El aceleramiento de la crisis, con una inflación interanual de tres dígitos, empujó a la CGT a salir de su letargo y cuestionar por momentos su apoyo incondicional a una gestión a la que muchos dirigentes perciben en retirada a pesar de su aval a las negociaciones urgentes que Sergio Massa mantiene con el Fondo Monetario Internacional (FMI), tal vez la última jugada del ministro de Economía para definir su candidatura presidencial. Pasaron ocho meses de la CGT sin reunir a su consejo directivo y un año y medio de su última demostración de fuerza callejera. Mucho tiempo para una política de brazos caídos en un contexto de erosión salarial. La pasividad contrasta con ese sindicalismo antropófago, capaz de engullirse a cualquier gobierno que no sea peronista.
Los gremialistas se mostraron esta tarde como los únicos garantes de la gobernabilidad y buscaron tomar distancia del incómodo estigma desestabilizador que los acecha desde las salidas anticipadas de los presidentes radicales Raúl Alfonsín (13 huelgas, una cada cinco meses) y Fernando de la Rúa (nueve paros en dos años). Enviaron un fuerte mensaje hacia adentro del Frente de Todos [”no somos convidados de piedra y queremos participar del debate”], pero también dieron señales de que se preparan para la resistencia, en caso de un triunfo opositor en las urnas [”no vamos a tolerar que vengan por nuestros convenios colectivos”].
Ese día ninguno de los integrantes del triunvirato de mando pudo finalizar su discurso callados por “el poné la fecha la puta que te parió”. L
La reforma laboral que propone un sector de la oposición en sus propuestas de campaña impactó en la CGT. Al rechazo furioso y sin argumentos de otros tiempos, los sindicatos le abren ahora una puerta a los eventuales cambios. “Se pueden actualizar muchos convenios, pero sin peder derechos. Podemos empezar con la reducción de la jornada laboral”, planteó Carlos Acuña, uno de los integrantes del triunvirato de mando. El documento acordado por la central obrera versó también sobre esas modificaciones en la legislación laboral que podrían colarse en el debate electoral. “No saben qué artículo tocar”, les reprochó Acuña a los opositores. Omitió que su jefe político, Luis Barrionuevo, fue uno de los que dio luz verde al plan de flexibilización que no prosperó durante la gestión de Cambiemos.
La propuesta de la CGT de reducir la jornada laboral legal de 48 a 40 horas no es novedosa. Sí es nuevo el impulso que se le quiere dar a la iniciativa con todo el movimiento obrero encolumnado. Hace tres años se apilan proyectos de ley en este sentido sin tratamiento. Hugo Yasky y Sergio Palazzo impulsaron dos iniciativas por separado con el argumento de que así se registrarían miles de empleos que están hoy en la informalidad. “Un instrumento que estimule el empleo y distribuya mejor el beneficio extraordinario del capital”, planteó la central obrera en su documento, leído por el dirigente Jorge Sola, aunque escrito en un despacho de la Uocra.
Héctor Daer, otro de los jefes cegetistas, se refirió al año electoral. No hubo un pedido de abierto apoyo político al Frente de Todos, aunque sí críticas a la oposición. “Basta a los irresponsables que quieren dinamintar todo [mensaje a Milei] o los que quieren dinamitar un poco [Macri]”, reclamó el líder del gremio de la Sanidad y referente de “los Gordos”, la tribu sindical que tiene hoy el timón de mando de la CGT. Daer avaló la renegociación del acuerdo con el FMI, pero evitó los nombres propios. No mencionó nunca a Alberto Fernández ni a Cristina Kirchner, pero tampoco a Massa. Ni siquiera se leyó en el escenario el mensaje de adhesión que el ministro de Economía envió. En línea con la versión oficialista, Daer responsabilizó a la oposición y a los “especuladores” por la crisis cambiaria, y a la sequía y a la guerra por el aumento de la pobreza y el aumento de los precios.
“No nos podemos hacer los distraídos. Es un año electoral. No podemos acompañar al que sabemos que va a ir en contra de nuestros intereses, a la derecha”, gritó Daer delante de unas 20.000 personas que se congreraron en el estadio de Defensores de Belgrano para conmemorar el Día del Trabajo. El dirigente reclamó la unidad del peronismo y puso a la CGT a disposición, “como lo hizo en 2019″, cuando surgió el Frente de Todos.
Puertas adentro, sin embargo, la central obrera está también atravesada por una crisis interna. La ausencia sin aviso de Pablo Moyano, uno de los tres jefes, no pasó de inadvertida. “No lo dejó venir Máximo Kirchner”, ironizó alguien que supo estar años a su lado. Tampoco fueron Mario Manrique (Smata) y Abel Furlán (UOM), alineados con el jefe de La Cámpora. Sergio Palazzo llegó casi al final y se fue raudo, cuando todavía sonaba la marcha peronista. Otra postal simpática que demostró que no era una fiesta kirchnerista: se vendieron apenas tres banderas con el rostro de Cristina, según contó Luis, un vendedor ambulante que suele estar en los actos políticos.
La micro interna sindical se reflejó también entre los militantes. El discurso de cierre de Daer fue callado por los gritos a favor de Moyano que surgieron desde la tribuna recostada sobre la calle Comodoro Rivadavia. En el escenario hubo gestos de incomodidad. Solo un moyanista de cepa se sonrió cómplice al ver que Daer no podía continuar con su oratoria. La prosapia sindical, acostumbrada a manifestaciones ruidosas musicalizadas con bombos y trompetas, esta vez no calló cuando algún dirigente con ascendencia lo pidió desde un micrófono. La gente tal vez esperaba escuchar otra cosa.