mundo que crecerá menos, la sequía- como los endógenos que urge corregir, entre los que menciona el atraso cambiario, el control de las importaciones, la brecha cambiaria, la inflación.

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P–¿Cómo está hoy la Argentina parada en el mundo?

R–El año pasado las exportaciones, si bien subieron el 13%, fue básicamente por precios, pero las cantidades cayeron 3% aunque en el mundo se expandieron mucho. En los números de este año, no importa lo que se analice, todas las exportaciones caen. Y si en vez de por tipo de producto, analizamos a los que más les vendemos -Brasil, China, Estados Unidos-, estamos en déficit con todos. Hay un déficit comercial de cerca de US$1200 millones en el primer trimestre de este año, cuando el año pasado arrojó un superávit de casi US$1400 millones. La pregunta es qué nos pasó. No hay una razón, son varias. La primera es que el mundo se desaceleró muy fuerte, muchos de los países más importantes no crecerán o lo harán poco; Estados Unidos, Brasil, Europa. El comercio en el mundo en el 2022 crecía al 6,6% y este año lo hará al dos por ciento. Obviamente tiene que ver con la inflación y la suba de tasas. El otro factor es la sequía y su impacto en la cosecha. En esos temas no podemos hacer nada.

P–En otros sí…

R–Hay otras razones en las que sí se puede actuar. Hay un atraso cambiario muy importante, la contracara es que tenemos una brecha que es de las más altas en la historia y de las más extendidas en el tiempo. Otra es el control de las importaciones, no se puede exportar mucho sin importar; empiezan a faltar insumos además de que los mercados quieren reciprocidad. Este 2023 tiene todos estos problemas. No es sólo la sequía, es también la desaceleración del mundo y todo lo relacionado al sistema cambiario. Detrás de este panorama muy complejo, hay una buena noticia que es el 2024.

P–Hay que llegar al año que viene, ¿se puede?

R–Más bien diría, cómo llegamos. Cuando uno mira con estos mismos ojos el 2024, el mundo va a estar un poco mejor. La inflación en la mayoría de los países está bajando y, entonces, la tasa de interés que está subiendo, bajará. Ese comercio que se desaceleró, crecerá; no será un boom, pero evolucionará más que este año. Lo segundo muy importante es la cosecha; este año será malísimo, el 2024 se recuperará. No hay que olvidar que siempre después del fenómeno de La Niña viene el de El Niño. Habrá más exportaciones por ese lado. También habrá algo más de Vaca Muerta, estará funcionando el gasoducto. Todo hace prever que las exportaciones mejorarían considerablemente respecto a este año. Quedan, claro, las incógnitas respecto de qué hará quienes asuman el gobierno después de las elecciones. Una economía no puede funcionar así; claramente lo hace y estos son los resultados. Una empresa que no funciona, cierra; un país que no funciona no cierra, se vuelve más pobre.

P–¿Y aun así hay quienes exportan y prefieren priorizar el mercado interno?

R–Pasa por el caos cambiario. La lógica indica que, si una empresa está vendiendo un producto y hay unos consumidores que son más pobres y otros más ricos, tratará de vender más a los ricos. Acá es al revés y lo hacen por el problema del tipo de cambio.

P–Si el 2024 es mejor, ¿puede pasar que no se puedan recuperar los clientes externos “desatendidos”?

R–En la mayoría de las exportaciones que no son commodities es dificilísimo volver a un mercado del que se salió. Claro que el problema está en las exportaciones que tienen más valor agregado, que generan más empleo. En el mundo la pelea es grande; no estamos solos y estamos perdiendo la carrera. En términos de productividad en la última década perdimos 10 puntos y el mundo avanzó cinco. Hoy el empresario está más preocupado en lo financiero que en lo productivo y en los mercados y eso se transforma en recorte de inversiones. Por ejemplo, en la industria del vino, no cambiar los plantines de los viñedos implica ser menos productivo y a eso se suma lo cambiario, lo impositivo, la falta de financiamiento.

P–Planteó como “incógnita” lo que hará el próximo gobierno ¿Qué cree que no puede dejar de hacer, no importa quien asuma?

R–Hay un problema enorme de precios relativos; tarifas y tipos de cambio. El blue tiene un valor muy alto. Lo van a tener que encaminar. En tarifas algo hicieron, pero falta muchísimo, están en niveles similares a los de diciembre de 2015 y es un gran problema. No hay forma de seguir metiendo la basura debajo de la alfombra. Después, por supuesto, está lo más estructural, cuyas reformas se deberían anunciar rápidamente, pero la implementación es más lenta. Son las reformas importantes, las que darán crecimiento y una flexibilidad que hoy la economía no tiene. Pero es como estar en una casa con un incendio, lo primero es apagarlo. También pasa que estamos hacinados y vamos a hacer un cuarto más, pero hay que apagar primero el fuego. Lo primero es la inflación, el sistema cambiario, las tarifas.

P–Los exportadores insisten en que sus operaciones van de la mano con las inversiones, ¿la tasa de inversión argentina es muy baja?

R–Cuando se ven los números gruesos, la tasa de inversión no está tan baja porque hay mucha inversión que tiene que ver con el sector inmobiliario. A las empresas entrampadas con el cepo, le sobran pesos y no tienen otro sector al que ir; las de afuera no pueden girar dividendos. Es inversión, sí, por supuesto, pero no da mayor capacidad productiva. No es posible que haya más capacidad productiva con estos problemas y en una economía que se va achicando. En los últimos diez años, la economía per cápita se contrajo ocho puntos mientras que el promedio del mundo en ese período aumentó en 20 puntos. Si partimos de cien, nosotros estamos en 92 y el promedio del mundo, en 120.

P–La necesidad de más acuerdos comerciales es otro punto del que se habla mucho, ¿coincide en que se necesitan?

R–Un sector que necesita muchos acuerdos es el vitivinícola porque estamos al lado de Chile, un gran exportador. La Argentina debe ser importante en el sector de los vinos, pero es el que menos acuerdos tiene. Insisto, si se pone un orden de importancia y la casa se está quemando, los acuerdos vienen después. Por supuesto, cuando se apague el incendio, hay que abrirse al mundo, hay que tener un sistema de importaciones con precios coherentes.

P–En la Argentina siempre se habla de oportunidades, ¿queda tiempo para que esas oportunidades estén?

R–Un ejemplo: Vaca Muerte conviene si el precio del petróleo es alto, sino, no. Siempre las crisis generan oportunidades para los que están dispuestos a asumir riesgos. Hoy la Argentina es baratísima; los campos, las empresas, nuestros trabajadores son baratos porque somos muy riesgosos. Es como construirse la mejor casa en un barrio peligroso, el precio cae. Si a eso lo cambiamos se generan enormes nichos de oportunidades; los inversores deben percibir que el cambio durará, que las reglas de juego se respetarán. Acá se usan frases como que estamos “condenados al éxito o al fracaso”, estamos condenados a lo que hagamos. Que la Argentina sea un país rico naturalmente ya no importa tanto como lo que se hace. Hay un trabajo empírico famoso que da cuenta de que hay países con grandes riquezas naturales a los que les iba mal. Son como esas familias ricas que se funden porque el abuelo no hizo más nada. Se puede tener mucho, pero si no se lo trabaja… Estamos condenados a lo que hagamos, si hacemos mal nos va mal.

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