A pesar de que ya hace una semana que se publicó el IPC de marzo pasado y dejó a la Argentina batiendo el récord menos deseado en inflación, seguimos escuchando a voceros del Gobierno explicando como “causas de este desastre” dos puntos principales: la guerra entre Rusia y Ucrania y la sequía en el país.
Si bien está claro que llegar a este nivel de inflación es una suma de muchas variables, malas políticas, etcétera, la realidad es que estas dos, justamente, no son las que deberían ser usadas de “justificación”.
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En relación a la guerra, ese argumento quizás se podría haber usado hace un año. Aunque ni siquiera eso, porque con una política razonable la Argentina podría haber aprovechado la suba de precios de las commodities a causa de esa guerra.
Pero, más allá de esa nueva pérdida de oportunidad (de aprovechar precios récord de maíz, soja, aceites, trigo para exportar más) en el resto del mundo la inflación viene bajando en la mayoría de los casos desde julio 2022.
El índice de precios de alimentos que saca la FAO hace 12 meses seguidos que viene retrocediendo. Por otro lado, si se miran los valores internacionales en Chicago, el aceite cayó desde los máximos del año pasado 40%, el maíz un 20%, la soja un 12% y el trigo casi un 40%.
Alguien puede decir, bueno, pero localmente los precios de los granos no bajaron. Lo cuento en el segundo punto.
No sólo bajaron los alimentos, sino que el petróleo perdió un 28% desde los máximos del 2022, inclusive tomando la suba reciente.
En cuanto a la evolución de la inflación, en países de América Latina batimos un récord inclusive superando a Venezuela. Todo el mundo se vio afectado en su momento por la guerra, pero gracias a las medidas que se tomaron lograron controlar y bajar la inflación.
Otro argumento
El segundo “argumento” es la sequía catastrófica que sufrimos. Dos cosas respecto a este punto: no es la causa principal de la inflación que tenemos y aún no vimos el efecto real y devastador que sí va a tener no sólo en la inflación, sino en la economía general del país.
Hace mucho más de un año que venimos con aumentos de inflación cada mes y los efectos reales concretos de la sequía los empezamos a ver recién a partir de noviembre/diciembre cuando se cosechó el trigo y la cebada, etcétera.
Por otro lado, el precio de los granos tiene una baja incidencia en el valor del alimento terminado para el consumidor. Un caso es el del precio del trigo, que no incide en más del 12% del precio del pan que compramos en la panadería. Además, el valor del trigo disponible en la Argentina desde el máximo del 2022 ya bajó un 25%.
La sequía nada tuvo que ver con los ítems que más aumentaron, como educación (29%), calzado y vestimenta (9%) ni con el resto que en todos los casos aumentaron por encima del 6%.
Lamentablemente, todavía no vimos de lleno el efecto de la sequía en nuestra economía. El sector agro genera, entre otras cosas, el 70% de ingresos de divisas del país. La dependencia de este sector en la economía es altísima.
Recién ahora se está avanzando con la cosecha de soja y maíz y ya se siente la menor actividad en el transporte (camiones a cosecha/puerto/acopio), almacenaje, acondicionamiento, entrega en puerto, molienda en fábricas, etcétera.
El productor pierde en la mayoría de los casos y así se van trasladando pérdidas a toda la cadena, que finalmente terminará en una fuerte merma del PBI. Este año, sí, tuvimos sequía y veremos menos ingreso de divisas, menos dólares para que funcione la economía.
Es verdad, este año tuvimos sequía, pero llegar a esta situación se podría haber evitado o controlado si en los años previos se hubieran tomado medidas que hubieran favorecido el crecimiento de la producción, desde el campo a la industria. Estaríamos mejor parados frente a esta catástrofe.
La incongruencia es total: un país con alta dependencia de un sector al cual, en lugar de dejarlo crecer, se lo castiga por todos los frentes. El resultado más visible es el estancamiento de la producción, frente a nuestros vecinos que no paran de crecer.
La autora es analista del mercado de granos