La historia detrás de la historia: un acto que dejó al descubierto la división del peronismo

Parecía sitiado ese pedazo de ciudad. No circulaban autos por las últimas cinco cuadras de la cinta asfáltica de la avenida del Libertador del lado porteño. Se amontaron sobre las bicisendas decenas de colectivos que llegaron repletos de militantes. En la puerta de la exEsma un hombre de brazos anchos con la pechera de UPCN repartía botellitas de agua y un sandwich a cada uno de las personas que bajaban de uno de los vehículos. Eran empleados estatales que viajaron desde Ensenada a Núñez para el acto que la CGT montó en el estadio de Defensores de Belgrano. Enfilaron en tropa hacia el sur enfundados todos con unos camperones azules sin mangas con el escudo del PJ. El 1° de mayo fue lunes, pero la central sindical lo celebró el martes, el primer día hábil después de un fin de semana extra largo.

La distribución de los espacios en el estadio fue el reflejo del reparto de fuerzas dentro de la central obrera. Sobre el césped, adelante y frente al escenario, se acomodaron las columnas de Sanidad, Comercio y Alimentación, cuyos dirigentes forman parte de “los Gordos” (grandes gremios de servicios), el bastión que lleva hoy la voz cantante. En las tribunas, las dos cabeceras estuvieron copadas por los gremios que se autodenominan “independientes”: la techada, de espaldas a Libertador, por UPCN, y la de enfrente, por la Uocra. Son dos gremios aliados de “los Gordos”. La platea, de cara al escenario y recostada sobre la calle Comodoro Rivadavia, estuvo colmada por los camioneros que responden a los Moyano.

Hubo un tenso cruce de cánticos entre las barras, pero que no pasó a mayores. La frágil unidad de la cúpula ayudó a neutralizar cualquier tipo de enfrentamientos en las bases. Supieron ser míticas las grescas a balazos y piedrazos entre los camioneros y la Uocra. La hostilidad sigue vigente desde el violento choque durante la caravana que acompañó el traslado de los restos de Perón, hace 17 años. En la Uocra exageran a veces sobre los combates de San Vicente, en 2006, y de Ezeiza, en 1996, casi como si fueran su propio Waterloo. Anécdotas grotescas de internas sindicales que se dirimen por la fuerza.

La interna sindical quedó igualmente al descubierto en el acto del Día del Trabajador. El inicio de la celebración estaba programado para las 15, pero comenzó diez minutos antes. Un dirigente de peso ordenó que se ocupen las sillas vacías al pie del palco. Como no había tanta gente, se habilitó el ingreso de unas mujeres que estaban agolpadas contra las vallas. En ese sector, una suerte de VIP para invitados, no había dirigentes políticos. Sergio Massa, el candidato de los gremios, no asistió, aunque mandó una carta de adhesión que los organizadores se olvidaron de leer.

Abrió el acto Carlos Acuña, uno de los tres jefes de la CGT, con un discurso sin vuelo ni novedad, retrospectivo, con evocaciones al 45 y a la dictadura militar. Duró apenas 11 minutos. Luego fue el turno de Jorge Sola, un dirigente con aires de renovación que leyó como si fuera propio el documento consensuado por el consejo directivo. El verdadero autor del mensaje reía al ver la interpretación del sindicalista santafecino.

El discurso de cierre estuvo a cargo de Héctor Daer. El líder de Sanidad fue callado por los gritos de los camioneros. “Oh, levanten las manos los soldados de Moyano…”, desafiaron desde la platea. Sobre el escenario hubo gestos de incomodidad. Solo un moyanista de cepa se sonrió cómplice al ver que Daer no podía continuar con su oratoria. Las manifestaciones sindicales, siempre ruidosas y musicalizadas con bombos y trompetas, suelen callar cuando algún dirigente con ascendencia lo pide desde un micrófono. Daer lo intentó, pero se tuvo que quedar en silencio casi cinco minutos hasta que acabó el bullicio.

En menos de 20 minutos, responsabilizó a la oposición y a los “especuladores” por la crisis cambiaria, y a la sequía y a la guerra por el aumento de la pobreza y la inflación. Muy a tono con el discurso oficial. Se refirió también al año electoral. No hubo un pedido de abierto apoyo político al Frente de Todos, aunque sí críticas a la oposición. “Basta a los irresponsables que quieren dinamitar todo [mensaje a Milei] o los que quieren dinamitar un poco [Macri]”, reclamó Daer, que avaló la renegociación del acuerdo con el FMI, en una suerte de espaldarazo a las gestiones de Massa. El respaldo gremial al ministro de Economía, sin embargo, no es unánime. Pablo Moyano, el otro triunviro, faltó sin aviso. Circularon tres versiones sobre ausencia: no fue porque una cuestión de ego, ya que quería estar a cargo del discurso de cierre en vez de Daer; no fue porque el puñado de gremios aliados que orbitan cerca suyo trabaja por una candidatura de Cristina Kirchner, o no fue porque sabía que Hugo, su padre, iba a ser homenajeado por sus 12 años como jefe de la CGT y quedaría otra vez esmerilado. Divisiones que atraviesan a todo el peronismo.

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