Santiago Peña, el tecnócrata que gobernará Paraguay bajo la sospecha legada por su mentor político

ASUNCIÓN.– Cuando en octubre de 2016, el presidente paraguayo, Horacio Cartes, ciñó una pañoleta roja al cuello de Santiago Peña Palacios, quien en ese entonces se desempeñaba como su ministro de Hacienda, pero pertenecía al Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), generó gran asombro y controversia. Muchos justificaron la decisión del joven economista de renunciar a sus convicciones políticas por los temores de ser destituido del cargo. Más allá de las especulaciones, Peña se afilió y aferró al coloradismo sin mirar atrás: “Me siento con la conciencia tranquila de saber que he actuado en función a mis convicciones y el sentido de pertenencia a un proyecto en beneficio del desarrollo del país”, declaró entonces.

Siete años más tarde, esa resolución trajo sus frutos: este domingo 30 de abril, fue elegido futuro presidente de Paraguay.

Nació en 1978 en Asunción, pero es mitad argentino. Su madre, Ana María Palacios, es oriunda de Buenos Aires, pero se casó con José María Peña, de nacionalidad paraguaya, y se mudaron a Asunción.

Santiago “Santi” Peña, un tecnócrata con poca trayectoria política, se licenció en Economía en la Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción, y más tarde estudió un máster en Administración Pública en la Universidad de Columbia.

Fue funcionario del Banco Central del Paraguay (BCP) entre 2000 y 2009, desempeñándose en el Departamento de Estudios Monetarios y Financieros de la Gerencia de Estudios Monetarios y en el Departamento de Operaciones de Mercado Abierto (DOMA). Luego pasó al Fondo Monetario Internacional (FMI) en Washington, donde prestó servicios en el Departamento Africano.

A su regreso a Paraguay, se desempeñó como analista del Fondo de Desarrollo Industrial y, hasta su designación como ministro de Hacienda, ejerció el cargo de miembro del Directorio del BCP.

Cartes eligió a “su protegido” luego precandidato a la presidencia de la República por su movimiento, Honor Colorado (HC), pero perdió en las internas de la Asociación Nacional Republicana (ANR) ante el actual presidente de Paraguay, Mario Abdo Benítez. Entonces incursionó en el ámbito privado, siendo contratado por el mismo Cartes, para ser uno de los directivos del Banco BASA, una institución de la cual se ha especulado que el exmandatario es accionista.

Cuatro años más tarde, Peña se lanzó una vez más como precandidato a la presidencia en unas feroces internas que lo enfrentaron con el delfín de Abdo, Arnoldo Wiens. Esta vez, con mayor suerte, ya que salió airoso en esa instancia, a pesar de los señalamientos de corrupción y de las severas sanciones económicas de Estados Unidos contra su mentor y mecenas, Horacio Cartes, vinculado al contrabando de cigarrillos y lavado de dinero.

Las acusaciones contra Cartes han planteado desafíos adicionales para Peña, quien debe convencer al electorado de que es un hombre honesto, que representa el cambio en un partido que lleva más de 70 años en el poder, pero sin ofender a Cartes, su principal sustento dentro de la ANR, que hoy está completamente fracturada.

La incógnita, apuntan los analistas, es cuánta autonomía tendrá Peña a la hora de gobernar ya que “no tiene ningún diputado o senador que responda a él”, señala el politólogo Marcos Pérez Talia en diálogo con LA NACION. De hecho, muchos están convencidos que es un “títere” del expresidente.

En la última etapa de su campaña, su discurso viró hacia estrategias más tradicionales: prometió trabajo público a cambio de votos.

El problema, sin embargo, es que “no tiene vuelo propio, no tiene ascendencia dentro del Partido Colorado, que es un partido de simbolismos, de tradición, pertenencia. Y él era del Partido Liberal”, sostiene Pérez Talia.

“Posiblemente vamos a tener un gobierno bicéfalo”, concluye el experto.

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