La trama argentina se complica. Dos de las utopías más vigentes de la Argentina en los últimos años se desmoronan. Una es Vaca Muerta y la certeza de que alcanza con poner en marcha y llevar al tope la explotación de esa riqueza para sacar a la Argentina de la crisis. Este domingo, esa utopía mostró todos sus lados flacos: la riqueza que viene produciendo Vaca Muerta no alcanzó ni siquiera para mejorar las condiciones de vida de los neuquinos, que castigaron al histórico oficialismo provincial. La otra utopía en caída es la que propuso Juntos por el Cambio desde su conformación en 2015. Esa promesa implicó la expectativa de una oposición al kirchnerismo, y al peronismo en sus diversas versiones epocales, capaz de devolver la alternancia política a la Argentina, representar el respeto por la institucionalidad y presentar una visión sustentable y moderna de la vida política, social y económica. Hace más de una semana, la utopía de esa centro-derecha razonable con la que siempre ha querido identificarse Juntos empezó a mostrar como nunca los límites de sus posibilidades. La convocatoria de María Eugenia Vidal a bajar todas las candidaturas de Pro y abrir el debate interno subraya la necesidad urgente de barajar y dar de nuevo. Más malabarismo para intentar evitar el riesgo de la disolución de Pro, y de Juntos, en medio de los huracanes que agitan la puja política interna y nacional.
Sobre Pro presionan dos fuerzas. Una interna: su voluntad de hegemonía en la ciudad de Buenos Aires. En el juego de la realpolitik a la argentina, ese objetivo tiene sentido: sin ese bastión no hay plataforma para tallar en la puja por el poder. Pero en esa desesperación política por consolidar a CABA como sinónimo de Pro, el riesgo es que Pro se convierta en PRI, el Partido Revolucionario Institucional, vaya oxímoron, que en México gobernó 70 años. Es decir, una maquinaria política que se deglute a la oposición, la integra a sus filas –cueste lo que cueste– y sacrifica las reglas del juego democrático para consolidarse en el poder. La institucionalización del coto político cerrado.
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Nada bueno dura tanto. Por ejemplo, los matrimonios o las hegemonías políticas. La hegemonía kirchnerista inició su ocaso ya desde el segundo gobierno de Cristina Kirchner. Dos gestiones seguidas en el poder disparan indefectiblemente sueños de eternización: el “vamos por todo” de Cristina Kirchner en su tercer y último mandato se chocó con los límites de su desgaste político.
Después de 16 años consecutivos en el poder porteño, la cuestión es si Pro será capaz de reinventarse sin caer en los vicios que le reprocha al kirchnerismo. Pro se plantó como el espolón de proa de una democracia transparente y competitiva. La interna de Juntos por el Cambio puso un límite a esa esperanza.
Es más, quizás el primer paso a esa pretensión hegemónica sucedió ya hace unos años, cuando Larreta sumó a la gestión a la oposición. Una hegemonía que se deglute a la oposición, cueste lo que cueste. En 2019, al socialismo de Roy Cortina, que quedó incorporado a Juntos: hoy Cortina apoya a Larreta en el debate sobre las elecciones porteñas. La incorporación más significativa fue la del radicalismo de Martín Lousteau y Emiliano Yacobitti, luego de haber sido contrincantes en 2015.
Casi no quedó nada por fuera de Pro y de Juntos, excepto el kirchnerismo, la izquierda de Gabriel Solano, y últimamente, los libertarios. Hasta Cynthia Hotton encontró su lugar en la administración de Larreta, como presidenta del Consejo Social. Lousteau y Yacobitti se hicieron fuertes en el Ministerio de Desarrollo y Producción, que lidera otro de sus aliados, José Luis Giusti. La práctica del consenso de Larreta se conjuga en parte como el loteo de la gestión. Con el lote para Lousteau, Rodríguez Larreta lo desactivó como riesgo electoral para Pro. Aunque, parece, no tanto.
La batalla que se disparó el Domingo Santo en torno a la lectura interesada del Código Electoral tanto por parte de Larreta como por Macri es otra señal de esa flexibilidad institucional que empieza a volverse más cuestionable. La otra, la precandidatura para jefe de gobierno de Jorge Macri, intendente de Vicente López en uso de licencia: otro oxímoron que pone en evidencia lo gris oscuro de su condición de vecino porteño, según las reglas que establece la ley.
