Estrategia menottista: el desafío de comunicar temas científicos

Imaginemos la trama de una película apocalíptica. “Una nube tóxica invade la ciudad. Quienes están expuestos al aire contaminado se convierten en zombies, e incluso algunas personas mueren misteriosamente. Tras mucho esfuerzo, un equipo de investigación logra desarrollar un antídoto eficaz que podría salvar la vida de miles de personas…”. Paremos acá.

Salgamos de la película y pensemos cómo sería esa situación en la vida real. Rápidamente empezarían las preguntas. Muy lindo el antídoto, pero ¿cuáles son sus efectos secundarios? ¿Ya se saben los resultados de los ensayos de fase 3? ¿De qué país es el laboratorio que produce el antídoto? Algunas preguntas directamente se transformarían en teorías conspirativas: el antídoto es peor que ser zombie; la nube no existe; la nube fue creada por las farmacéuticas para vendernos el antídoto.

Si este ejercicio mental nos demuestra que estas reacciones son previsibles, entonces cabe preguntarse cómo deberíamos comunicar que el antídoto funciona. Más en general, ¿cómo hacemos para comunicar recomendaciones científicas en medio de una crisis sanitaria? Una forma de contestar esa pregunta desde la economía es pensar a este problema como un juego de estrategia, en el cual el comunicador tiene como objetivo maximizar la cantidad de personas que sigan las recomendaciones. Pero esa meta de persuasión, cuando salimos de la película y lidiamos con personas reales, es tan compleja que no existe una estrategia óptima.

Desde la filosofía se ha identificado un dilema. Por un lado, si uno comunica demasiado transparentemente la incertidumbre epistémica de la ciencia (aquello que “no se sabe”), entonces corremos el riesgo de alimentar las dudas y justificar la desconfianza. Pero, por otro lado, si nos mostramos demasiado confiados en lo que sabemos, estaríamos distorsionando la incertidumbre inherente de la ciencia y podríamos estar manipulando a la gente. Dejando de lado el costado ético de no ser honestos en la comunicación, esto puede traer graves consecuencias reputacionales, con una reducción de la credibilidad y del poder de persuasión de la ciencia.

Eugenia López y Andrés Rieznik se enfrentan semanalmente con este dilema en el programa La Liga de la Ciencia, emitido por la TV Pública. Para López, bióloga y magister en neurociencia y educación, es importante que la comunicación de la ciencia no sea “resultadista” y que, por el contrario, se enfoque en los métodos. “Mientras más comuniquemos la cocina de la ciencia, menos vamos a caer en la falsa dicotomía de que la ciencia sabe todo o no sabe nada”. Esta especie de Menottismo en la comunicación científica, donde las formas importan más que el resultado, permite generar una cultura científica en la población. “Si comunicamos cómo se sabe lo que se sabe, va a haber menos necesidad de simplificar fenómenos complejos”.

Rieznik sostiene que no hay que subestimar a la gente. Para el físico y profesor de la Universidad Torcuato Di Tella, hay que ser transparentes con la incertidumbre de la ciencia, incluso en temas sensibles como las vacunas. “Uno tiene que comunicar que los riesgos de vacunarse son mucho menores a los riesgos de no vacunarse, pero no mentir diciendo que el riesgo es cero”, dice. Si exageramos lo que sabemos, el discurso antivacunas puede captar adeptos porque, entre mil mentiras, va a haber una verdad.

Las vacunas, de hecho, son un ejemplo magnífico de este problema. Representan la herramienta principal con la que la humanidad resolvió la última pandemia en tiempo récord. Sin embargo, paradójicamente, la pandemia trajo como resultado una reducción en la confianza en las vacunas, al menos en ciertos grupos.

Uno de esos grupos es el de usuarios de medicina alternativa y complementaria, como la homeopatía y los tratamientos herbales, que son más de un 30% de la población de nuestro país. Ophelia Deroy, profesora de filosofía de la Ludwig Maximilian Universitat de Alemania, lidera un grupo interdisciplinario que busca construir puentes entre comunicadores de la ciencia y pacientes de medicinas no convencionales. El proyecto que lidera Deroy, financiado por el “Vaccine Confidence Fund”, busca generar ámbitos de comunicación inclusivos que permitan aumentar la confianza en las vacunas, siendo transparentes sobre sus riesgos y ventajas. Al igual que Rieznik, resalta la importancia de no subestimar a la gente, especialmente cuando se trata de vacunación. “Muchas personas de alto nivel educativo, atraídas por estilos de vida naturales, han disminuido su confianza en las vacunas. Para recuperarla es necesario generar conversaciones que combinen enfoques de las ciencias médicas y las humanidades”.

Un supuesto que debe cumplirse para que todo esto funcione es que la gente no debe dudar de las buenas intenciones del comunicador. En la pandemia, muchos debates se polarizaron y la grieta política eclipsó el razonamiento, a tal punto que las opiniones sobre recomendaciones científicas se interpretaron como banderas políticas.

Algo que sabemos de las grietas es que es muy difícil quedar en el medio y eso incluye a los científicos. Pero, ¿qué consecuencias trae que la ciencia sea percibida como “militante”? Lejos de ser una pregunta abstracta, podemos considerar el caso de la prestigiosa revista Nature, que en una editorial llamó a votar por Biden. Un paper reciente, curiosamente publicado en una revista del grupo Nature, sugiere que esa editorial pudo haber disminuido la confianza en la ciencia. Según Floyd Zhang, autor del trabajo, eso estaría explicado porque muchos republicanos tiraron por la borda el ya bajo respeto que tenían por los científicos.

Para Nicolás Ajzenman, economista y profesor de McGill University, lo de Nature fue irracional. “Si el objetivo era reducir el apoyo a Trump, es muy probable que la nota no haya surtido efecto; en cambio, tiene sentido que haya reducido la confianza en la ciencia”. La realidad es que el voto es más difícil de modificar que la confianza en la ciencia y, si eso es así, lo mejor es estar lejos de la grieta. “La ciencia es un bien público que pierde efectividad cuando queda atrapada en el medio de una disputa partidaria” dice Ajzenman.

Cumpliendo con la premisa de no mostrar excesiva confianza, estas ideas llegan a un final que no depara recetas mágicas. Sin embargo, parece que comunicar resultados categóricamente, ser condescendientes, y alinear la ciencia con la militancia son estrategias demostrablemente malas.

La escuela de fútbol que fundó Menotti pregona que la forma de jugar está por encima de los resultados. Jugando limpio y bien los resultados llegan solos. Pero ese proceso, antítesis del resultadismo, requiere entrenamiento y práctica. Quizás sea momento de entrenar nuestra cultura científica para poder salir jugando bonito de la próxima pandemia o, ¿por qué no? de una nube tóxica.

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