La disputa en torno a las reglas electorales es consecuencia de la intención de garantizar el éxito de los intereses políticos de Larreta y de Macri. Ambos identifican la suerte de esos intereses con la suerte de Pro y su perduración. El partido soy yo, parecen decir Macri y Larreta.
Desde el kirchnerismo, le devuelven a Pro una imputación que Juntos le hace históricamente a Formosa: ser el partido del poder e inclinar la cancha del Estado para eternizarse en el poder. La CABA como la Formosa de Pro. El kirchnerismo exagera: el peronismo gobierna Formosa desde hace 40 años, es decir, desde que volvió la democracia a la Argentina. Y Gildo Insfrán lleva 24 años y siete mandatos consecutivos en Formosa. Una cancha empinada, más que inclinada, sin la menor posibilidad de alternancia ni entre partidos ni entre figuras del mismo partido. Formosa es una de las tres únicas provincias con reelección indefinida, las tres de tradición peronista. En la CABA de Pro, en cambio, la reelección está habilitada sólo por un período consecutivo.
El problema de Pro, y de Juntos por el Cambio, es que nació con la vara alta de la moral republicana para oponerse a la democracia iliberal a la que tiende, o en la que directamente cae, el PJ y el kirchnerismo. Cualquier jugada que esté por debajo de esa vara, aunque sea unos centímetros, le vuelve inmediatamente en contra.
La otra fuerza que presiona sobre Pro se ejerce en el plano nacional. Ese vector se llama Javier Milei. Esa derecha más radical y su visión libertaria acorralan cada vez más a la derecha razonable de Pro. Esa tierra prometida de Cambiemos, hoy Juntos, tiene su eje en dos conceptos soslayados en general en la política argentina, libertad y propiedad privada, además de la institucionalidad republicana.
La oportunidad de un sentido común de derecha digerible para una base más amplia de votantes, desde radicales a lilitos, está en riesgo ante la avanzada de una derecha más extrema. Hasta no hace mucho, Milei parecía condenado a una dimensión testimonial, a lo Carrió. En esa modalidad resultaba funcional al crecimiento de Pro, y de Juntos: un acelerador de un cambio cultural en lo económico. La chance electoral quedaba del lado de Juntos. Ahora, Milei está marcando el ritmo de la interna de la coalición opositora. La utopía de Juntos encontró un competidor electoral en su sector de la polarización.
Este domingo le tocó a la otra utopía vigente, la de Vaca Muerta, mostrar sus límites. La derrota del Movimiento Popular Neuquino (MPN) y su hegemonía de 60 años se presenta como una noticia prometedora, el fin de un poder eternizado. Pero la noticia tiene sus dilemas.
Por un lado, porque Rolando Figueroa, el candidato triunfante, se sigue reivindicando como integrante del MPN. Figueroa fue el vicegobernador de Neuquén entre 2015 y 2019, en la primera gobernación de Omar Gutiérrez, actual gobernador. El futuro dirá si su gestión se despega efectivamente de los andariveles del MPN.
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También, y es lo central, porque la derrota del MPN no hace más que dejar expuestas a cielo abierto las limitaciones de Vaca Muerta. Las regalías petroleras en alza no lograron, sin embargo, mejorar la vida de los neuquinos. Comparado con 2021, en 2022, hubo un crecimiento del 347% en cantidad de petróleo y gas exportados desde Neuquén y de 817% para los valores exportados. Sin embargo, según el Indec, en el segundo semestre de 2022, la pobreza en Neuquén llegó al 38,4%, un aumento de 1,2% respecto del primer trimestre. En 2021, Neuquén fue la provincia con mayor indicador de pobreza de toda la Patagonia.
Neuquén es un petroestado rico, pero con ciudadanos empobrecidos. Queda claro el riesgo de que ni Vaca Muerta nos salve. Una demostración de que con petróleo solo no alcanza si no hay política por detrás que lea bien la economía y lleve adelante una gestión eficiente y razonable. La Argentina de la riqueza natural no es suficiente si falla la política. Más que económico el problema es, sobre todo, político. Es decir, qué hace la política con la economía y el potencial productivo. La pregunta también aplica a Pro, y a Juntos.